Hubo un momento crucial en la crónica de nuestra democracia y fue aquel en que Sánchez --el candidato que jamás ganó unas elecciones-- le espetó al todavía presidente Rajoy aquello famoso de “Usted no es una persona decente”. Hasta entonces, mal que bien, los congresistas españoles habían escuchado infinidad de puyas y descabellos pero nunca quizá una descalificación tan desaprensiva como la que Rajoy hubo de tragarse sin más que una protesta banal. A Suárez lo subieron a la grupa del caballo de Pavía y a Fraga le mentaron la bicha de su firma bajo el “enterado” de alguna condena a muerte. A González lo instituyó Aznar como capo de las corrupciones de entonces y, desde un Juzgado, un juez estrella lo invistió, nada menos, como el “señor X” de los GAL. No hubo nunca Parlamento que se librara del rifirrafe oral y hasta llegó a apreciarse el exabrupto parlamentario, aunque sin saltarse las bardas, como una ovacionada suerte retórica.
Cuando un “jabalí” tipo ministro Puente --¿cómo respetar a un ministro que ve en su presidente al “puto amo” (sic)?--pretendió en una ocasión burrear creo que fue a Gil Robles dando por supuesto que el aludido “dormía en camisón”, éste no esperó la oferta reglamentaria de réplica para asestar al chistoso un mandoble memorable --“¡Qué indiscreta es la esposa de su Señoría!”—que fulminó de por vida al agresor. Eran tiempos de ingenio, no de miserias como ahora.
¿Cómo es posible que un volatinero profesional como Sánchez no se percatara de que con sus constantes ataques a la presidenta madrileña acabarían fortaleciéndola hasta llevarla a la mayoría absoluta? ¿Y cómo explicar que quien, como él, reclamó por tres veces desde su escaño azul el cese de la encumbrada, dándole graciosamente por cómplice en los tejemanejes de su novio, fuera capaz de abandonar por cinco días el Gobierno de España en cuanto un juez admitió a trámite –como es usual—una denuncia que, en último término, respaldaría un aval firmado por su esposa, abría la posibilidad de entreverla procesalmente como una “conseguidora”? Quienes claman denunciando la ciénaga en que, entre todos, han convertido la vida política son los mismos que, no contentos con acusar cien veces sin fundamento a los familiares de Ayuso, se sacaron un día de la ancha manga una insostenible acusación de agio dirigida a la mujer de Feijóo de la que ni ellos mismos han vuelto a hablar. ¡Cómo para creer que el autorrestaurado presidente va a acabar de aquí en adelante con el fango, apoyado en las consignas colectivas y acompasado por el histérico aplauso de la ménade majareta que nos vicepreside!
La sobra de sospecha sobre la esposa
El gravísimo incidente de la sede vacante y la cómica autorrestauración con que se ha resuelto, podrá enturbiar aún más la ciénaga que denuncia el mismo que la promueve, pero no va a poder ocultar, en todo caso, la realidad de una gusanera envilecida en la que los Tito Bernis y los Koldos, los Ábalos y hasta los Rubiales no son más que veniales anécdotas comparadas con el trágico disparate que encarna un Sánchez manejado a distancia, y sin la menor consideración, desde el bululú ambulante de Puigdemont. Como nada podrá borrar tampoco, ni dentro ni fuera de España, la sombra de sospecha sobre la esposa que ha esparcido por doquier la calculada pero irreflexiva “espantá” de su cónyuge, por más dispuesto que venga a cargar contra los jueces y el periodismo libre. Lo que no tiene explicación es que nadie haya recordado estos días aquella escena en que Sánchez llamaba “deshonesto” a Rajoy. Porque perplejos como nos quedamos la mayoría aquella noche ya lejana, parece que a nadie se le ocurrió ver en la pantalla de la tele, más claro que el agua, el huevo de la serpiente
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