Opinión

Hostias y torrijas

En la derecha vienen días de celebración, pero deberán recordar que hay algo que sí resiste permanentemente al cambio: el PSOE

No descubrimos nada nuevo si decimos que lo único que permanece en política es la perpetua promesa de transformación. Andalucía es hoy el más reciente ejemplo de este cambio parmenídeo. A las elecciones celebradas ayer se presentaban no uno, sino dos partidos que prometen arrasar con todo y empezar de cero: Podemos y Podemos B. En una radical muestra de coherencia, lo primero que desmontan en cada elección son las siglas propias. No sólo las cambian, sino que también las multiplican, probablemente para despistar a las brigadas de jueces y fiscales franquistas que quieren acabar con ellos. Lamentablemente esta persecución fantasmagórica tiene consecuencias, y una de las dos variantes -no sé cuál de las dos, y probablemente ellos tampoco- tuvo que explicar a sus votantes el mismo día de las elecciones en qué papeleta se podía votar por los suyos. Hay que ver el lado bueno: al menos no tuvieron que explicarles qué día tenían que ir a votar. 

El partido del 15M y de las 15 marcas electorales venía para cambiarlo todo, está en el Gobierno de España y aún no ha conseguido transformar la estructura profunda del sistema, pero sí ha logrado avances considerables en la demolición de la presunción de inocencia o de la igualdad ante la ley. Ha contado para ello con la colaboración del PSOE, que en Andalucía ofrecía también una vuelta al cambio permanente que aplicaron durante casi cuarenta años. Estaban a punto de situar a Andalucía en la vanguardia del crecimiento y de acabar con la corrupción y justo tuvo que llegar la primera legislatura sin ellos al frente. Ya es mala suerte.

El Partido Popular volverá a gobernar, esta vez en solitario y tras ganar claramente las elecciones. La lectura que se va a hacer en el PP es que la moderación funciona y el ayusismo incómoda. A Feijóo se le está poniendo cara de presidente, dirán ahora los asesores, pero sospecho que las generales serán más parecidas a las madrileñas que a las andaluzas, y sin los disparos en el pie diarios del socialismo madrileño.

Es posible que el gran reemplazo de Vox sea el que sufran ellos cuando sus votantes vayan volviendo al PP

Vox, con una situación nacional propicia -el PSOE echado al monte de la inconstitucionalidad y el PP echando la siesta de la tranquilidad-, apenas sube un par de escaños respecto a las últimas elecciones. Es posible que el gran reemplazo sea el que sufran ellos cuando sus votantes vayan volviendo al PP, probablemente cansados de tantas campañas hinchadas, tantas promesas histéricas y tantos discursos importados e impostados.

En Ciudadanos Juan Marín dimite, pero el marinismo permanece. Su mensaje de despedida no pudo ser más fiel a lo que es el partido hoy en día. No hay torrijas, pero al menos Vox no entra en el Gobierno. El PSOE sigue desmontando los mecanismos de control al poder, pero al menos Vox no entra en el Gobierno. Los que nos llamaban fascistas aplauden nuestra desaparición, pero al menos Vox no entra en el Gobierno. El capítulo final de Ciudadanos ha sido desgraciadamente lo que se esperaba que iba a ser.

Mientras tanto, el PSOE, después de muchos meses de desgaste en los que se anunciaban dimisiones y fin de ciclo cuatro veces por semana, pierde apenas tres escaños respecto a las últimas elecciones. No parece una gran debacle.

En resumen: la izquierda española celebrará en las redes y en las tribunas la derrota de Vox y lamentará en los gabinetes y en los pasillos la derrota del alarmismo, que es de lo que han comido hasta ahora. La anticipada y anhelada hostia de Sánchez ni se oye. Un tropiezo en un escalón, ni toca suelo. La izquierda transformativa sí se la pega. Yolanda Díaz debería volver a ensayar la cara dramática que exhibió en La Sexta cuando el PSOE intentó reconducir las elecciones madrileñas mediante una navaja fantasmal. En Ciudadanos prosigue el agónico viaje al centro de la torrija. Decía Juan Marín antes de certificar oficialmente el desastre y de presentar su dimisión, que no encontraba “una explicación racional” a los resultados. Pero Marín, siempre hay explicación racional, incluso para lo más estúpido. Es una estupidez pensar que los antiguos votantes de Ciudadanos estaban más preocupados por la corrupción que por la destrucción de la nación y del Estado, o que todos los antiguos votantes de Cs compraban el cuento socialista del fascismo a las puertas. “No merecemos en estos momentos estar en esta situación”, añadía a duras penas. Todo tiene una explicación racional, Marín. También la incomprensión fingida para evitar un análisis serio que debería llevar a posiciones políticas más firmes y menos cómodas. 

En la derecha vienen días de celebración, pero deberán recordar que hay algo que sí resiste permanentemente al cambio: el PSOE. Sobrevivió a los GAL, a la estupidez malvada -o la maldad estúpida- de Zapatero y sobrevivirá a Sánchez. Su camino va ligado a la supervivencia del fascismo y a la estrategia de Pedro y el lobo. La estrategia caducó hace ya mucho tiempo, porque el lobo irá entrando en los gobiernos y Franco seguirá enterrado a pesar de las prácticas nigrománticas de La Sexta, pero la estrategia zombie seguirá avanzando unos meses, con una vuelta a los orígenes: el PP volverá a ser el partido de la extrema derecha. Será interesante comprobar cómo esta tesis convive con otra que ayer tuvo mucho éxito, apuntando a Ayuso: el PP gana cuando abraza la moderación. Y será aún más interesante vaticinar la conclusión a la que deberán llegar: es posible una extrema derecha moderada.

El cuento de la democracia española nunca ha dejado de ser una versión más compleja del país de Alicia, en la que Humpty Dumpty nunca llega a caer del muro.

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