Opinión

El independentismo ahora quiere 'meterse en casa' de los trabajadores

El secesionismo catalán también quiere tener voz en las mesas en las que se negocian los convenios y se fijan las relaciones laborales. Evidentemente, las patronales y los sindicatos han montado en cólera

Quizás parezca un tema menor, pero no lo es. De hecho, las grandes enfermedades sociales nunca suelen iniciarse con un fallo multiorgánico, sino con un pequeño patógeno que pasa al ataque desde una parte el organismo de importancia secundaria. Así se extendió el mal del nacionalismo en España y de ese modo, poco a poco, luchando por cada espacio de la esfera pública, ha secuestrado sociedades como la catalana.

Con las ideologías destructivas ocurre como con la rabia. Nadie presta importancia al pequeño mordisco de un perro nervioso. Se deja pasar. Pero llega un día en que el enfermo comienza a padecer dolor de espalda y, entonces, ya es demasiado tarde para reaccionar. A las pocas horas, notará una enorme sed, pero vomitará todo el agua que beba; y se sumergirá en una pesadilla alucinógena que durará hasta que se produzca el desenlace fatal, que llegará en pocos días. Quizás una pintada en un comercio que tiene carteles en español no sea tan grave como un golpe de Estado, pero es evidente que es el pequeño síntoma de una patología que amenaza con destruir a su portador. Que no es Cataluña, es España.

El próximo gran golpe que preparan los promotores del independentismo en esta comunidad autónoma está al caer. Lo quieren materializar, además, antes de las elecciones autonómicas, por si los ciudadanos les hicieran perder fuerza. El artefacto que utilizarán para salirse con la suya es una ‘ley de cámaras de comercio’ que ayudaría al independentismo a ganar espacio en uno de los lugares donde no debería estar.

Todos en contra

En la patronal catalana, Foment del Treball, han dado la voz de alarma ante este texto legal, promovido por Junts pel Catalunya. Fuentes de la organización han avisado de los peligros que entrañaría su aprobación, dado que permitiría a las cámaras de comercio disponer de representación institucional y, sobre todo, estar presentes en la negociación colectiva.

En otras palabras, que el independentismo también quiere tener voz en las mesas en las que se negocian los convenios y se fijan las relaciones laborales. Evidentemente, las patronales y los sindicatos han montado en cólera ante esta posibilidad, pues consideran que las Cámaras no deben asumir representación alguna en el mundo empresarial. Sobra decir que Junts per Catalunya ha maniobrado para tramitar la norma de urgencia, no vaya a ser que los agentes afectados tengan la posibilidad de ridiculizar el texto.

El independentismo también quiere tener voz en las mesas en las que se negocian los convenios y se fijan las relaciones laborales. Evidentemente, las patronales y los sindicatos han montado en cólera ante esta posibilidad

Conviene recordar que al frente de la Cámara de Barcelona y del Consejo de Cámaras se encuentra el ínclito Joan Canadell, el empresario que controla una decena de gasolineras debidamente adornadas en cada rincón por banderas estrelladas para demostrar a sus clientes quién manda en ese rancho. Su representación en la entidad cameral barcelonesa se explica en la negligencia de los empresarios de esta comunidad autónoma, que no vieron o no quisieron ver que el independentismo quería meter la zorra en su gallinero.

Canadell no sólo es un hombre afecto al régimen superchero independentista, sino que es parte activa del movimiento. De hecho, su candidatura para presidir 'la Cámara' prosperó gracias al apoyo que le granjeó la Asamblea Nacional Catalana (ANC).

Desde que ascendió al puesto y los focos comenzaron a apuntarle, ha ejercido en varias ocasiones el papel de 'muchacho irredento' del soberanismo con declaraciones rimbombantes. Dijo una vez: “España es el peor país de Europa (…). A Cataluña le corresponde ser una Holanda, una Suecia, una Finlandia o una Dinamarca”. En otra ocasión, afirmó: “España es paro y muerte”. Y hace unas semanas, afirmó: “España nos está arrastrando a la quiebra”.

"Es curioso cómo quienes se hacen llamar progresistas son capaces de apoyar con tanta vehemencia a ideologías tan retrógradas y primarias, pero así ocurre y eso ha agudizado el problema".

Es evidente que sin el control de las cámaras de comercio, los independentistas no habrían impulsado esta nueva ley. Pero la absoluta pasividad y cortedad de miras de los empresarios de esa región provocaron hace más de un año la entrada de ese huésped inesperado en estas entidades y ahora, desde una posición de poder, tratan de llegar a las mesas de negociación colectiva. Cosa que ya intentaron anteriormente, por cierto, cuando trataron de tomar el mando de Foment a través de Antono Abad. En esa ocasión, no tuvieron éxito.

Un país negligente

Lo que ha ocurrido en los últimos años en esta comunidad autónoma -como en otras en las que moran nacionalismos excluyentes- es una lucha desigual. En realidad, no puede denominarse ni siquiera una batalla, pues quien debería confrontar este tipo de escaramuzas decidió tirar la toalla hace mucho tiempo y apoyarse en estas fuerzas políticas para mantener Madrid.

Pasarán las décadas y se observará de una forma más clara el sinsentido que implica que algunas decenas de diputados nacionales dediquen sus días a remar contra los intereses del país y boicotear cualquier proyecto común, con la seguridad de que ninguno de los grandes partidos va a oponerse con especial vehemencia cuando esté en el Gobierno, pues sabe que necesitará su voto para no perder el poder.

La izquierda vuelve ahora a relativizar el apoyo de grupos independentistas como Bildu a los Presupuestos Generales del Estado porque se ha convertido en testigo y cómplice del proceso de voladura del país que persiguen estos partidos

La izquierda vuelve ahora a relativizar el apoyo de grupos independentistas como Bildu a los Presupuestos Generales del Estado porque se ha convertido en testigo y cómplice del proceso de voladura del país que persiguen estos partidos. Es curioso cómo quienes se hacen llamar progresistas son capaces de apoyar con tanta vehemencia a ideologías tan retrógradas y primarias, pero así ocurre y eso ha agudizado el problema. Porque cuando el propio Ejecutivo renuncia a aplicar un proyecto de país, en favor de los intereses particulares de unos y otros -y los suyos propios-, la situación puede calificarse como 'muy grave'.

Así se encuentra el paciente ahora mismo y lo peor es que acontecimientos como el impulso a la ley de cámaras ilustran a la perfección sobre la posición de debilidad en la que se encuentran los opositores del independentismo en Cataluña. Porque la patronal y los sindicatos se han unido para tratar de frenar su aprobación, pero cuesta pensar que lo lograrán ante el despotismo secesionista. La cigarra se tumbó al sol mientras la hormiga llenaba el almacén y ahora una está fortalecida y, la otra, famélica, ha perdido el pulso de la realidad y el control de los acontecimientos.

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