Opinión

Ideología y vómito

Nadie puede decidir por mí cuándo introducir ciertos temas a mis hijos

A la administración se le podría soltar aquella frase con que las madres torturamos a nuestros polluelos: “¡para acabarte la carne no tienes hambre, pero para zamparte el postre sí, ¿eh, pillín?!” Ahí va un ejemplo:

En mi barrio se han tomado algunos muy en serio aquello de volver solo y borracho a casa. Mi problema con ellos es que les ha dado por vomitar en los bancos de la parada de autobús ¿Tanto cuesta echar la pota en otro lado? Cabría esperar que el borrachín volviera al día siguiente a limpiar la escena del crimen, pero no. Es lo que ocurre cuando pensamos que papá-Estado está para solucionar nuestras fechorías. Existen dos tipos de personas: quienes pensamos que lo público, al ser de todos, debemos cuidarlo, precisamente porque es nuestro (y por educación, leñe). Y luego están quienes se piensan que decir que algo es de todos es una forma de decir que no lo es de nadie y, en consecuencia, carecen de toda obligación de cuidarlo e incluso lo pueden vandalizar: ¡no es de nadie! ¡que lo arreglen los que mandan, que para eso les pagamos!

Si tenemos en cuenta que la intimidad sexual pierde posiciones a velocidad de infarto, lo natural es que nadie considere pornográfico el anuncio de marras

Los que mandan lo arreglaron. El vómito, digo. Eso sí, tardaron más de una semana en solucionarlo. Menuda gracia para ancianos, embarazadas y minusválidos. El individualismo egoísta es a lo que aboca. En esa parada, además, esperan muchos niños a sus respectivos autobuses escolares, privados o públicos. En la marquesina aparece desde hace dos semanas un anuncio gráfico de la campaña del Ministerio de Igualdad “Ahora que ya nos veis, hablemos”. En él se muestra a dos personajes en claro ritual de apareamiento sexual, semidesnudos. Resulta desconcertante: las podemitas del Gobierno tienen especial empeño en luchar contra la pornografía, entre otras cosas porque son conscientes de que el acceso a ésta es cada vez más temprano (8 años, según la Agencia Española de Protección de Datos). Si tenemos en cuenta que la intimidad sexual pierde posiciones a velocidad de infarto, lo natural es que nadie considere pornográfico el anuncio de marras. Estamos curados de espantos, esas imágenes no nos dicen nada.

Los niños, sin embargo, son otra cosa. Por eso existe en televisión un horario infantil. Lo que a nosotros -en cualquier ámbito- nos parece natural, para ellos es nuevo. Quien es padre lo sabe, tener hijos pequeños es como tratar con marcianos a los que se debe explicar todo desde cero. Así pues, una imagen de dos panolis magreándose ligeros de ropa a nosotros no nos dice nada, pero a nuestros niños les pica la curiosidad. O lo toman como algo público (frente a los que lo consideramos algo íntimo). No en vano “publicidad” es una derivada de la palabra “público”. 

Otro tipo de vandalismo

Resulta comprensible entonces que un vecino pintara encima del anuncio un “dejad de meter ideología en vena a nuestros hijos” que tapaba toda la escena. Llevaba razón, otros no pueden decidir por mí cuándo introducir ciertos temas a mis niños, especialmente cuando ambos (el mayor tiene 9) aún hacen muecas de asco cuando en las pelis de animación los personajes se dan un piquito. Un biquiño, que diría la Yoli. En todo caso, y al margen de lo que opine cada quien sobre el anuncio de marras, lo que sí me indignó fue que el vandalismo de la marquesina se solucionó en un solo día. Uno. 24 horas. Contrasta llamativamente con la rapidez con que se recogió el vómito. ¿Por qué tanta rapidez para arreglar un tipo de vandalismo, y esa parsimonia para retirar detritos humanos? Lo mismo con Hacienda, una máquina perfecta, despiadada e implacable. Ojalá esa rapidez y eficiencia en la ejecución en el resto de las administraciones. En lo de ahogarnos a impuestos e inundarnos de ideología, un diez. Y el resto, ¿pa’ cuando?

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