El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, despacha al PP con una frase. Ni es un deseo, ni tampoco un pronóstico. Iglesias tira de soberbia para advertir sobre una certeza: “No volverán a formar parte del Consejo de ministros”. Ni es la primera vez, ni tampoco la última, pero queda escrita en el aire del hemiciclo y sobre todo en el diario de sesiones de este septiembre lleno de tinieblas. Iglesias se remueve herido en el escaño. Ya sabe que no es inmortal y que el Poder Judicial también le roza e incluso le hurga.
El líder de Podemos aplaude a la vicepresidenta Calvo sin desviar la mirada de los escaños del PP a los que primero desafía y después avisa. El dos del PP, García Egea le empieza a tomar la medida, aunque le queda mucho trecho. Iglesias viene toreado de los platós de unas televisiones que, buscando más cuota de pantalla, crearon todo un ejemplar de la política sin complejos. De aquellos gritos televisados a estos meneos a la democracia del 78. A Iglesias, se le intuye dolorido por los primeros golpes recibidos, dentro y fuera del Gobierno. Su odio a lo que Stalin llamaba “los perros de la derecha”, es decir, todo aquel que no fuera esclavo voluntario del único pensamiento, es latente. Se les escapa por la boca y le hace falta muy poco para escribirle un epitafio al PP. Iglesias echa la cuenta y le sale.
La actual mayoría parlamentaria de Frankenstein -el partido -sanchista', ex PSOE, lo que quede de Podemos y los independentistas condenados por sedición y los legatarios de la banda terrorista ETA (como sentenció el Supremo)- va a repetir porque todos los sumandos coinciden en cerrar el 78, cuanto antes mejor. Lo del indulto y la reforma del delito de sedición para sacar a los líderes del golpe a la calle es un comienzo, para empezar a hablar de lo suyo.
La visita solemne a la Real Casa de Correos de Madrid fue como la entrega de las llaves de la ciudad a un Jefe de Estado de visita por España. Sánchez, ajeno a todo, llega, posa y se va
Iglesias juega de líbero en el Gobierno. No tiene competencias para casi nada y eludió su responsabilidad, como mando único, en las residencias de ancianos en lo peor de esta crisis. La hecatombe, mejor dividida en 17 y que cada trozo de España aguantara su vela en cada entierro. Iglesias se ha soltado de manos y no va a parar de hacer todo el daño que pueda al Rey. La Corona es un pilar e Iglesias ha cogido la perforadora para ir haciendo el agujero. Sánchez no le frena. Los jueces y los fiscales ya están en alerta porque sin su independencia el sistema se va a quedar cojo de por vida. El Gobierno del binomio se despliega para conquistar el terreno que les falta. La colonización del Estado sigue su curso. Iglesias juega a largo plazo y su proyecto personal se desliga del político. Si Podemos desaparece, seguirá asido a Sánchez que juega a ser monarca. La visita solemne a la Real Casa de Correos de Madrid fue como la entrega de las llaves de la ciudad a un Jefe de Estado de visita por España. Sánchez parecía ajeno a todo, como un turista despistado esperando una maleta en la cinta de un aeropuerto. Llega, posa y se va.
España destaca y se coloca a la cabeza o la cola de las clasificaciones europeas, según se mire. Al frente de las tasas de contagios y fallecidos; y como farolillo rojo del paro y la deuda pública. La segunda ola empieza a abatir a la sociedad española que con miedo pregunta cuál es el futuro. Se nos va poco a poco. El binomio Sánchez-Iglesias avanza porque cada día es un triunfo. No hay prisa ni para hacer unos presupuestos. La Unión Europea se va a convertir en el ultimo valladar. Las 'condiciones duras' que la Comisión estudia poner a España a cambio del dinero se van a convertir en una alternativa de Gobierno. Así estamos en España, otra vez esperando un rescate mientras Iglesias, con el beneplácito de Sánchez, mueve los hilos y negocia indultos a cambio de tiempo en el poder. Su silla es suya y de nadie más hasta que acabe la tarea y ya no tenga sentido que otro la ocupe. No es de extrañar que uno de los actores de la transición a la democracia, el expresidente González empeñe “lo que me quede de fuerzas con la edad que tengo y el futuro”, en combatir a quien define como “la semilla de la autodestrucción” de España como “Estado Nación”.
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