Pueden creerlo o no, pero hace 15 días una mujer se acercó a hablarme en una piscina, lo cual ya constituye una noticia en si. El caso es que la señora me contó que las excavadoras que construyeron las fosas comunes que se abrieron hace unos meses en el Central Park neoyorquino -para enterrar a los muertos por la covid-19- encontraron un hallazgo terrible. Eran unos sótanos con niños que habían sido secuestrados para extraer de sus cuerpos 'adrenocromo', una sustancia que se obtiene a partir de la oxidación de la adrenalina y que -dijo la mujer- se ha convertido en la droga más preciada por las élites del planeta. “¿Vio usted los barcos de la armada de Estados Unidos que llegaron al Hudson? Pues fue para llevarse de allí a los niños”, sostuvo ella, convencida.
Bucear en las páginas dedicadas a la conspiración se ha convertido en un deporte habitual desde que comenzó la pandemia. Tal es así que, cuando Miguel Bosé habló de las vacunas con microchip, un servidor ya tenía constancia de varias teorías sobre la relación entre la expansión del coronavirus y las infraestructuras de 5G. Mientras tanto, hay quien ha convertido a Bill Gates en Satán, pues considera que toda esta crisis surgió del fundador de Microsoft para incentivar su negocio de vacunas. Siempre que la Humanidad ha atravesado períodos de dificultad, hay quien ha aprovechado para disparar contra sus objetivos, tuvieran o no que ver con el problema en cuestión.
A las brujas no se les representaba con la nariz grande por casualidad. Se hacía para asemejarlas a los judíos, quienes, por cierto, también han recibido su ración de palos con esta crisis mundial a través de figuras como la de George Soros.
Amenazas sobre la nave del misterio
Toda esta circunstancia ha situado en una posición controvertida a Íker Jiménez, quien dirige Cuarto Milenio, que es un programa de televisión que se realiza con el cuidado que los artesanos ponen en cada producto, pero que tiene cierta tendencia a caer en la analogía del dragón en el garaje. Es decir, a sacar conclusiones extravagantes sobre lo desconocido. O a calificar como tal lo que tiene una explicación fehaciente.
El caso es que, con el coronavirus, Jiménez y su equipo acertaron de pleno, pues decidieron rodearse de buenos expertos desde principios de 2020 y anticiparon varias de las peores consecuencias de la crisis sanitaria. Muchos les llamaron (les llamamos) alarmistas y se la tuvieron que envainar, pues definieron lo que venía -750.000 muertos en poco más de medio año- con bastante precisión.
El problema es que los conspiranoicos constituyen una parte importante del público de Iker Jiménez y estos han comenzado a defender la teoría de “la plandemia”, que es la que sostiene que el coronavirus es un invento de las élites para implantar la dictadura global; y que los datos de contagiados y fallecidos son un burdo montaje para seguir adelante con sus planes de control de la población. Los que en último término, tras la administración de la vacuna, persiguen reducir drásticamente el número de habitantes del planeta. ¿Por qué? Porque la vacuna sería casi como una 'eutanasia en diferido'.
Cualquiera que tenga perfiles en las redes sociales podrá cerciorarse de que no son ni mucho menos 'cuatro gatos' los que comparten estas afirmaciones, sino que existe una parte de la población que considera que la pandemia es un montaje a gran escala. Al pobre Jiménez le han llamado de todo por oponerse a estas teorías. Contó incluso que recientemente ha perdido a una persona de 50 años, sin patologías previas, como consecuencia del coronavirus. Pero no hay manera de que le crean.
Los 'negacionistas gubernamentales' no han sido especialmente claros a la hora de referirse a las consecuencias a medio y a largo plazo que generará la covid-19
Tenemos, pues, a un lado a los conspiranoicos que aluden a planes para controlar cada movimiento de la población del planeta; y, al otro, a quienes dirigen este barco, que también pueden ser definidos como 'negacionistas', pues nos hicieron creer desde el pasado mayo que la situación estaba controlada y no había problema en disfrutar del verano de 2020, siempre que se guardaran unas pequeñas medidas de seguridad. Lo resumieron en un eslogan: “Salimos más fuertes”. Sobra decir que estas tres palabras constituyen la mayor mentira de los últimos años.
Situación descontrolada
La realidad es que los contagios se han disparado en los últimos días en España y eso no se debe ni a que la enfermedad no exista ni a que el coronavirus haya dejado de ser un problema. Ésta es la consecuencia lógica de la aparición en el mundo de una enfermedad muy contagiosa que cambiará nuestras vidas para siempre, incluso cuando exista inmunidad de grupo e incluso cuando se halle una vacuna efectiva.
Porque los 'negacionistas gubernamentales' no han sido especialmente claros a la hora de referirse a las consecuencias a medio y a largo plazo que generará la covid-19; no sólo por lo que esta enfermedad alterará las rutinas de los ciudadanos, sino por la ración extraordinaria de fallecimientos que ocasionará cada año hasta que se erradique completamente del planeta. Y, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), esto no es fácil que ocurra. Por tanto, quien flojee de salud y temiera contraer un número determinado de patologías, ahora deberá tener miedo de una más. Que, además, es temible por la solitaria agonía que ocasiona.
Mientras los chiflados que hablan de la plandemia niegan la existencia de la enfermedad, las autoridades quisieron poner hace unos meses el punto y final a la crisis del coronavirus por razones políticas y económicas. El resultado es evidente: una opinión pública desinformada y cada vez más despistada, pues ni sabe a qué clavo aferrarse ni tiene claro el porqué no se cumple casi ninguno de los vaticinios que realizan los expertos gubernamentales y mediáticos.
No ayuda a paliar este fenómeno la opinión interesada de las felatrices periodísticas que bailan al son de los intereses del Ejecutivo o de la oposición. O esos periodistas especialistas en ciencia -en siensia, mejor dicho- que cada día transmiten un mensaje diferente.
Hace unas semanas, un tal Josep Corbella aparecía en el programa de Antonio García Ferreras transmitiendo un optimismo desmedido sobre la covid-19, hasta el punto que cualquiera podría haberse visto tentado a organizar un desfile para celebrar la victoria sobre la infección. A continuación, habló un epidemiólogo que le echó un enorme rapapolvo por sus palabras. ¿Cuántas veces nos han colado mensajes erróneos o contradictorios en los últimos meses desde las principales tribunas mediáticas?
Esto no hace más que engordar las filas de los conspiranoicos y enturbiar todavías el ambiente. Y, por ende, complicar la vida a Íker Jiménez, quien en este asunto reaccionó mucho antes que la gran mayoría de los periodistas patrios. Pobre hombre.
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