Hace muchos años, mi buen y difunto amigo Romà Planas, secretario del Presidente Tarradellas, hombre de mundo y sagaz, estaba fumándose uno de sus interminables pitillos a mi lado. Estábamos en un congreso del PSC y me descubrió mirando al actual ministro Iceta yendo y viniendo cargado con carpetas, papelotes, entrando y saliendo de la ponencia política a la de organización y viceversa. Conspirando, en suma. Como yo pusiera cara de preocupación, aquel luchador por una Cataluña normal, española, decente y sensata, me dijo algo acerca de Iceta. “No te preocupes cuando lo veas ir y venir. Cuando debes temer es cuando no lo veas por ninguna parte”. Tenía razón. Está por escribir la intrahistoria tejida alrededor de mesas y manteles en la que se acostumbran a decidir, especialmente en los cafés, asuntos de importancia que deberían ser discutidos en sede parlamentaria.
Iceta es un sutil muñidor de tales encuentros. En las distancias cortas sabe ser encantador, y como es persona culta, de ingenio y palabra rápidos, suele cautivar a sus interlocutores. Muchos analistas se han olvidado de él, pero su sombra omnipresente continúa proyectándose sobre la moribunda vida política catalana, que yace cadavérica esperando a que exhale el último suspiro para poderle efectuar la autopsia y averiguar qué tenía por dentro para acabar por ser tan dañina y perversa. Pero el ministro Iceta sigue con lo suyo, que no es otra cosa que lograr para el PSC, o sea, para él, la presidencia o, al menos, el control de la Generalitat. Mientras Esquerra juega al disimulo con las CUP, cuando todos saben, empezando por Aragonés que un eventual gobierno con los quema contendores es incompatible con darse dos años de plazo para acordar una consulta con el Estado, Junts per Catalunya mantiene las distancias estratégicas. A Puigdemont le reventaría ver de presiente a alguien de Junqueras. El movimiento separatista liderado desde Waterloo solo odia a alguien más que a España, y es a sus ex socios de gobierno.
Incluso cuando pierde, Iceta gana. Y es más peligroso, efectivamente, cuando no sabemos dónde está ni qué hace
Aprovechando que los de Puigdemont y los de Iceta gobiernan en coalición la Diputación de Barcelona y numerosos ayuntamientos, básicamente porque los neoconvergentes lo prefirieron así antes que fuesen los republicanos quienes detentaran ese poder, Iceta empezó a explorar justo el día después de las autonómicas esa vía. Sabedor que a Illa le falta mucho para conseguir los sesenta y ocho diputados que precisa una mayoría absoluta en la Cámara catalana, su sólida cultura latina le hizo preguntarse: ¿cur non? Y, descolgando el teléfono, habló con dos o tres de sus interlocutores en JxCat. Alguno incluso sito en el extranjero. La impresión que extrajo, según nos cuenta un destacado dirigente socialista catalán, es que los del fugado tenían más rabia a un presidente de Esquerra que a que Illa ostentara esa magistratura, siempre que ellos llevasen la parte del león, incluso si lo apoyaban desde fuera sin entrar en el Gobierno. De forma y manera que bien podría darse que Illa fuese presidente con un Consell integrado por socialistas, podemitas y bastantes independientes, apoyado por JxCat con numerosas contrapartidas que sería ocioso repetir.
Esquerra, que conoce de esa línea abierta entre socialistas y sus terribles enemigos puigdemontianos, se ve en una terrible disyuntiva. O pacta con Illa un Gobierno social separatista con los podemitas por en medio y saca a la CUP de la ecuación, con lo que se expone a tener las calles incendiadas mucho tiempo – el mismo temor que experimenta Sánchez con Podemos – o acaba por pactar el abrazo del oso con Puigdemont y se ata irremisiblemente a la escalada que estos piensan desarrollar en los próximos meses y que la presidenta del Parlamento catalán Laura Borrás ya ha bosquejado.
Iceta no pierde nada por esperar. Con Ciudadanos barrido del mapa y en franca descomposición, un PP puramente testimonial y un Vox al que con tildarle de ultraderechista basta para que la masa adoctrinada condene, las combinaciones restantes son todas favorables a sus intereses. ¿Que Illa acaba de presidente? Estupendo, porque él también está de acuerdo con la mesa de diálogo, los indultos, el referéndum pactado, el blindaje del catalán en la escuela y toda una porción del argumentario ultra catalanista. ¿Que sale Aragonés? Ya se ocupará él de apretarle las clavijas como ministro del asunto territorial y convertirle la legislatura en un camino sembrado de minas.
Lo he dicho y lo repito. Incluso cuando pierde, Iceta gana. Y es más peligroso, efectivamente, cuando no sabemos dónde está ni qué hace. Cuán sabio eras, Romà, y cómo los tenías calados a todos. Por eso se te sacaron de encima a la primera oportunidad que tuvieron.
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