El Estado de derecho español no estaba vacunado contra el virus del totalitarismo. Las defensas institucionales que se construyeron en el 78 para repeler a las mutaciones tiránicas del poder están cediendo ante las ansias totalitarias de Pedro Sánchez.
Al igual que muchos confundieron el coronavirus con una gripe, el presidente ha colonizado la administración disfrazado de tibio socialdemócrata mientras, sigilosamente, inoculaba en sus vasos sanguíneos la cepa europea del chavismo. Hay que reconocer que Sánchez ha sabido utilizar a los tontos útiles de Podemos como coartada, porque mientras la mayoría achacaba los virajes radicales del Gobierno a la necesidad de contentar a sus socios, Pedro sublimaba su extremismo cocinando a fuego lento los indultos. Ya estaban encima de la mesa cuando pactó la moción de censura con los nacionalistas en 2018.
Pero los síntomas estaban ahí: unas veces se manifestaban en la epidermis, transformando los organismos públicos en una agencia de colocación. Otras, atacando directamente a los órganos vitales que integran los contrapoderes del Estado: nombrando fiscal general del Estado a su exministra de Justicia, intentando intervenir el Poder Judicial alterando el sistema de mayorías para el nombramiento de los miembros del CGPJ, tramitando leyes que ideologizan la libertad de expresión en nombre de la memoria histórica o subvierten la presunción de inocencia invocando al feminismo o a la inclusividad, utilizando el estado de alarma para legislar a base de decretos leyes despreciando a las Cortes, atacando de manera constante y furibunda las decisiones judiciales que no les son favorables… La última que nos ha filtrado nuestro Pravda patrio es una nueva Ley de Seguridad Nacional, con la que el Gobierno planea rediseñar el estado de excepción para hacerlo más maleable y ajustado a sus necesidades: aumenta la terminología imprecisa e interpretable mientras disminuyen los requisitos y controles a su actuación y decisiones.
El incremento en el número de contagiados con la covid no se está traduciendo en un aumento significativo de ingresos hospitalarios y/o fallecimientos, pero la incidencia del sanchismo en nuestras instituciones está resultando mortal
Pero ninguno de estos síntomas provocados por el sanchismo ha generado una alarma mayor en el huésped que los indultos a los políticos independentistas condenados por sedición y malversación. Al fin y al cabo, son la evidencia de que el camino a la impunidad es corto y directo, que no hay remedio o medicina que evite que la política se sustraiga del control de legalidad siempre y cuando Su Sanchidad lo considere útil y necesario.
Pero los indultos no son la última manifestación del virus sanchista que nos ha infestado, sino la revelación de una nueva patología con la que experimentan en las probetas de Moncloa: el referéndum pactado de independencia. Si al coronavirus lo llamaron “la nueva gripe”, a la consulta le colocarán el calificativo de autogobierno, convencidos de que nos tragaremos, otra vez, que el hábito hace al monje y que hay sujetos soberanos más allá de los reconocidos por la Constitución. Anestesiados con la concordia, la convivencia y la magnanimidad, nos van a extirpar un brazo del cuerpo contando sólo con la opinión de esa extremidad. Y sin que haya comité médico alguno al que podamos acudir para protestar por la mala praxis del cirujano. Lo tienen todo atado y bien atado.
Mientras los medios se preocupan por la pandemia sanitaria y los informativos abren con el incremento de casos, la epidemia jurídica y política nos asola: aunque el incremento en el número de contagiados con la covid no se está traduciendo en un aumento significativo de ingresos hospitalarios y/o fallecimientos, la incidencia del sanchismo en nuestras instituciones sí que está siendo mortal. Su neutralidad irá transmutando en militancia, hasta que el Estado no constituya nada más -ni nada menos- que el fiel reflejo del partido. Es éste el punto de no retorno que indica la quiebra de la igualdad ante la ley y genera categorías oficiales de vencedores y vencidos, de súbditos y de privilegiados. Junto con la democracia enterraremos nuestras libertades y derechos y sobre la lápida rezará un lacónico: “disfruten de lo votado”
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