Ante el diagnóstico de una enfermedad que puede resultar mortal, puedes decidir ponerte en manos de médicos especialistas, que te harán enfrentar la cruda realidad de la dolencia y asumir los riesgos y sacrificios del tratamiento que, de superarse, pueden conducir a tu sanación. Asumes con resignación que salir adelante conllevará numerosos padecimientos físicos y psicológicos y que, a medio o largo plazo, tendrás que dar un cambio radical en tu estilo de vida: dejar de beber, de fumar, seguir una dieta saludable. Se elige al fin y al cabo vivir, siendo consciente de todas las renuncias y sinsabores que va a conllevar.
Mucha gente, sin embargo, quiere vivir, pero no está dispuesta a asumir la realidad de la enfermedad que padece ni el sufrimiento aparejado a un largo tratamiento. Decide así confiar su salud y su vida a un homeópata, que les asegura que su curación no se encuentra en los tratamientos médicos convencionales, tan complejos, exigentes y sacrificados. La solución que ofrece es mucho más simple: consumir regularmente un brebaje o compuesto de cualidades curativas increíbles que sólo los de su clase suministran, porque médicos y farmacéuticas han preferido ocultar su efectividad a la población por espurios intereses económicos. La dura realidad es, sin embargo, que ese jarabe no es más que un vaso de agua con un agradable sabor afrutado, que no sólo no va a impedir o retrasar el fallecimiento del paciente, sino que incluso puede acelerar el avance de la enfermedad.
Esto es un símil perfecto de nuestra actualidad política. Nuestro Estado democrático se enfrenta a grandes y complicados retos que ponen en jaque su estabilidad, reformas económicas y legislativas de enorme calado y complejidad que deben ser acometidas sin falta antes de que nos encontremos en un punto de no retorno. Se me ocurren, por ejemplo, un sistema de pensiones insostenible, una revolución tecnológica que afecta a nuestra forma de entender las relaciones laborales y personales y que está íntimamente ligado a una inevitable globalización, un cambio de modelo productivo que ha generado una crisis formativa y educativa…. La lista de síntomas de la enfermedad que nos asola es larguísima.
Nos aseguran que el remedio a todos nuestros males radica en el diálogo, la sostenibilidad y la perspectiva de género
Lamentablemente, la sociedad occidental parece no estar dispuesta a asumir que la solución a estos problemas no es sencilla, va a ser larga y requerirá de privaciones y sacrificios. En lugar de aceptar el difícil tratamiento, todo apunta a que hemos decidido ponernos en manos de auténticos homeópatas de la política, curanderos posmodernos expertos en el arte de la demagogia y en la retórica efectista, que nos aseguran que el remedio a todos nuestros males radica en el diálogo, la sostenibilidad y la perspectiva de género. Palabras inocuas, rodeadas de grandilocuencia pero de contenido impreciso, como el agua con sabor afrutado envasada en un bonito recipiente con un rótulo sugerente que, en el fondo, no es más que agua.
Estos nuevos discursos homeopáticos se consumen en grandes cantidades, y conllevan la inversión de ingentes fondos públicos en medidas inútiles, que sólo redundan en beneficio de quien las propone, mientras se soslayan las únicas medidas que podrían revertir el problema. De esta forma, algo que a priori podría haber sido inofensivo, mero artificio electoral, se transforma en un auténtico peligro para el sistema democrático: al abandonar los tratamientos convencionales en pos de la política homeopática no sólo no sanamos, sino que aceleramos la expansión del virus e incluso ayudamos a que aparezcan nuevas y peligrosas cepas identitarias, que pueden no tener tratamiento. Es como hacerse trampas al solitario: elegir vivir mientras optas por remedios que te van a matar.
Banalización de la violencia
Las declaraciones institucionales de emergencia climática y de emergencia feminista, las performances hiperventiladas de representantes institucionales a costa de hechos luctuosos, las continuas apelaciones a la insolidaridad intergeneracional que suponen la subida de pensiones y las exenciones a los pensionistas al margen de su nivel de renta, la banalización de la violencia y su relativización por intereses partidistas… Todas ellas no son mas que manifestaciones de homeopatía política en sus distintas variantes: ecológica, feministas, económica, etc.
El curanderismo político es un bálsamo de Fierabrás que nuestra sociedad ha decidido consumir para evadirse de la realidad, pero que no va a evitar que la realidad nos encuentre, más pronto que tarde. Esperemos que, cuando lo haga, aún tengamos remedio.
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