Opinión

El independentismo: entre pitos y flautas

La pitada a Felipe VI y al himno de España en la final de la Copa del rey se ha solapado con una carta de Oriol Junqueras. Insta al movimiento

La pitada a Felipe VI y al himno de España en la final de la Copa del rey se ha solapado con una carta de Oriol Junqueras. Insta al movimiento separatista a persistir en la idea separatista. A un mes de que finalice el plazo para formar gobierno en Cataluña, el independentismo se encuentra entre los pitos de los hooligans y el flautista de Hamelín.

"Nunca renunciaré a mis ideales"

El diario hiper subvencionado por parte de la Generalitat El Punt-Avui publicaba este fin de semana una carta de Oriol Junqueras en la que este intentaba dar ánimos a su tropa. No es que presente ningún argumento novedoso ni diga nada que no oímos a diario en boca de los afectos al separatismo, pero, por su tono, merece que uno se detenga un instante para analizarlo. Junqueras, que antes hablaba de amor, de fraternidad, de paraísos republicanos en los que cada día habría helado de postre, se muestra más seco, más próximo a las consignas emanadas del fugado de la justicia Carles Puigdemont. Un giro curioso.

Medio año encarcelado da para que uno se plantee sus actos, pero, cuando parecía que el líder de Esquerra pretendía apostar por una vuelta a la constitución y a la legalidad, se ha descolgado con este último escrito que lo retrotrae a cualquier mitin correoso de la ANC. El proceso tiene estas cosas, como ya sabrán ustedes: un paso adelante, dos atrás, cuatro a un lado y vuelta a empezar. Junqueras utiliza todo el argumentario de combate que emplean los puigdemontianos o los CDR: España vive una regresión democrática – como si el obligado cumplimiento de la ley fuese regresión -, habla de su encarcelamiento y el del resto de sus compañeros como un castigo, una venganza, por parte del estado, niega la mayor en el tema de la malversación de fondos públicos respecto al pseudo referéndum del 1-O y hace lo propio con el tema de la violencia empleada por los separatistas en todo este asunto.

Que alguien encarcelado ponga en tela de juicio al código penal, acusándolo poco menos que de franquista, e interpele a los jueces acusándolos de interpretarlo siguiendo los dictados del gobierno, es, como poco, extrañísimo. Mal aconsejado jurídicamente debe estar el que fuera vicepresidente de Puigdemont para expresarse de esa manera. Todo parece indicar que el líder de Esquerra ha empezado la pre campaña electoral y que lo hace amargado, triste, desesperanzado. No es casual que empiece la misiva diciendo que en la cárcel todos los días son iguales o que mencione las cuatro paredes de hormigón que constituyen su espacio vital. Mientras que el fugado de Bruselas se ha paseado por toda Europa – lo del espacio Schengen es como para que las instituciones europeas empiecen a hacérselo mirar -, deleitándose con cenitas a base de langosta y champán, debe llevarlo clavado en el alma.

Ese es el reproche que Junqueras y toda Esquerra le hacen al que pretende ser ahora y siempre el eje central de la política catalana, Eduard “el del patinete” Pujol dixit. Mientras hay gente en la cárcel por los mismos delitos que Puigdemont, el pollo va de super star por esos mundos de Dios y, lo que es peor, queriendo apropiarse de la bandera de mártir por la patria. Debe joder, es evidente. Y mucho más cuando los republicanos han dicho por activa y por pasiva que se debe formar gobierno, mientras el fugadísimo empuja a Cataluña hacia unas nuevas elecciones en las que, no les quepa duda, pretende dar el golpe de gracia a sus antiguos socios y monopolizar el voto separatista. En medio de estas músicas destinadas a engañar al personal, el flautista de Hamelín en el que se ha convertido Puigdemont parece estar llevándose el gato al agua.

Pero no es esa la única tonada que suena desde la bancada estelada. En el Wanda Metropolitano se pudieron escuchar otros instrumentos que, todo e interpretar la misma partitura, son más estridentes.

Vale más ponerse una vez colorado que ciento amarillo

A pesar de la intensa requisa de camisetas, banderas, pitos y demás parafernalia separatista, la final de la Copa del Rey no pudo sustraerse al show de silbidos a la figura del jefe del estado, así como al himno nacional. Que el presidente del Barça dijera que no se silba a España, sino a la persona, o que encubra todo eso bajo el epígrafe falaz de la libertad de expresión es lo de menos. Se sabía que iba a producirse el escándalo, de la misma manera que también era previsible que la afición sevillista y, digámoslo todo, parte de la barcelonista, iban a plantar cara. Estamos empezando a acostumbrarnos a que determinadas gentes den de sí lo que dan.

El amarillo de los separatistas es la otra cara del disco que estamos hartos de escuchar a cada minuto los catalanes. En la parte A suenan machaconamente los acordes entonados por los políticos responsables de todo este descomunal desaguisado echándole las culpas al estado, a la violencia policial - ¿alguien sabe donde están los más de mil heridos por esa supuesta violencia o por qué nadie los ha ido a visitar? -, a los jueces corruptos, en fin, a todo lo que no sea su mundo irreal y dogmático; en la otra cara, la B, la música es mucho más tétrica y coral, interpretada por las repetidas actuaciones de kale borroka de los CDR o las CUP o Arran, las intimidaciones en colegios, los medios públicos catalanes que acosan a los disidentes, las coacciones laborales hacia los que no secundan el proceso o el ostracismo al que se ven sometidos los que no comulgan con la mascarada separatista, en especial en pequeñas poblaciones.

Pueden parecer canciones distintas, pero, que nadie se engañe, pitos y flautas son lo mismo, la misa de réquiem de una Cataluña que se ha visto capitidisminuida en su pujanza económica y social por unos aprendices de compositor que niegan empecinadamente su irresponsabilidad. Que Junqueras siga la música emanada de Bruselas es algo que los de Esquerra deben meditar. Intentar arañarle un puñado de votos a Puigdemont, auténtico capitán del separatismo más descabalado – no en vano es el candidato favorito de las CUP – podría sumirlos aún más en una terrible bajada de votos en las próximas elecciones catalanas. A un fanático no le convence más que otro fanático y para discursos incendiarios ya tienen a Puigdemont y a sus mariachis.

Los que van a un partido de fútbol con un silbato, una camiseta amarilla, una estelada y ese revanchismo ignaro propio de los integristas no van a convencerse por muchas cartitas que escriba Junqueras. Les han dicho que el mártir es Puigdemont, que es el President legítimo y, acostumbrados a décadas de mesianismo pujolista, nadie de Esquerra estará jamás en condiciones de disputarle el trono a ese emperador de pueblo y flequillo que es el ex President. Los aceptaron como comparsas, pero nada más. La única posibilidad real que tendría la formación republicana para no acabar siendo engullida por los de Junts per Catalunya sería apostar seriamente por la reconciliación, por la realidad, por el orden constitucional y, sin renunciar a las ideas, que nadie lo exige, trabajar por una vuelta la normalidad política en Cataluña. Vale más ponerse una vez colorado que ciento amarillo, y el ir y venir de personajes como Torrent acaba por cansar al respetable.

Ni con pitos ni con flautas va a solucionarse nada, a las pruebas me remito. Los dos millones de separatistas, todo y con ser muchos votantes en unos comicios, no pueden compararse con los otros cinco millones de catalanes que también deberían contar algo en los cálculos de las formaciones políticas. Ese es el gravísimo error de Esquerra, del PSC o de los Comuns. Hablan solo para los suyos, pero estos ¿quiénes son?, ¿dónde se hallan? Al menos, los de Puigdemont tienen muy claro a quien se dirigen: al votante convergente. El resto, salvo Ciudadanos, anda más perdido que un pulpo en un garaje. Hágame caso, señor Junqueras, deje de marchar al son del tambor de otro e intente desarrollar su propia sinfonía. El resto, me temo, son músicas celestiales. Y ajenas, añado.

Miquel Giménez

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