Las matemáticas han ganado para los independentistas al grito de cambio de ese millón de catalanes que no se acomplejan de su doble sentimiento. Sentirse tan de Barcelona como de Sevilla. Tan de Gerona como de Teruel. Tan de Lérida como de Salamanca. Tan de Tarragona como de Madrid. En definitiva, tan fanáticos del gol de Iniesta en la final del Mundial de Suráfrica como de cualquier tanto de Messi en el Camp Nou. Pero la complicada resaca de este 21-D no sólo hay que entenderla en clave interna catalana. El envenenado resultado electoral debería aprovecharse como el punto de partida necesario de esa nueva España que necesita soltar tanto lastre del pasado. Mochilas putrefactas, repletas de hedor a nivel político, económico, policial, institucional… que impiden que este nuestro país, a nivel Estado, se adentre en ese proceso de digitalización que se ha instalado en el día a día de nuestra sociedad y de nuestras empresas.
La digitalización del Estado que no hay que reducirla a un mero cambio tecnológico. Ni mucho menos. La digitalización de España debe ser sinónimo de esa Segunda Transición que tanto necesitamos. Un decidido cambio de actitud y una obligada necesidad de regeneración desde las manos limpias y la cabeza bien alicatada con un proyecto de país. Eso implica mirar a 20, 30 años vista y no repensar cada decisión bajo el tamiz del mero cálculo electoral.
Esa Segunda Transición ya ha comenzado. Se inició la noche del 21-D. El triunfo de Inés Arrimadas es el pistoletazo del ‘sorpasso’ con esa Primera Transición, tan provechosa durante más de tres décadas como hoy ya caduca. Sin embargo, la victoria de Ciudadanos pese a lo histórico en esa pirueta de sentimientos que es hoy Cataluña queda machacada por el sumatorio entre Esquerra y las siglas cambiantes alrededor del prófugo Puigdemont. Apenas dos escaños por encima de la mayoría absoluta necesaria para volver a tomar la Generalitat, unos 68 escaños de los que se ha quedado lejos el lado constitucionalista.
La distancia refleja el castigo a los dos partidos clásicos –PP y PSOE- y su cada vez menor capacidad de empatía con la nueva sociedad española. Baste un dato. El PP es la cuarta fuerza en el tramo de edad de los 30 a 40 años de la población trabajadora. Idéntico sentimiento aparece según bajamos en la edad de los votantes. Los cuatro pírricos escaños del PP catalán es sólo un primer mensaje en el presente del batacazo en el futuro a medio plazo. Sólo la resiliencia que mantienen, tanto PP y PSOE, por esa mezcla entre la voluminosa bolsa de voto de mayor edad y el desigual reparto de escaños de la Ley D’hont permitirá al PP ganar las próximas elecciones generales. Sean en unos meses, una situación que no conviene a ningún partido salvo a Ciudadanos, o al final de una legislatura que ha condenado la solución de los grandes temas al ostracismo ante el protagonismo del desafío catalán.
La Segunda Transición arranca en Cataluña. En la solución a esa imbricada situación social el diálogo es tan necesario como la vuelta a la legalidad de quienes tanto campan a sus anchas por Bruselas como han convertido las horas de prisión en un buen máster de baloncesto. Sin la generosidad política de ambos bandos será imposible poner la nueva máquina política a funcionar. Y la rutina quedará tomada por un 155 que servirá para mantener las costuras de la administración en Cataluña, para que sigan cobrando los funcionarios, para que se sigan recaudando impuestos, para que se siga intoxicando a los niños desde las aulas y a la sociedad desde las pantallas de TV3… Un fracaso en toda regla de Madrid y de los secesionistas porque el tema catalán se convertirá en esa mosca cojonera que seguirá restando competitividad y riqueza a Cataluña y al resto de la economía nacional. Si desgraciadamente así fuese, estaríamos en esa crisis, tan magníficamente definida por Gramsci, en donde lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir.
Sin la generosidad política de ambos bandos será imposible poner la nueva máquina política a funcionar. El tiempo desconocido en el que será necesario abrir todo tipo de melones: la financiación autonómica, la reforma constitucional, el Pacto de Toledo, la obligación de un consenso por la educación incuestionable durante décadas… Diálogo que se propone desde la Corona. Lejos de la firmeza incontestable de la intervención del rey Felipe VI el pasado 3 de octubre –otras eran las circunstancias, el formato y el momento-, el monarca ha cambiado el tono en su tradicional discurso de Navidad. Pone el foco en la necesidad de apostar por la convivencia y el diálogo para coser las rotas costuras de la sociedad catalana. “Hay que respetar y preservar los valores y principios de nuestro Estado social y democrático de Derecho como algo imprescindible para garantizar una convivencia que asegure la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político, tal y como señala nuestra Constitución”.
Idéntico discurso mantiene Arrimadas y Ciudadanos. El primer faro de lo que tiene que ser esa nueva España. El país que premie al talento, las ganas de innovar y competir. El hueco, por la izquierda, sigue por el momento vacío.
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