El odio de Pablo Iglesias es calculado. No es el resultado de un mal momento o de un micrófono indiscreto. Escupe los insultos y las mentiras en tiempo y forma con un objetivo concreto. Sabe que las emociones son la clave de la política de masas, y que es imprescindible manejarlas cuando se quiere ocultar una deriva autoritaria o una negligencia. Por eso Pablo Iglesias insulta y miente, porque debe alimentar esas emociones que nublan el entendimiento.
Este comunista envuelve el odio en los dos resortes emocionales clásicos del anticapitalismo: la envidia y el resentimiento. Todo, claro, desde una supuesta superioridad moral. Esa es la línea continua del discurso de Pablo Iglesias y de su ser. Por eso está tan contento con la impresión general de que en tan poco tiempo como gobernante se ha convertido en un obstáculo en la democracia, no en una solución.
No tiene más política que reventar el sistema y su espíritu. Si Pablo Iglesias genera ilusión a algunos es prometiendo la destrucción de los otros. Si crea esperanza en otros es para frustrar al resto. Es así como el socialismo entiende la sociedad: una lucha entre colectivos de la que solo puede beneficiarse uno. Si ganan los empresarios siempre será a costa de los trabajadores, y éstos solo tendrán beneficios si pierde o se extingue el empresario.
Al socialista no le importa crear riqueza, sino su reparto a través de la coacción estatal. La libertad es irrelevante dice, porque lo decisivo es la igualdad material obligatoria
La raíz del socialismo es una enorme patraña, una de esas mentiras colosales que, a pesar de su larga historia de fracasos y sangre derramada, no deja de ilusionar a cuantos oyen las promesas que alientan su envidia y su resentimiento. Al socialista no le importa crear riqueza, sino su reparto a través de la coacción estatal. La libertad es irrelevante, dice, porque lo decisivo es la igualdad material obligatoria. El resultado de esta jerigonza es hambre para hoy e inanición para mañana como nos muestra la Historia.
El sistema de comunicación de Iglesias es bastante sencillo y solo puede colar en dos situaciones: si el país es tonto, o si se está en el Gobierno y se cuenta con el altavoz de los medios. El primer paso de su sistema es insultar como si fuera una respuesta a una crítica o conspiración. Después se acusa al partido contrario de crispar, porque la crispación es una manera de no discutir las propuestas del Gobierno. El efecto del sistema de Iglesias es desautorizar al adversario, y que no se debatan esas medidas sino los insultos, que pasan a ocupar los primeros planos de los medios.
Crispación y mentira
El descaro de Iglesias es tan grande que lo escribe en Twitter: “La crispación y la mentira son recursos de una derecha consciente de su debilidad y que no quiere que se hable de las cosas realmente importantes, como la ley integral que aprobamos mañana -9 de junio- para proteger a niños, niñas y adolescentes frente a todas las formas de violencia”.
Con ese insulto y la desautorización pretende que pase desapercibido que dicha ley elimina la presunción de inocencia, al estilo de la Ley Integral Contra la Violencia de Género. No está de más el recordar que esta ley no solo no ha acabado con la violencia sobre las mujeres, sino que ha creado problemas graves a inocentes, ha invertido la carga de la prueba y, por supuesto, ha servido para alimentar una red clientelar, como en la Andalucía del PSOE, que distrae recursos de la prevención y atención a las víctimas.
A estas alturas se debería repudiar la mentira y el engaño, especialmente con la experiencia de Sánchez, que cuando se descubre a sí mismo diciendo una verdad miente para no perder la costumbre. Sin embargo, estamos en la era de la posverdad, en la que a la gente le importa más tener argumentos contra el otro que conocer la verdad. Ahí están las encuestas electorales: el PSOE no cae a pesar de los 44.000 muertos, y de que haya intentado ocultar la cifra.
“Los errores que se le mete al pueblo en la cabeza lo vuelven estúpido”, y esa ignorancia es útil para “quienes quieran ser sus tiranos”
¿Hasta cuándo van a tener éxito los insultos y las mentiras desde el Gobierno? Cuando Federico el Grande preguntó a Condorcet si era conveniente engañar al pueblo, el francés contestó que si quería ilustrar a sus súbditos o embrutecerlos; esto es, si pretendía un pueblo sabio o una tiranía.
Las mentiras, dijo Condorcet, son útiles al tirano, no al progreso ni a la felicidad de una población, porque tienen el objetivo de manejar a los hombres con un interés espurio. “Los errores que se le mete al pueblo en la cabeza lo vuelven estúpido”, y esa ignorancia es útil para “quienes quieran ser sus tiranos”. Oído Iglesias y amando la democracia, es claro de que es hora de volver a la verdad a toda prisa, antes de que la mentira nos reconforte más que la certeza.
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