Medio mundo, o casi, ha oído hablar de Béjar y sus mantas, tan célebres antaño como las de Palencia o Zamora. La industria textil bejarana cayó en desgracia, como la de tantos otros lugares, con la llegaba del llamado “dumping chino”, la desaparición de los aranceles que gravaban los textiles fabricados en el lejano oriente en condiciones laborales precarias. La producción textil, como otras tantas, emigró a China y la antaño boyante Béjar quedó herida de muerte. Hasta que la llegada de una tragedia como la Covid-19 abrió una puerta a la esperanza. Fibras Textiles Sánchez SL es una de aquellas firmas obligadas a reconvertirse al “textil de descanso” (colchonería y demás) para malvivir y que ahora parece haber encontrado un nuevo Eldorado con la producción de material sanitario, concretamente mascarillas. ¿Una nueva oportunidad para Béjar y su gente? ¿Una ocasión para enmendar errores y empezar a pensar en una industria sanitaria propia, capaz de hacer frente a tragedias colectivas como la que representa este virus? En París no se habla de otra cosa.
Enmanuel Macron se ha referido ampliamente a la necesidad de recuperar para Francia algunas industrias que ahora se han revelado esenciales, caso de la médica y de equipos sanitarios, que imprudentemente se deslocalizaron hace tiempo para llevar la producción a China y otros países del lejano oriente bajo el argumento de los costes de producción. La altiva Europa, adalid de la defensa de los derechos humanos, que presume de contar con unos estados del bienestar envidia del resto del mundo, la culta, humanista, rica Europa, ha sido incapaz de defender la vida de sus ciudadanos porque un virus nacido en China le ha pillado con las defensas bajadas, sin material sanitario adecuado, sin test para identificar a los contagiados y sin los respiradores necesarios para salvar vidas en las UCI. La Europa que se horroriza cada vez que un atentado islamista se lleva por delante una docena de vidas, asiste sobrecogida y como avergonzada al desfile diario de miles de muertos en una procesión que parece no tener fin. Casi 23.000 en España según cifras oficiales, que en realidad se acercarán a los 40.000, y un abismo económico cuyos perfiles concretos hoy todavía desconocemos pero cuya realidad se intuye avasalladora. Algunos gobiernos, caso del de Macron, tratan de reponerse al tsunami proponiendo medidas y asumiendo fallos. Otros, como el de Sánchez en España, juegan a esconder la tragedia con aplausos y un buen surtido de mentiras y dislates diarios.
Macron argumenta que no se puede hablar de “soberanía francesa”, como no se puede hablar de “soberanía europea”, si Francia y la UE no son autosuficientes a la hora de disponer de un material sanitario que solo podría garantizar la existencia de una industria propia. El espectáculo proporcionado por algunos países de la Unión luchando a brazo partido, incluso robándose pedidos por determinadas partidas de mascarillas o respiradores, es una de esas experiencias que avergonzarían a los Monnet, De Gasperi, Adenauer, Schuman y demás padres fundadores. “La Covid-19 ha sacado a la luz con toda su crudeza el problema de la deslocalización industrial de Europa, la pérdida de su capacidad productiva en sectores esenciales, y visualiza más que nunca la necesidad de un renacimiento tecno-industrial europeo”, en palabras de Emiliano López Atxurra, presidente de Tecnalia e incansable defensor de la reindustrialización española. Los alemanes, más precavidos, han mantenido una sólida industria médica, lo que les ha permitido resistir mejor la pandemia y salvar muchas vidas. Italia, por el contrario, aunque sigue gozando de un sector químico-farmacéutico reputado, ha descuidado la producción de equipos de protección individual con los resultados conocidos.
La falta de una industria sanitaria potente ha resultado una tragedia. Haber contado con productores solventes de material médico habría permitido detectar la pandemia y adoptar las medidas pertinentes
Un terreno en el que España es casi un desierto, con muy poca industria de material médico (caso de PRIM SA, especializada en suministros hospitalarios y ortopédicos), por no decir ninguna. La mayor parte de este material se importa no sólo de Europa, sino fundamentalmente de China e India. Los grandes del sector (3M, Hartmann o Dräger) son multinacionales extranjeras, con fábricas en España y especialización en el suministro de equipo médico y hospitalario pero ninguna en la producción de mascarillas o guantes, terreno en el que la vizcaína Bexen Medical es una brillante excepción, al punto de haber tenido que triplicar su producción en los últimos días. La patronal ASEPAL (Asociación de Empresas de Equipos de Protección Individual, EPI) engloba en teoría a cerca de 80 firmas dedicadas al diseño, fabricación y comercialización de equipos EPI, casi todas de muy escaso tamaño. De la producción de test se encargan hasta 91 laboratorios privados en toda España, todos pequeños y todos haciendo PCR a día de hoy, porque antes de la aparición del virus la mayoría se dedicaba a otros menesteres. Entre los conocidos, Cer Test (firma zaragozana que exportaba casi toda su producción), Canvax Biotech y Arquimea Group. Y, naturalmente, PharmaMar, ahora dedicada a producir test específicos para el coronavirus a través de su filial Genomica, con sede en Wuhan, cuya CEO es Rosario de Cospedal.
Una tragedia para España
La falta de una industria sanitaria potente ha resultado una tragedia para España. Haber contado con productores solventes de material médico, caso de la citada Alemania o Corea del Sur, habría permitido detectar con mucha antelación la extensión de la pandemia y adoptar las medidas pertinentes evitando buena parte de las muertes producidas. No podía ser de otro modo en un país que hace tiempo decidió desentenderse de su industria para fiarlo todo al sector servicios y, en particular, al turismo. Esa falta de músculo industrial nos convierte en un país mucho más vulnerable, más dependiente, ante cualquier “terremoto” transnacional sobrevenido, como la Covid-19 ha puesto de manifiesto. Es evidente que, esta vez sí, resultaría imprescindible un Pacto de Estado tendente a fijar un horizonte de reindustrialización, una hoja de ruta a medio y largo plazo, que debería pasar por la consolidación del tejido empresarial existente, el fomento de unidades empresariales de mayor tamaño, su internacionalización y la puesta en marcha de una política fiscal que favorezca y no ahogue el emprendimiento, justo lo contrario de lo que persigue este Gobierno. Todo ello en el marco de una estrecha colaboración entre empresas, centros tecnológicos y universidades.
De esta pandemia saldrá España convertida en un país más pobre, más endeudado, más cainita, con más desigualdades y más cerca en calidad democrática de la cuenca del Orinoco que de la desembocadura del Elba
La eventual desaparición del maná turístico que creíamos inacabable e inatacable abre para España un horizonte de inseguridad que amenaza incluso la estabilidad social y hace tanto más urgente la focalización de nuestras energías en la consolidación de la economía productiva y en la creación de una industria competitiva incardinada en el marco tecnológico e industrial europeo. La relocalización de esa industria, sin embargo, se antoja tarea complicada por muy solemnes que suenen las promesas de monsieur Macron. Volver a poner en funcionamiento una industria sanitaria propia lleva tiempo y, sobre todo, mucho dinero. Con el agravante, además, de que nadie asegura que sea una operación rentable. Razón de más para que el empeño se focalice a nivel europeo, única forma de hacer sostenible un tipo de industria que, dada su condición de estratégica, posiblemente necesite ayudas públicas para su sostenimiento. “Son momentos para valorar la importancia de la casa común europea”, sostiene López Atxurra. “Elevemos la mirada y convirtamos el patriotismo constitucional de Habermas en patriotismo europeo. En el siglo XXI no hay soberanía nacional sin soberanía europea. Sin Europa todos estaremos al pie de los caballos más negros de la historia occidental. Es hora de articular una estrategia económica y tecno-industrial española para defenderla en la casa común y ser parte activa en el ecosistema tecnológico e industrial europeo. Es el momento de transformar la amenaza en oportunidad”.
Palabras que sonarán ininteligibles en los oídos de un Gobierno que más parece empeñado en imponer su hoja de ruta ideológica aprovechando el confinamiento que en combatir seriamente la pandemia. Las elites francesas lamentan estos días la pérdida de estatus sufrida por Francia como gran potencia. El país industrial construido en su día por De Gaulle y Pompidou lleva varias décadas instalado en un declive inexorable, de forma que hoy está mucho más cerca del decadente Sur que del Norte eficiente. Como una consecuencia del coronavirus, Francia leva amarras de la Europa calvinista para volver a anclarse en la Europa mediterránea poco o nada amiga de la disciplina. El horizonte es aterrador para muchos países, tanto desde el punto de vista sanitario como económico. Anoche, el vendedor de crecepelo que tenemos por presidente dijo que “entramos juntos y salimos juntos como país”. En realidad, y parodiando la sentencia de Maquiavelo referida a la guerra, en el virus se entra fácilmente y casi cuando se quiere; del virus se sale con extrema dificultad y solo cuando se puede. De esta pandemia saldrá España convertida en un país más pobre, más endeudado, más cainita, con más desigualdades y más cerca en calidad democrática de la cuenca del Orinoco que de la desembocadura del Elba. Un país insignificante en el concierto internacional, cuyas esperanzas de futuro se reducen a rezar por la supervivencia de la Unión Europea. Un país obligado a luchar para conservar sus libertades.
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