Ayer, día 17 de octubre de 2019. Cerca de las 23.00 horas. Estaba puesta la televisión, TV3, la que depende del Gobierno de la Generalitat. Relataba el locutor que un grupo de "nazis, de extrema derecha" le habían dado una "brutal pallissa" a un "antifeixista" que se había quedado solo, descolgado de su grupo. Las imágenes mostraban jóvenes corriendo con banderas que podían ser españolas (la cámara estaba demasiado lejos), que en un momento dado rodeaban a una persona, imágenes que se alternaban con hogueras y policías equipados de antidisturbios. Barcelona. La voz que ilustraba las imágenes repetía que los "nazis", de extrema derecha recalcaba, habían agredido a un indefenso "antifeixista". Una "brutal pallissa" repetía incansable. No daban imágenes de la agresión ni añadían la coletilla habitual de que el herido había sido trasladado a un hospital, con heridas de consideración y etcétera.
Para TV3, la televisión catalana, los llamados comités de defensa de la república, CDR, que colapsan el aeropuerto, queman contenedores, interrumpen el tráfico, impiden el funcionamiento normal del sistema ferroviario y agreden a los cuerpos de seguridad que intentan restablecer el orden, son "antifeixistas", resistentes por la libertad, patriotas en definitiva. Frente a ellos, los nazis, los españoles, todos de extrema derecha, y los malos catalanes que impiden la libertad de la nación.
Lo malo de este relato, Goebbels en estado puro, todo él espurio, es que ha conseguido ganar la batalla de la opinión pública, hasta el punto de que muchos medios de comunicación editados fuera de Cataluña lo compran y lo venden a sus lectores, aunque afeitando las mentiras más groseras, pero respetando el fondo: los de las banderas españolas son nazis o como mínimo antidemócratas; quienes causan un daño enorme a los ciudadanos de Cataluña son antifascistas.
Repare el lector que el lenguaje utilizado, tan lejos de la realidad que pretenden informar, pertenece a la España (y Europa) de los años 30 del siglo pasado: la lucha del Bien contra el Mal, los combatientes por la libertad ("en defensa de la República"), contra los opresores, los nazis, los fascistas. Los antidemócratas.
Evidentemente, nada tiene que ver la realidad que se vive en Cataluña con ese relato. La realidad es que el Gobierno de la Comunidad Autónoma catalana está presidido por un racista que piensa y escribe en clave supremacista. Los catalanes de verdad, los separatistas (o secesionistas si se quiere; en ningún caso independentistas, pues nada hay de que independizarse), constituyen un pueblo superior, odiado por el Estado (a veces Estado español), oprimido por ese mismo Estado antidemocrático que para impedir la liberación del pueblo envía, redobladas, sus tropas de ocupación.
Ese relato, engordado con el paso de los años y reiterado hasta la saciedad, un día tras otro, explica en buena parte la situación en Cataluña. La experiencia de Alemania entre 1929 y 1933, cuando el talento de Goebbels para conseguir que las mentiras fueran creídas por millones de personas llevó al cabo Adolf Hitler, otro racista, a ocupar la Cancillería, nos debería hacer reflexionar. Una famosa escena en la película de Fosse, Cabaret muestra a un camisa parda cantando en un restaurante que el futuro es suyo; mientras los comensales le aplauden, uno de los protagonistas del film se pregunta: ¿de verdad podremos pararles? El resto de la historia ya lo conocen ustedes. Se dejó incubar el huevo de la serpiente y luego ya fue tarde.
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