Las explicaciones de Pablo Iglesias y la campaña puesta en marcha por su partido para frenar el desgaste por la imputación de buena parte de su directiva, la sospecha de una caja B y el robo de una tarjeta SIM, han puesto al aire los dos ingredientes fundamentales de Podemos: la superioridad moral y la conspiración permanente.
Como adelantándose a lo que pudiera venir y sabiendo que los juzgados son traicioneros cuando uno anda amontonando dobleces, el partido morado comenzó la semana pasada a hablar de caja S, en contraposición a la supuesta caja B que investiga el juez. S de solidaridad, claro. Porque si Podemos tiene una caja que, ilegal o no, despierta las sospechas de la Justicia, ésta por necesidad habrá de ser una caja destinada a los más altos fines, a los objetivos más loables y no a repartirse prebendas.
Podemos es víctima de unas élites que, malas malísimas y sin escrúpulos, quieren acabar con ese dispensario de amor universal
De tal forma y con tal campaña, Podemos es víctima de unas élites que, malas malísimas y sin escrúpulos, quieren acabar con ese dispensario de amor universal. Y por si finalmente el juez, como engranaje de esta gran urdimbre contra Podemos, dictamina que esa caja no era ese sino plenamente B, el argumento nace tan fácilmente como echar mano de la maquiavélica máxima de los fines y los medios.
Y con sentencia condenatoria o sin ella, la conspiración. La perenne conspiración; el sempiterno gorrito de papel de plata en la cabeza,
Si uno toma la trayectoria de Podemos se percata enseguida de un hecho asombroso: desde su fundación, hay una conspiración en marcha contra el partido de Pablo Iglesias. Años de estratagemas oscuras para al final, acabar siendo vicepresidente segundo del Gobierno. ¡Menudos conspiradores tenemos en España!, ¡qué torpeza la suya, qué inutilidad tan manifiesta! ¡Cuántos partidos querrían conspiradores así en su contra, que murmuran y enredan para, al final, llevar a sus víctimas hasta el Gobierno! Los poderes fácticos deberían hacérselo mirar, porque con estos resultados, ni son poderes, ni son fácticos, ni son nada.
La decisión de Sánchez
Por mucho que aventeen lo más florido de su calenturiento magín propagandístico, por mucho que traten de airear conspiraciones y módicos altruismos con cajas S, lo cierto es que la formación de Pablo Iglesias tendrá que ir encajando los golpes y el desgaste hasta la sentencia final en la que la Justicia dictamine si lo que parece es o no, con el inconveniente social, de que su desgaste será el del Gobierno, porque igual que su futuro está unido a su permanencia en el Gobierno, el de la salud de la institución de la que forman parte está unida a Podemos.
Sin embargo, ni los de Iglesias ni Iglesias mismo son responsables de nada más que sus acciones. Lo que compete al Gobierno, a la institución, es responsabilidad exclusiva de su presidente. Es Pedro Sánchez el responsable. De él depende convertir el Consejo de Ministros en una covachuela en la que Podemos pueda aguantar el chaparrón, devaluando aún más una institución ya de por sí renqueante, o volver a la hiperbólica y afectada dignidad de su moción de censura de 2018.
La decisión clave
Depende él y de su decisión. De la única decisión realmente trascendente que hay hoy sobre la mesa: sacar o no del Gobierno a un partido que ha esforzado notables méritos para ser cesado desde que se sentó por primera vez en el Consejo de Ministros. A un partido que, realidad, no ha hecho otra cosa. Porque esta encrucijada no se ciñe sólo a la formación de Iglesias; es mucho mayor porque tras Podemos, se irán de Moncloa los nacionalistas, los abertzales y los oportunistas. Porque tras Podemos, el PSOE recuperará la oportunidad de volver a ser lo que un día fue; porque tras Podemos, quizá la política pueda acoger de nuevo a la responsabilidad. Es Sánchez el que tiene que decidir y sólo hay dos opciones: dar amparo o dar boleto.
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