Opinión

El dardo de Arranz

El 'indulto' a una ladrona y el verdadero peligro de Pablo Iglesias

Ni siquiera con todas las pruebas condenatorias sobre la mesa los comunistas dan su brazo a torcer. Su legitimidad parece inagotable, como también lo es su capacidad para atribuir sus actos delictivos y maquiavélicos al enemigo externo

Contaba Milan Kundera en La fiesta de la insignificancia que, un buen día, Stalin relató a los miembros de su poliburó una historia sorprendente. El mariscal había salido de caza una mañana cuando encontró una bandada de 24 perdices en un árbol. Entonces, miró la cartuchera y se dio cuenta de que sólo tenía provisiones para realizar 12 disparos. Así que optó por matar a una docena de aves, una a una y sin fallo. Después, regresó a su casa, recargó, caminó de nuevo hasta el árbol y completó la tarea. Cayeron las 24, dijo.

No cuesta imaginar a los escuchantes mientras comentaban con sorna aquella anécdota, tras terminar la reunión. ¿Cómo pretendía Stalin hacerles creer que el resto de las perdices no se espantó tras el primer disparo? Evidentemente, ninguno alzaría la voz contra esa falacia, dado que, de lo contrario, podría ser purgado y terminar sus días como uno de esos trabajadores que construyeron la Autopista de Kolimá en condiciones infrahumanas y, al morir, eran triturados y distribuidos entre el asfalto.

El comunismo tiene un problema, y es que vive dentro de una disonancia cognitiva que le impulsa a pensar que la razón siempre está de su parte, cuando la realidad indica todo lo contrario. Por eso, esta ideología y sus representaciones más laxas -pero no menos dañinas- necesitan el ingrediente del miedo para dominar las sociedades. Del miedo... y de la superioridad moral. Sin estos dos factores sería imposible que sus representantes fueran tenidos en cuenta por la masa. Especialmente, al defender conceptos tan irracionales e indeseables como el de la igualdad.

Una vez explicado esto, cuesta menos interpretar los mensajes de apoyo de Pablo Iglesias e Irene Montero a Cristina Fernández de Kirchner tras su condena por ladrona. Nadie en su sano juicio defendería lo indefendible sin tener la certeza de que no va a ser replicado con contundencia por el temor de los suyos o por la pereza de sus adversarios.

En el caso de CFK, el tribunal ha considerado que está sobradamente probado y documentado el espolio sistemático del Estado durante 12 años y la construcción de una estructura piramidal para que el saqueo fuera más efectivo. No inventaron nada, ciertamente. El método es antiguo y tiene una probada efectividad: unos concedían obra pública y los beneficiarios del -corrupto- sector privado pagaban sus sobornos y ayudaban en el lavado de dinero. Todo, mientras miles y miles de argentinos que lo perdieron todo durante la crisis de 2001 se veían obligados a hacer la penosa transición desde el barrio hasta la villa.

Defensa sin fisuras

La afectada -siniestra, sinvergüenza...- se ha declarado inocente tras conocer la sentencia y su pareja de camaradas españoles -Iglesias y Montero- han comprado su tesis. Iglesias ha atribuido todo esto a la lawfare. Es decir, a la estrategia que -defiende- suele adoptar el establishment cuando las urnas le golpean, y es la de ganar las elecciones en los tribunales. En las instituciones encabezadas por jueces corruptos. Las mismas que en Argentina sufrieron la sospechosa pérdida del fiscal Nisman durante la investigación de Kirchner, pero eso no lo cuenta Iglesias. Ese dato sobra.

Su legitimidad parece inagotable, como también lo es su capacidad para atribuir sus actos delictivos y maquiavélicos al enemigo externo. Este comportamiento es el propio de dictadores y de tiranos

Puede deducirse al conjuntar todos estos elementos una verdad inapelable, y es que ni siquiera con todas las pruebas condenatorias sobre la mesa los comunistas dan su brazo a torcer. Su legitimidad parece inagotable, como también lo es su capacidad para atribuir sus actos delictivos y maquiavélicos al enemigo externo. Este comportamiento es el propio de dictadores y de tiranos, los cuales son especialmente peligrosos cuando se presentan con la careta de demócratas. No lo son.

Así que dentro del Parlamento español y del Palacio de la Moncloa hay una serie de diputados y ministros con los que hay que convivir y negociar a sabiendas de que están convencidos de caminar por el lado correcto de la historia y, sobre todo, están dispuestos a defender -si procede- ideas tan disparatadas como que Stalin aniquiló a las 24 perdices sin fallo y sin que los pájaros pronunciaran aquello de 'tonto el último'.

Bajo esta peculiar lógica, hay quien piensa que Kirchner no es una ladrona que ha maltratado sin escrúpulos al pueblo argentino.

Una lacra para la democrática

Es difícil caminar erguidos mientras se arrastran las consecuencias de esta democracia coja y, sobre todo, es peligroso, dado que estos dirigentes y comandantes -de lo suyo y de lo de todos- tienen los mismos planes que sus hermanos populistas. Son los que pasan por hacer un diagnóstico maniqueo de la sociedad, por alimentarse del malestar de las masas, por debilitar las instituciones y por proponer cambios en profundidad en el sistema, comenzando por la Constitución (el martes LaSexta ya planteó una encuesta acerca de su renovación) y terminando por las costumbres de cada uno de los ciudadanos.

No es casual que el Gobierno haya gastado en este año de crisis -y pre-electoral- más de 200 millones de euros en publicidad institucional. La propaganda es importante. Es el lubricante que utilizan los populistas para que la población interiorice el contenido de su programa, que en principio chirría, pero que posteriormente convierten en una cuestión de aplicación urgente.

Esa misma estrategia la utilizarán con CFK: al principio, provocará carcajadas el hecho de que atribuyan su condena a una conspiración judicial. Con el tiempo, si se les deja, la convertirán en un mito, como tantos otros tipos turbios que crearon con insistencia y, sobre todo, con muy poco respeto a la verdad.

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