Opinión

Los impuestos no financian nada

La izquierda debe rechazar la austeridad por innecesaria, asumiendo que un gobierno soberano monetariamente nunca puede quebrar

Si algo han demostrado la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco de Japón, el Banco de Inglaterra, incluso el mismo Banco Central Europeo, es que los gobiernos soberanos desde un punto de vista monetario, bajo tipos de cambio flotantes y emisión de deuda soberana en moneda local, nunca quiebran. So easy, so simple. Los gobiernos que emiten sus propias monedas ya no tienen que financiar su gasto, ya que los gobiernos emisores de moneda nunca pueden quedarse sin dinero. El culto a la austeridad se deriva de la lógica del patrón oro no es aplicable a los sistemas monetarios “fiat” modernos. Por lo tanto, las políticas fiscal y monetaria pueden concentrarse en garantizar que el gasto doméstico sea el suficiente para mantener altos niveles de empleo.

En este sentido, los gobiernos soberanos y sus agentes, por principio, obligatoriamente gastan primero y, solo después, se pagan los impuestos o se compran los títulos de deuda soberana. Los contribuyentes no financian nada. Esta es la operativa real de cómo actúan los gobiernos soberanos desde un punto de vista monetario. Esto contrasta directamente con la retórica que afirma que el gobierno primero debe recaudar impuestos para conseguir los euros, dólares, libras, yenes, etc., que posteriormente gastará, y que lo que no recaude debe pedirlo prestado. Pues bien, bajo estas premisas el papel de los impuestos debe mirarse desde prismas distintos, diferentes al que se deriva de la diatriba actual entre la derecha y la socialdemocracia. Ambos trabajan en un marco ortodoxo neoliberal que deberíamos dar por superado.

El papel de los impuestos

Los impuestos son importantes, sí, pero no financian absolutamente nada. Sus funciones son otras. Las obligaciones tributarias crean vendedores de bienes y servicios que desean la moneda del gobierno a cambio. Esto permite que el gobierno se provea a sí mismo mediante el gasto de su moneda, que de otro modo no tendría valor. El gobierno y sus agentes son la única fuente de los fondos necesarios para pagar los impuestos. Ese es el papel fundamental de los impuestos. Pero es necesario además dotarlos de otras dos funciones básicas.

La primera, orientar el modelo productivo. Es fundamental terminar con los efectos perversos de la financiarización, sobre todo la aparición en las últimas dos décadas de nuevos señores feudales, los rentistas. Joseph Stiglitz en El Precio de la Desigualdad (2012), especifica cómo la búsqueda de rentas que ahoga el crecimiento toma muchas formas, desde transferencias ocultas, pasando por subsidios del gobierno a grupos de presión, leyes que favorecen los oligopolios y una aplicación laxa de leyes de competencia. España es un ejemplo de aplicación de todos esos mecanismos que favorecen la acumulación de renta y riqueza en manos de los buscadores de rentas, destacando la apropiación de las rentas de la tierra.

La especulación con la tierra

Nuestro modelo de desarrollo económico ha primado en exceso la especulación con la tierra y su traslado a los precios de los pisos y locales comerciales, generando una de las mayores burbujas inmobiliarias de la historia. Mientras tanto distintos monopolios y oligopolios -el sector bancario- se frotaban las manos bajo la connivencia de las autoridades políticas. La política impositiva debe terminar con el rentismo y favorecer la actividad productiva. La solución ya fue ideada hace más de cien años por un economista de San Francisco, Henry George. Se trata de establecer un impuesto sobre el valor de la tierra (concepto muy amplio), pero con unos mínimos exentos que libren de pagarlo al 95% de la población.

La segunda función de los impuestos es limitar el poder de determinadas corporaciones e individuos. Se trata de poner un impuesto a la riqueza global. Recomiendo encarecidamente la investigaciones, las propuestas y los artículos académicos de Gabriel Zucman, autor de la obra de divulgación La Riqueza Oculta de las Naciones. En este sentido no hay que eliminar ni el Impuesto de Sucesiones ni el de Patrimonio, solo establecer un mínimo exento del que se beneficie a la mayoría de la población, pero no a los más acaudalados. Reconforta leer los argumentos que ciertos multimillonarios estadounidenses utilizaron en un manifiesto cuando George W. Bush, bajo el influjo ideológico en materia económica de los neoconservadores, quiso eliminar el impuesto de sucesiones en los Estados Unidos. En él se decía: "Eliminar el impuesto de sucesiones sería negativo para nuestra democracia, nuestra economía y nuestra sociedad... Conduce a una aristocracia de la riqueza que transmitirá a sus descendientes el control sobre los recursos de la nación. Todo ello basándose en la herencia y no en el mérito".

Lo que la izquierda debe hacer

Las propuestas impositivas para hacer frente a la pandemia del la covid-19 que se están desplegando en nuestro país parten de una discusión falsaria, con las cartas marcadas. Desde la derecha sus propuestas consisten en transferir los costes de la covid-19 a los pensionistas y a los trabajadores, vía devaluación salarial y retraso de los aumentos del salario mínimo. Estos recortes colocarían gratuitamente la carga financiera sobre los hombros más débiles y nos comprometerían a otro ciclo de austeridad destructiva en el futuro. Todo con tal de no subir los impuestos.

La izquierda está contrarrestando estas propuestas, pero sólo dentro del marco ortodoxo. Se admite que es necesario reembolsar el déficit, pero que su coste debe ser asumido por los más ricos, como parte de una reducción general de la desigualdad. Esto sólo busca reorientar la austeridad, en lugar de rechazarla por innecesaria. Al vincular su demanda de mejores servicios públicos con su deseo de hacer frente a la desigualdad, la izquierda corre el riesgo de no lograr ninguna de las dos cosas. Thatcher promovió la idea de que el gobierno no tenía dinero propio para hacer que el gasto público dependiera del consentimiento de los ricos. Esto crea una restricción política en el gasto, que no es cierta y que la izquierda repetidamente no logra superar.

La izquierda lo que tiene que hacer es rechazar la austeridad por innecesaria asumiendo que un gobierno soberano monetariamente nunca puede quebrar. Bajo este planteamiento, además, podrá bajar el impuesto de la renta al factor trabajo, el impuesto de sociedades a Pymes, y reducir al mínimo posible el impuesto más injusto, el IVA. Por el contrario, deberá sablear a los grandes rentistas y a la riqueza desmesurada de unos pocos individuos y sociedades.

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