Desde hace muchos años, Miguel Ángel Revilla siempre dice que los políticos viven su particular berrea en época electoral. Y con ella, el electorado vuelve a padecer la misma inapetencia, apatía y falta de entusiasmo por la clase política actual como respuesta.
Algunos nos recuerdan que la libertad de las mujeres se escribe según lo que su pluma dicte. Otros, que el problema del racismo en el fútbol pasa a un segundo plano cuando es mejor aprovechar la oportunidad para denunciar los ataques sufridos por candidatos del partido en el ejercicio de su libertad de expresión e ideológica. Ambos hechos resultan igual de reprobables.
La dignidad y el respeto a la persona cobran más o menos importanciadependiendo de quién (se) hable
Unos y otros nos recuerdan que existen dos clases de ciudadanos: o mujeres que hacemos un flaco favor a los dogmas del feminismo, establecidos e impuestos, o a injusticias secundarias para el electorado cuya denuncia no merece la pena realizar ante los medios. La dignidad y el respeto a la persona cobran más o menos importancia dependiendo de quién (se) hable.
En definitiva, los extremos solo crispan y acaban crispando a los que se dejan crispar y con ello, acaban degradando a la clase política en general. Es siempre muy interesante realizar un análisis de la evolución de la postura de los partidos en relación a las cuestiones morales. Especialmente en las que son ambiguas por su delicadeza y, por tanto, con capacidad de atraer o perder importantes grupos de votantes.
La famosa sentencia del aborto
Un caso muy interesante es la evolución, en los Estados Unidos, de la postura de republicanos y demócratas en cuanto al aborto. En 1973, la Corte Suprema de los Estados Unidos dictó la famosa sentencia Roe v. Wade, 410 U.S. 113 que daba cobertura legal al aborto estableciendo un sistema de plazos. La sentencia contó con siete votos a favor y dos en contra de los magistrados. Lo que sorprenderá a muchos es que la base de la sentencia fue el fruto de la argumentación esgrimida tanto por cuatro magistrados de corte demócrata como por otros tres más cercanos al partido republicano. Los dos votos particulares corrieron a cargo de un magistrado demócrata y otro republicano.
Antes de 1980, el partido republicano abanderaba la causa de la libertad individual frente al Estado, es decir, la defensa de una estructura administrativa pequeña que velara exclusivamente por la salvaguarda de la libertad del individuo. Hasta ese momento, los republicanos abanderaban la legalidad del aborto. En cambio, los demócratas, herederos de una tradición cristiana, tomaban una postura totalmente contrapuesta.
Las tornas comenzaron a cambiar a raíz de las elecciones presidenciales de 1980 y 1984. Los asesores de Reagan se dieron cuenta de la presencia de un grupo social que los podría hacer ganadores de las elecciones: el movimiento evangélico. Esto fue el inicio de un viraje de 180º ante una cuestión tan delicada que no deja a nadie indiferente con tal de hacerse con el voto que podría marcar la diferencia. Una vuelta a la escena política tras 1930 que contradice totalmente la idea preexistente sobre una América eminentemente evangelista. El resto ya es historia.
Se pierde totalmente el foco de donde siempre debería estar, que es en la búsqueda del bienestar del ciudadano
En España, tenemos también claros ejemplos: la postura a favor de la gestación subrogada por parte de la izquierda en 2015 frente a su rechazo frontal en la actualidad.
La zozobra moral de los partidos es cincelada a golpe de estudios demográficos para amoldar su programa a los grupos de la población más atractivos. Se pierde totalmente el foco de donde siempre debería estar, que es en la búsqueda del bienestar del ciudadano, al que se le trata con la misma ambivalencia con la que la clase política cambia de chaqueta. Por supuesto, sin remangarse la camisa para llegar a acuerdos transversales por el bien común, una vez han pasado las elecciones. Hacerse la foto con las personas “equivocadas” es un riesgo inasumible en política.
Que nadie se equivoque, no es lo mismo la evolución de pensamiento que experimenta una sociedad, cuyo reflejo indudablemente debe quedar plasmado en un actualizado programa electoral, que la deriva ideológica de un partido, sumamente adaptable a intereses y circunstancias al objeto de mantenerse en el poder 'si la aritmética suma'.
De tal forma que, en estos casos, «ser de izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas formas que el hombre puede elegir para ser un imbécil», como diría Ortega y Gasset.
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