Toda sociedad tiene imaginarios muy interiorizados, de los que es difícil desprenderse aunque se intente de forma activa y consciente. Uno de los factores que influye en estas subjetividades colectivas es la cultura. Está muy de moda –especialmente por parte de los políticos- reírse de aquellos que no se sacan el “¡facha!” de la boca ni para sentarse a comer. Es necesario recordar, sin embargo, que hasta hace nada esto no era así: hemos caído en las reglas del juego de los ahora llamados antifas demasiado tiempo.
Mi epifanía personal sobre este tema tuvo lugar allá por el año 2009, cuando visité México por primera vez y me descubrí pensando “qué curioso, los mexicanos son muy fachas.” Una reflexión automática que me hizo dar un respingo, al darme cuenta de que la idea había surgido al ver banderas mexicanas colgando en los balcones y puestos de comida callejera. Yo, que siempre me había considerado profundamente patriota, acusando de fachas a los mexicanos por una práctica tan natural en la mayoría de países de nuestro entorno.
Los nacidos desde 1980 en adelante hemos respirado que solo se puede mostrar amor por España y sus símbolos de forma transversal, con un “¡Vamos, Rafa!” de por medio o similar. Por suerte hay áreas de la cultura que nunca se dejan conquistar del todo. El éxito de Rosalía o C. Tangana nos recuerda que la apuesta por lo más propio no tiene por qué ser arriesgada. Lo mismo nos demostró la excelente acogida que obtuvieron series como Cuéntame, Isabel, Carlos, Rey-Emperador o El Ministerio del Tiempo. Despertaron interés por nuestra Historia, a pesar de que se veía a leguas el plumero negrolegendario. Precisamente de la sempiterna leyenda negra nos vino a salvar con rigor y buena pluma Elvira Roca Barea, con Imperiofobia y la leyenda negra, el ensayo más vendido en español, 100.000 ejemplares y subiendo.
Ha sido en Twitter donde se ha identificado este fenómeno, bautizándolo socarronamente como el Psoe state of mind
El uso generalizado de internet ha ayudado a sacudirnos poco a poco esa mentalidad inconsciente de sentir que, en el fondo, somos un poco los malos de la película. Ha sido en Twitter donde se ha identificado este fenómeno, bautizándolo socarronamente como el Psoe state of mind : pequeñas inercias que demuestran que, de hecho, seguimos viendo las cosas con las gafas del progrerío patrio. En mi caso fue tachar de fachas a los pobres mexicanos en 2009, quizá mañana será tomarme cualquier tontería como un micro-machismo.
Lo bueno de los nuevos foros virtuales es que, junto con la inteligencia, lo que más triunfa es el sentido del humor. La cultura dominante utiliza otras vías: condenar al ostracismo al disidente, hacer del victimismo virtud, justificar las amenazas e incluso la violencia si sus ideales así lo requieren, etc. Precisamente por eso me ilusionó el triunfo del humor no solo en Internet, sino también en el cine. Ocho apellidos vascos y Ocho apellidos catalanes consiguieron hacer reír a casi todos los españoles. Fue como un espejismo que nos hizo pensar que ese problema estaba quedando ya atrás.
Siempre he pensado que la forma óptima de transformar a mejor un país es a través de la educación, de la responsabilidad de la sociedad civil y del respeto y fomento de la cultura. Ahora bien, el levantamiento sedicioso de 2017, la pandemia, el gobierno surrealista actual y el golpe de estado 2.0. que parece que se está fraguando, han pulverizado la importancia y peso de lo que acabo de exponer y con lo que, como he confesado, me había esperanzado.
Situaciones inquietantes como la presente, donde están en juego la integridad de la nación y el edificio del Estado de Derecho, no pueden enfrentarse desde esa delirante mentalidad que cree sinceramente que España es un estado opresor. No deberíamos permitir que ese sentimiento inconsciente de ser los villanos de la película nos impida ver lo que las democracias de nuestro entorno consideran evidente: no cabe tender la mano a quien desprecia recibirla e incluso manifiesta con insistencia su intención de arrancártela de nuevo en cuanto le des ocasión.
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