Felipe VI no lleva mucho tiempo en el trono, en junio se cumplieron nueve años de su proclamación, pero su reinado está siendo muy movido políticamente. En estos nueve años se han convocado cinco elecciones generales cuando lo normal en ese periodo de tiempo es que se hubiesen convocado dos. En enero de 2016, cuando llevaba apenas año y medio reinando, el país se tornó ingobernable. La entrada de dos nuevos partidos de ámbito nacional (Podemos y Ciudadanos) en las cámaras redujo notablemente los escaños del Partido Popular y el PSOE, que son los dos pilares del sistema.
En marzo de 2016 se celebró una investidura fallida. Sánchez aseguró al rey que podría sacar adelante su candidatura, pero se quedó muy lejos, sólo le apoyaron 131 diputados, los de su partido y los del Ciudadanos de Albert Rivera con quien acababa de llegar a un acuerdo. Rajoy tampoco disponía de una mayoría suficiente, así que rechazó el ofrecimiento del rey para intentarlo, dejó correr los plazos para la autodisolución de las cámaras y esperó a que las nuevas elecciones despejasen el panorama. No fue del todo así. El PP salió fortalecido, pero sólo ligeramente, y tanto el PSOE como Ciudadanos recibieron castigo en las urnas. Sánchez volvió a cerrarse en banda retrasando la investidura de Rajoy, que no se produjo hasta finales de octubre de aquel año gracias a la abstención de casi todos los diputados del PSOE. Días antes Sánchez había sido destituido de su cargo de secretario general del PSOE tras una crisis que dio muchas horas de televisión e interminables chanzas en las redes sociales.
Año y medio más tarde, ya con Sánchez de nuevo al frente del PSOE, se produjo la moción de censura que implicaba su investidura automática. Ahí el Rey no tuvo que intervenir, cosa que si hizo en 2019 tras las elecciones de abril, que dejaron de nuevo un mapa muy fragmentado. Sánchez, que había ganado aquellas elecciones con un resultado mucho peor del que se esperaba, fue llamado a consultas en Zarzuela, pero no le daban los números, de modo que tuvo que volver a convocar para noviembre. No mejoró su situación, pero llegó a un pacto de Gobierno con Podemos y a otro de investidura con los independentistas que le permitió alcanzar los 176 escaños que necesitaba en la primera votación.
Lo de este año ha sido diferente. A diferencia de lo que sucedió en 2019, esta vez ha sido el Partido Popular quien ha ganado las elecciones. Lo ha hecho con 16 diputados de ventaja sobre el PSOE, pero está en una situación similar a la de Rajoy hace siete años, apenas tiene socios y con ellos no alcanza la mayoría absoluta. Sánchez, que ha quedado segundo se encuentra en la situación opuesta. Él y su socio de Gobierno (Sumar, que ocupa el espacio de Podemos), se quedan en 152 escaños, 24 menos de los necesarios para una mayoría absoluta, pero la miríada de formaciones independentistas que motean el hemiciclo parece dispuesta a apoyarle si hace ciertas concesiones.
El Rey hizo entonces lo que tenía que hacer. La costumbre (y la lógica) es encargar la investidura al candidato que ganó las elecciones o, en su defecto, al que disponga de una mayoría clara
Tenemos, por lo tanto, dos aspirantes a ser investidos presidentes de Gobierno. Uno porque ha ganado con autoridad, el otro porque esgrime unos acuerdos aún sin concretar con una serie partidos que le franquearían el paso. Ambos hicieron saber a Felipe VI que querían presentarse a la investidura poniéndole así ante un dilema. El Rey hizo entonces lo que tenía que hacer. La costumbre (y la lógica) es encargar la investidura al candidato que ganó las elecciones o, en su defecto, al que disponga de una mayoría clara y bien atada. A día de hoy ninguno de los dos tiene esa mayoría, pero sí que hay un ganador con 16 escaños de diferencia. En el PSOE arguyen que, aunque aún no tienen completamente asegurados los votos, se encuentran cerca tal y como se pudo ver en la formación de la mesa del Congreso la semana pasada. Pero recordemos que Sánchez ya se la jugó al rey en una ocasión. En febrero de 2016 le aseguró en la Zarzuela que podría salir bien librado de la investidura y lo que cosechó fue un sonoro fracaso.
En España la corona carece de poder, su función es protocolaria, el rey se limita a ejercer de moderador cuando las circunstancias lo requieren. Esto es lo que acaba de hacer el monarca, arbitrar entre dos aspirantes sin dejarse presionar por los partidos políticos y por la prensa. Durante los últimos días hemos visto como se insinuaba que el rey no debía hacer nada hasta que los acuerdos estuviesen listos, pero es que esto no funciona así. Los tiempos de las instituciones (y la monarquía es una de ellas) son distintos a los tiempos de la política. La semana pasada tocaba la ronda de consultas y eso mismo es lo que hizo el rey. Convocó en el palacio de la Zarzuela a los líderes de todas las formaciones con representación en el Congreso. Hubo cuatro partidos que no acudieron a la cita (ERC, Junts per Catalunya, Bildu y el BNG), por lo que el rey no pudo preguntarles cuál iba a ser su postura en la investidura.
Seguros tiene solo a sus 121 diputados y a los 31 de Sumar, los demás son una incógnita ya que aún no se ha anunciado acuerdo alguno al respecto
Pedro Sánchez también presionó para evitar que el rey se decantase por dar prioridad a Feijóo. Dijo que no tenía sentido que se presentase porque no iba a conseguir ser investido. Eso mismo fue lo que hizo el propio Sánchez en 2016 con sólo 131 apoyos comprometidos. En aquel momento engañó al Rey y le dijo que sería capaz de convencer a los que le faltaban. No fue así, pero al menos esa investidura fallida puso en marcha la cuenta regresiva que condujo a las elecciones del 26 de junio de 2016. La cuestión es que él tampoco tiene una mayoría segura en estos momentos. Seguros tiene solo a sus 121 diputados y a los 31 de Sumar, los demás son una incógnita ya que aún no se ha anunciado acuerdo alguno al respecto.
Feijóo al Rey le dijo la verdad, que sólo tiene amarrados 172 votos a favor y que necesita algo de tiempo para conseguir los cuatro que le faltan. Volviendo a los tiempos de la política, esos cuatro diputados podrían ser misión imposible. Feijóo cuenta con el apoyo de Vox, de UPN y de Coalición Canaria. Todo lo que está más allá le es inalcanzable. Tratará de convencer al PNV, pero no es ni mucho menos seguro que lo consiga. Una vez haya fracasado en su intento el rey encargará a Sánchez presentarse, para salir investido necesita forjar una coalición de siete partidos: sus 121 escaños, más los 31 de Sumar, los 7 de Esquerra, los 7 de Junts per Catalunya, los 6 de Bildu, los 5 del PNV y el único diputado del BNG. De este último podría prescindir, pero no de todos los demás.
La papeleta que tiene Sánchez por delante es peliaguda. Tiene que contentar a demasiados, es demasiado débil y carece de plan B. O convence a cinco partidos independentistas y necesariamente maximalistas o habrá que ir a elecciones de nuevo. Tan pronto como dé comienzo la sesión de investidura, que dura dos días, arranca la cuenta atrás. Hay dos meses por delante y esta vez no será tan fácil como en 2019, cuando bastó con un abrazo y un acuerdo de mínimos con Podemos. El resto vino rodado porque el centro derecha, encarnado entonces en el PP junto a Ciudadanos y Vox, se quedaba en 151 diputados mientras que el PSOE y Podemos reunían casi 160.
Esta vez Sánchez se presenta como perdedor y con una mayoría cogida con alfileres. Cada uno de los cinco partidos que necesita para seguir en la Moncloa pondrá sus propias exigencias. Algunas ya se han filtrado como la amnistía para los líderes del procés (que ya fueron indultados por Sánchez hace dos años), incluyendo a Carles Puigdemont, que se encuentra huido de la justicia española desde hace seis años y no despierta precisamente simpatías entre el grueso del electorado. Esa es la oportunidad que seguramente quiera aprovechar Feijóo. Tendrá dos días en los que podrá explayarse a placer con todo el mundo mirando. Luego que suceda lo que tenga que suceder. La derrota es casi segura, pero, si se dan las circunstancias adecuadas, podría convertirse en una victoria dentro de uno, dos o tres años.
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