El Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana ha citado a declarar como investigada a la vicepresidenta del Gobierno de dicha región, Mónica Oltra, bajo la acusación de prevaricación, abandono de menores, omisión del deber de denunciar delitos y malversación. La verdad es que no está nada mal para una persona de tan alta responsabilidad institucional entre cuyos objetivos declarados para pedir el voto de sus conciudadanos están la lucha contra la corrupción y la regeneración de la vida pública. Se da además el hecho de que el código ético de la formación en la que milita dicha señora, Iniciativa por el Pueblo Valenciano, integrada en la coalición Compromís, contemplaba originalmente la obligación de dimitir para cualquier cargo que fuese imputado (ahora investigado) en una causa penal. Literalmente, esta norma interna rezaba así: “En caso de imputación por hechos relacionados con la hacienda pública y seguridad social y delitos contra la administración pública, violencia machista, corrupción, etc., que el Consejo Ejecutivo considere fundamentada, se exigirá la dimisión inmediata de los cargos públicos y/o del partido”. Una simple lectura del pronunciamiento de la fiscalía y del auto del TSJCV llevan a la conclusión de que la acusación está “fundamentada”.
Pues bien, el pasado mes de abril, cuatro años después de la proclamación solemne de tan loables exigencias regeneradoras, Compromís ha actualizado curiosamente su código ético y en él se establece el “estricto cumplimiento de la legalidad”, lo que parece razonable -no se entendería muy bien que los responsables políticos de una entidad con tan sentida y sincera vocación de limpieza de sus conductas se dedicasen a incumplir el orden legal vigente-, pero, oh sorpresa, el requerimiento de dimisión en caso de imputación se ha esfumado. Dado que esta modificación estatutaria tuvo lugar precisamente cuando empezaron las cuitas judiciales de la vicepresidenta, parece que la actualización en cuestión fue una clara maniobra defensiva en previsión de lo que está sucediendo ahora. Esta martingala recuerda bastante al célebre chiste de “estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”.
Hay que imaginar lo que habrán sentido la fiscal y los doctos magistrados que se ocupan de este asunto al verse tildados tan alegremente de peligrosos fascistas
Oltra ha declarado que no piensa dimitir, el presidente de la Generalitat valenciana, Ximo Puig, está sumido en un clamoroso silencio y los correligionarios de doña Mónica han atribuido su delicada situación procesal a una persecución de la “ultraderecha”. Hay que imaginar lo que habrán sentido la fiscal y los doctos magistrados que se ocupan de este asunto al verse tildados tan alegremente de peligrosos fascistas.
Pasemos a otra pantalla. El expresidente del Gobierno de la Nación, José Luis Rodríguez Zapatero, en un vibrante acto de la campaña andaluza en Vélez-Málaga acompañando al candidato Juan Espadas, ha dicho que “se siente orgulloso” de Manuel Chaves y Juan Antonio Griñán, a los que ha calificado de “personas honestas”. Teniendo en cuenta que el primero ha sido condenado a nueve años de inhabilitación por prevaricación y el segundo a seis años de cárcel y quince de inhabilitación por prevaricación y malversación al haber utilizado ambos indebidamente la friolera de setecientos millones de euros del presupuesto de la Junta de Andalucía, el mayor latrocinio perpetrado por cargo público alguno desde la Transición, estas rotundas muestras de afecto y respaldo a esta pareja de delincuentes, resultan algo desconcertantes. Como también suscitan cierta intriga las razones por las cuales los organizadores de la campaña electoral socialista en Andalucía han considerado que exhibir a un empleado de un narcotirano vulnerador sistemático de derechos humanos es un buen reclamo de cara a las urnas. Misterios de la mente progresista.
La izquierda ha tenido y tiene tanto atractivo sobre los votantes, a los que les encanta saber que hagan lo que hagan, digan lo que digan y destruyan lo que destruyan, estarán libres de pecado
Aunque la lista podría ser muy larga, bastan los dos ejemplos aquí traídos para ilustrar un interesante fenómeno, digno de profundo estudio por antropólogos, teólogos, psicólogos, psiquiatras y exorcistas: la izquierda es impermeable al mal, que resbala sobre su impoluta piel sin dejar huella. Fechorías que, cometidas por cualquier ciudadano corriente y no digamos si tiene veleidades liberales o conservadoras, deben ser objeto de la repulsa más airada y de la condena más implacable, perpetradas por gentes cobijadas bajo el manto protector de la izquierda quedan automáticamente justificadas o desaparecen milagrosamente. Los ladrones progresistas son honrados, los asesinos progresistas desbordan de bondad, los genocidas progresistas aman tiernamente a la humanidad y los corruptos progresistas practican la caridad. La izquierda no necesita demostrar que actúa correctamente o que sus políticas son acertadas. Es buena y seráfica por dogma de fe. Los que no compartimos esta fe y nos atenemos a la evidencia probada, somos réprobos que no merecemos gobernar y si nos ponemos demasiado insistentes la demonización, la inspección de hacienda, el campo de concentración o el paredón nos pondrán en nuestro sitio. Por eso la izquierda ha tenido y tiene tanto atractivo sobre los votantes, a los que les encanta saber que hagan lo que hagan, digan lo que digan y destruyan lo que destruyan, estarán libres de pecado si se adhieren al credo salvífico de los Zapateros, Sánchezes, Monteros, Iglesias, Belarras, Echeniques y Garzones de turno. Y Moreno Bonilla pidiendo al PSOE que se abstenga para no depender de Vox. Vivir para ver.
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