¿Es la inflación un fenómeno monetario? Desde principios del siglo XX con la formulación de Irving Fisher y especialmente desde la teorización de Milton Friedman, la idea de que la inflación en el largo plazo es un fenómeno básicamente monetario ha dominado el discurso. La hegemonía de tal explicación ha sido tal que, aún hoy, gran parte de los economistas no se atreven a considerar una posible refutación de esta idea o simplemente la repiten por inercia. Sin embargo, hace ya tiempo que esta explicación ha perdido dicha hegemonía. Sin entrar en detalles de otras teorías que han tratado de explicar la inflación desde otro punto de vista, como es la Teoría Fiscal del Nivel de Precios (TFNP) y que implícitamente menciono en el resto del post, hoy es mucho más difícil demostrar que la inflación tiene un vínculo estrecho -lo que no significa nulo, aunque sí escaso y muy poco evidente- con la masa monetaria. A largo plazo, la inflación ha dejado de ser, en esencia, un fenómeno monetario.
En primer lugar, cualquier relación de la inflación con el crecimiento de la masa monetaria no parece arrojar, ya no solo una cierta causalidad, sino una mínima correlación. Hablo, claro está, de los países occidentales, aquellos en los que los bancos centrales son o actúan de un modo independiente, y donde la inflación no está relacionada con la creación de masa monetaria. Insisto, estamos hablando de países con niveles de inflación inferior a dos dígitos. Una posible explicación ya la sostuve en esta misma columna hace un tiempo. Las políticas actuales de los bancos centrales buscan ajustar la cantidad de dinero ofertada a la demanda de forma endógena. El instrumento usado para ello, salvo excepciones por todos conocidas, son los tipos de interés. Los bancos centrales no manejan desde hace décadas la masa monetaria, pese a lo que muchos quieren creer. Al usar el “precio” del dinero y no la oferta del mismo como instrumento de política monetaria, se aseguran que el valor relativo de la moneda oscile de un modo más controlado, y con ello los precios relativos de los bienes y servicios del mercado.
Pero otras pruebas en países con inflaciones más elevadas vuelven a justificar lo difícil que resulta establecer esta relación de forma unívoca. Por ejemplo, Turquía o Argentina, países con eventos monetarios recientes, han tratado de normalizar sus políticas monetarias y fiscales en los últimos años. Uno de sus principales objetivos ha sido reducir la inflación a niveles “aceptables” de un dígito y cercanos a los experimentados por los países más desarrollados. Sin embargo, y a pesar de los fuertes ajustes macroeconómicos realizados, y que han permitido reducir la inflación desde niveles muy elevados, en ambos países la inflación encontró un suelo a partir del cual daba igual qué política hicieras, esta no bajaba. La inflación se ha mostrado muy resistente a bajar de un nivel determinado, siendo irrelevante la política monetaria usada. Cuesta creer, por esta razón, que sea solo la política monetaria y el crecimiento de la oferta monetaria el único causante, ni siquiera el más importante, que explique la inflación.
A largo plazo, la inflación ha dejado de ser, en esencia, un fenómeno monetario
Pero si nos vamos al extremo, a los casos de hiperinflaciones, incluso en estos eventos es posible dudar del origen exclusivamente monetario de la inflación. El episodio reciente de la hiperinflación venezolana o el no tan lejano de Zimbabue son señalados como ejemplos paradigmáticos de las consecuencias nefastas que unas políticas monetarias excesivas y alocadas pueden tener. Sin embargo, y como comenté en el post de la semana pasada, incluso en estos casos, el análisis sobre las razones y fundamentos de la hiperinflación no es tan sencillo, siendo merecido detenerse a estudiar con interés sus causas y razones.
En ambos casos de hiperinflación, y como en muchos otros, como es el más famoso de los eventos conocidos, el de la República de Weimar de 1923, las hiperinflaciones tienen una relación mucho más estrecha con la debilidad de las instituciones en momentos de pérdida de control sobre la economía, y las consecuencias que de esto se deriva en las finanzas públicas del país. En general, cada vez se impone más la idea de que las causas más relevantes de las hiperinflaciones tienen un origen institucional y fiscal, y no monetario, siendo esta última una consecuencia de la debacle política. La monetización no es un hecho exógeno, sino la consecuencia más inmediata de la pérdida de control de las políticas gubernamentales o de la búsqueda de soluciones mágicas a problemas reales.
En conclusión, la relación entre masa monetaria, su evolución y los niveles de precios está cada vez más en entredicho. En países con instituciones fuertes y bancos centrales independientes, esta relación simplemente no existe. En países con instituciones débiles y banco centrales vinculados a las políticas gubernamentales, la inflación responde más a los desequilibrios fiscales que a políticas monetarias exógenas. En otros donde los deberes se hacen, existe un suelo a partir del cual no importa qué política monetaria hagas; la inflación no parece reducirse. Así pues, cada vez es más evidente que la inflación en las economías modernas es un fenómeno complejo, para nada simple y que, por supuesto, no puede explicarse por el mero hecho de señalar a la cantidad de dinero.
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