Se pregunta mucha gente estos días cómo es posible que el Gobierno, que atesora gracias al estado de alarma el mayor poder ejecutivo de los últimos 40 años, esté naufragando tan estrepitosamente en el control de la epidemia del coronavirus. Y no son pocos los que empiezan a elucubrar si, en vez de una cadena de desgraciadas casualidades, no estaremos asistiendo a un perverso plan por parte del Ejecutivo de Pedro Sánchez.
Ni el presidente ni casi ninguno de los que le rodean en La Moncloa son tontos, así que de inicio habría que descartar que todo se deba a su ineptitud. Sin embargo, la lista de errores es tan extensa que es hasta cierto punto comprensible que algunos cuestionen la inteligencia de quienes nos dirigen: desde la falta de previsión hasta los escasos reflejos para tomar medidas cuando el virus ya estaba entre nosotros, pasando por los test y mascarillas defectuosos, el descontrol de las cifras ofrecidas diariamente, ese macroestudio serológico cien veces anunciado y que nunca llega, el desbarajuste gubernamental con los paseos de los niños, las instrucciones antibulos a la Guardia Civil...
Cuando uno se convierte en el único actor, todos los focos le apuntan y, por tanto, las probabilidades de meter la pata se agigantan
El Gobierno, tan preocupado desde siempre por "la batalla del relato", de la que es especialista el gurú de cabecera del presidente, Iván Redondo, se pensaba que teniendo a la gente enclaustrada y ocupando los telediarios con kilométricas ruedas de prensa estaba todo ganado. Sin embargo, no contaban con que, cuando uno se convierte en el único actor político, todos los focos le apuntan y, por tanto, las probabilidades de meter la pata se agigantan... porque tampoco se le puede echar la culpa a la oposición, que con el Parlamento semicerrado se ha quedado casi sin altavoz.
Como en estas mismas páginas se contó hace unas semanas, sí había un plan (convertir la crisis en una oportunidad), pero lo que no se esperaba es tal cúmulo de errores. Y en esa estrategia se incluía intentar aprovechar al máximo las posibilidades que ofrece el estado de alarma, que permite aprobar cualquier cosa a golpe de decreto, tenga o no que ver con la crisis sanitaria. Es lo que va a pasar dentro de unas semanas con la puesta en marcha de la renta mínima, pero también lo que ha sucedido ya con cuestiones mucho más discutibles como la reforma de las pensiones de los funcionarios o la adjudicación de los derechos de televisión de la liga de fútbol femenino, por poner sólo dos ejemplos de lo decretado la semana pasada.
Instalado en la comodidad de poder aprobar lo que quiera mientras la gente sigue más o menos tranquilita en su casa, se entiende que el Gobierno no tenga prisa en elaborar un calendario de 'desescalada'. Y ahí está como prueba el documento interno publicado por Vozpópuli el pasado sábado donde se habla sin ningún rubor de forzar el regreso de la liga de fútbol antes de que termine el confinamiento "para fortalecer el espíritu colectivo".
Cambio de planes
Pese a ello, el plan inicial del Gobierno está empezando a resquebrajarse por dos motivos: los últimos errores, que le han obligado a anunciar "medidas de alivio" para intentar contener el malestar creciente de la población, y la desesperación de sus socios nacionalistas, especialmente vascos y catalanes, que le han forzado a definir ya cómo va a ser la famosa 'desescalada'.
Íñigo Urkullu, el socio más serio que tiene el Gobierno, está que se sube por las paredes y quiere poner en marcha cuanto antes la economía vasca. Y algo por el estilo le ocurre a Junts y ERC, las dos formaciones que gobiernan en Cataluña. Por eso ya han transmitido a Sánchez que no apoyarán en el Congreso de los Diputados ni una prórroga más del estado de alarma, que en ese caso quedaría en manos de lo que decida el PP.
Sánchez pretende poner en marcha un complejo sistema para controlar a su antojo la 'desescalada': máxima opacidad con apariencia de supuesta transparencia
Consciente del problema que tiene con sus socios de investidura, Sánchez se ha sacado de la manga una "desescalada gradual, asimétrica y coordinada", algo nunca visto hasta ahora en Europa y con lo que pretende ceder la gestión del desconfinamiento a ciertos territorios sin perder el control sobre el resto. En vez de proponer un calendario detallado y por etapas, como han hecho sus homólogos europeos, Sánchez pondrá en marcha un complejo cuadro de mando con múltiples variables para controlar a su antojo todo lo que quede por venir. Es decir, máxima opacidad con apariencia de supuesta transparencia, y siempre avalada, cómo no, por esos expertos que lo mismo recomiendan llevar a los niños a la farmacia que horas después rectifican y deciden que es mejor pasearlos por la acera.
'Desescalada' a la carta
Esa 'desescalada' a la carta permitirá calmar los ánimos de los nacionalistas e independentistas, sobre todo en la medida en que puedan recuperar el control de la situación. Sin embargo, está por ver si Pablo Casado tragará con la maniobra y aprobará nuevas extensiones del estado de alarma, porque Sánchez ya le dijo ayer a los presidentes autonómicos que su intención es mantener los superpoderes al menos durante todo el mes de mayo... y luego ya veremos.
Si el PP acaba cediendo, que no es descartable, sólo nos quedará el comodín de la Unión Europea o, más concretamente, el de los países vecinos: no habrá imagen más dañina para Sánchez que la progresiva vuelta a la normalidad en Portugal, Francia e Italia. El día que los niños regresen a los colegios galos (12 de mayo), aquí seguiremos mirando el cuadro de mando a ver si pueden abrir unas horas la peluquerías de Murcia. Y entonces será inevitable que los españoles se pregunten por qué, si esto es una epidemia global, nosotros no podemos volver a la 'normalidad' a la vez que nuestros vecinos. ¿Acaso faltan tests? ¿Será porque todavía no están listos los resultados de ese estudio serológico tantas veces retrasado?
Por tanto, si Sánchez no se pone las pilas pronto, la UE nos acabará salvando por la vía de los hechos. Es verdad que el proyecto comunitario no atraviesa por su mejor momento, pero ahora mismo es lo único que nos queda.
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