El alud de interpretaciones generado para presentar de forma favorable a los propios intereses los resultados ofrecidos por el recuento de las urnas en las elecciones del pasado domingo 13 de febrero en la comunidad autónoma de Castilla y León, prueba cómo el concepto “ideología” refleja uno de los descubrimientos que alumbró el conflicto político. En breve, que el pensamiento de los grupos dirigentes puede llegar a estar tan profundamente ligado a una situación por sus mismos intereses, que ya no sean capaces de percibir aquellos hechos que harían vacilar su sentido del dominio. Porque, como escribe Karl Mannheim en Ideología y utopía (Introducción a la Sociología del Conocimiento),“en determinadas situaciones, el inconsciente colectivo de algunos grupos oscurece la situación real de la sociedad tanto para sí mismos como para otros; y, de este modo, la estabiliza”.
Así también el concepto de pensar utópico refleja el descubrimiento opuesto de la lucha política, es decir, que ciertos grupos oprimidos están, de modo intelectual, tan fuertemente interesados en la destrucción y transformación de determinada condición de la sociedad, que, sin ser conscientes de ello, perciben sólo aquellos elementos de la situación que tienden a negarla. De modo que “su pensamiento jamás es una diagnosis de la situación; puede ser usado solamente como una guía para la acción”. Porque “en la mentalidad utópica, el inconsciente colectivo, guiado por una representación ardiente y por la voluntad de acción, oculta ciertos aspectos de la realidad, vuelve la espalda a todo lo que pudiera conmover su creencia o paralizar su deseo de cambiar las cosas”.
Lo peor no fueron las muestras de ceguera para abrirse a la más elemental autocrítica, que apenas afloró en el socialista Tudanca"
La huellas de la posición
Quienes siguieron los programas informativos especiales que las emisoras de radio y los canales de televisión ofrecieron el domingo, día 13, a partir de las ocho de la tarde, hora del cierre de los colegios electorales en la comunidad autónoma de Castilla y León, y prolongados hasta que concluyó el escrutinio de las papeletas depositadas en las urnas así como las comparecencias ante la prensa de los cabezas de lista de las candidaturas contendientes, pudieron corroborar que sus palabras eran sólo reflejos deformados de la situación en que les había dejado el escrutinio y anticipaciones de sus intereses inconscientes. Transparentaban de manera inevitable las huellas de la posición de los sujetos cognoscentes, que habían ido apareciendo sucesivamente en los atriles de las sedes de los partidos.
Pero, lo peor no fueron las muestras de ceguera para abrirse a la más elemental autocrítica, que apenas afloró en el socialista Tudanca. Lo más impresentable lo constituyó el sectarismo de los periodistas y de los medios de comunicación entregados a la adhesión incondicional, conforme al principio de quien paga manda.
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