“Recuerda que eres un cisne negro.” Nassim Nicholas Taleb
Cuando el uno de marzo planteé la duda acerca de la gestión de la crisis del coronavirus, muchos pusieron el grito en el cielo de Twitter y me acusaron de poner en cuestión una información científica, avalada por un técnico tan reputado como Fernando Simón. Al acabar ese día alcanzábamos los 83 contagiados en toda España.
Al día siguiente, el propio Simón se acercaba al programa de Carlos Herrera para emitir la consigna oficial de tranquilidad. “No por juntarse se trasmite la enfermedad” o “no debería ser un problema grave celebrar eventos multitudinarios”, declaraba entonces; horas después, en su, por entonces, rueda de prensa diaria, pedía que nadie con sintomatología respiratoria acudiese a actos masivos, descartando la suspensión de ninguno por el coronavirus. Quedaban pocos días para la gran manifestación del 8 de marzo, a la que acudieron unas 120.000 personas. La noche del día uno, previa a esta comparecencia de Simón, en Madrid cerraba la feria ARCO tras cuatro días y unos 93.000 visitantes, más de 80.000 personas llenaban el Bernabéu y 400.000 personas celebraban carnaval en Tenerife. Días después tuvo lugar Aula 2020 en los pabellones de IFEMA, de Madrid, un éxito de convocatoria con más de 170.000 visitantes a lo largo de 5 días que finalizaban el 8 de marzo. Además de la manifestación del día internacional de la mujer, a la que acudieron unas 120.000 personas, Vox convocaba a otras 10.000 en Vistalegre, a pesar de los cientos de mensajes que recibieron a través de las redes sociales pidiendo la suspensión.
Son responsables los medios que han minimizado los riesgos actuando como caja de resonancia de la autoridad, tratando con una sonrisa durante demasiado tiempo la “gripe china”. Se dijo hace mucho que no era una gripe, pero daba igual, aquí lo que importaba era sedar al pueblo. No cabe duda de que, si esta crisis le llega a ocurrir a un gobierno del Partido Popular, el día 9 por la noche, tras anunciar la Comunidad de Madrid las medidas excepcionales de cierre de centros docentes, hordas dirigidas desde alguna cadena de televisión hubiesen tratado de asaltar el Palacio de la Moncloa al grito de asesinos. Esa responsabilidad no es comparable, evidentemente, a la de técnicos y políticos (dos categorías que, en algunos casos, parecen haberse fundido en una sola), pero es también exigible.
Son responsables todos los técnicos que han minimizado el riesgo desde el día uno, cuando sabíamos que China, posiblemente el régimen menos transparente del mundo, podía estar ocultando los datos
Son también responsables tantos analistas financieros que tachan de histéricos a los inversores y que siguen manteniendo que “las valoraciones no han cambiado”, a pesar de enfrentarnos a la mayor crisis económica desde 1929, con la combinación de una crisis de oferta (China, la fábrica del mundo, está cerrada) con una de demanda (todas las decisiones se posponen, siguiendo la máxima ignaciana). Caen las reservas del sector turístico, el 13% del PIB y el 13% del empleo, un 50% para Semana Santa; al pésimo febrero en automóviles (caída de ventas del 6% en un sector que representa el 10% del PIB y el 9% del empleo) se añaden los datos de China, que perdió el 80% de sus ventas en febrero. Ahora mismo, no vale ni una sola de las proyecciones de beneficio ni de ingresos que se hayan efectuado hasta hoy. Estamos en terra incognita financiera y no, no nos enfrentamos a una recesión, sino a una crisis rápida y brutal.
Son responsables todos los técnicos que han minimizado el riesgo desde el día uno, cuando sabíamos que China, posiblemente el régimen menos transparente del mundo junto con el de Corea del Norte, podía estar ocultando los datos. No existe factchecking, no hay observadores médicos internacionales que puedan circular libremente, la dictadura purgó al médico que anunció la enfermedad en un chat profesional privado y declaró la censura sólo cinco días después de que la OMS (a la que Australia declaró organización política sometida a presiones) alabara su labor. Ya dije la semana pasada que no se puede confiar en la información que de allí proviene.
Fernando Simón declaraba, el 31 de enero, que España no va a tener más allá de algún caso diagnosticado. El mismo Simón que, en la rueda de prensa del lunes 9, declaraba 904 fallecidos mientras los teletipos lloraban 999. Unas cifras que todos los médicos del sistema de urgencias hospitalarias presumían desde hacía muchos días, pues la progresión aleatoria de un contagio se puede modelizar, como cualquier actuario conoce, mediante, por ejemplo, la distribución de Polya. Sólo era cuestión de plantear escenarios de contagio, escenarios de propagación y preparar la estrategia. Pero no. El mensaje, hasta el mismo día 9, fue de tranquilidad, aquí no pasa nada. La web del Ministerio de Sanidad informaba de 374 contagiados el viernes 6 de marzo a las 18.00; así estuvo, congelada, hasta las 13.00 del lunes nueve. Sesenta y una horas donde la información oficial no existía, tal y como anticipó Fernando Simón el mismo viernes; ya saben, es fin de semana, no busquen funcionarios en el ministerio; tampoco en la mayor crisis de salud pública de nuestra historia desde la guerra civil. Cuando el ministro Illa planteó el cambio de fase, de contención a contención reforzada (un término que jamás habían empleado, para evitar decir que estábamos en alerta), el daño estaba hecho. Simón es, por tanto, el primer responsable, y debe dimitir o ser cesado. Y, con él, el ministro de sanidad que lo protege, como principal responsable.
La suspensión del Mobile de Barcelona es la única decisión razonable que se ha tomado en este país hasta que la Comunidad de Madrid cerró colegios y universidades
Es responsable la vicepresidenta primera del gobierno de España, Carmen Calvo, que preside y dirige (se supone) el Comité Interministerial del Gobierno sobre el coronavirus, del que sólo hemos oído hablar el día de su creación, y en las escasas ruedas de prensa del presidente del Gobierno. En un acto de manifiesta incompetencia e irresponsabilidad, acusó también subrepticiamente a la organización del Mobile World Congress (quién se acuerda de aquello, de cómo pusieron a la organización, en la única decisión razonable que se ha tomado en este país hasta que la Comunidad de Madrid cerró colegios y universidades este pasado día 9) de razones de índole política, no sanitarias, ante la cancelación del congreso. Debe también asumir su responsabilidad política.
Como debe asimismo hacerlo la ministra de Igualdad, Irene Montero, quien acudió a la manifestación del 8M a pesar de mostrar síntomas claros de la enfermedad, como muestran estas imágenes, desoyendo las indicaciones de Fernando Simón que recojo más arriba y poniendo en peligro, con su actuación, a miles de personas, además de a su directora general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI, Boti García Rodrigo, septuagenaria y, como tal, grupo de riesgo.
Pero nada de esto hubiese ocurrido de no ser por la incapacidad y el sesgo ideológico de nuestro gobierno en pleno, el primero que debería dimitir como responsable de la inacción. Él planteó la manifestación como la piedra angular de su política feminista, encabezando un gobierno cegado que animaba “a la participación en la próxima jornada del 8 de marzo” sólo un día antes, cuando cualquier médico sabía dónde estábamos entrando. La situación en Italia estaba ya descontrolada, nuestras cifras crecían a un ritmo mayor y no pasaba nada. Todo se aplazó hasta ese día, como algunos (como Matthew Bennett, Luis del Pino, Pablo Velardedaoiz y yo mismo, todos fascistas, machistas, opresores) habíamos advertido. Un presidente que no ha dado la cara hasta la semana trágica que estamos cerrando, anunciando primero un plan de choque “que llevamos estudiando dos semanas” (cuando, en esa fecha del 24 de febrero y según las cifras oficiales, contábamos con sólo 4 contagiados) y, posteriormente, unas medidas tan a todas luces improvisadas e insuficientes que provocaron tres puntos más de caída del IBEX 35. Sólo a alguien tan vanidoso y pagado de sí mismo se le ocurre no decir nada antes del cierre del mercado en la peor jornada de su historia. El anuncio del estado de alarma en una rueda de prensa el viernes, sin enunciar medidas concretas, siempre por detrás de los acontecimientos y de las decisiones de las CCAA, es la penosa imagen de la ausencia de liderazgo.
China nos ha regalado dos meses; Italia, desbordada y cerrada, diez días. Hemos sido tan ingratos que no hemos aprovechado ninguno. Nos arrastran los acontecimientos mientras el gobierno de la nación se hace pruebas del coronavirus. El SARS-CoV-2 se expande sin control por nuestro país. Ha llegado acción de gracias, la hora de comerse el pavo; el problema es que, esta vez, el pavo, que nació negro en enero y hace ya días había mudado a blanco, somos todos nosotros.
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