Opinión

Ingeniería y trapacería en Cataluña

Los pilares no resisten y se caen por su propio peso mientras la ciudadanía que vive debajo de los puentes contempla desdeñosa cómo se va desmoronando lo que construyeron sus líderes

La tarea proclamada por la clase política catalana consiste en tender puentes. Todos están empeñados en la misión de reconducir la vida del siempre ansioso Parlament de Cataluña hasta que vuelva a la normalidad. Nadie parece querer adentrarse un poco hasta llegar a describir en qué consiste la supuesta normalidad y mucho menos cómo superar el foso que separa las ambiciones de la realidad. La política aspira convertirse en ingeniería y ese es el momento en que la trapacería ocupa un lugar sobresaliente. Los pilares no resisten y se caen por su propio peso mientras la ciudadanía que vive debajo de los puentes contempla desdeñosa cómo se va desmoronando lo que construyeron sus líderes. La democracia en Cataluña es una ficción muy bien alimentada.

La desmembración de la vida social y política podría convertirse en un atractivo turístico. Una visita a la Plaza San Jaime, centro del poder institucional, debería incluirse en la ruta. No para admirar sus bellezas arquitectónicas, de las que carece, sino por algo de mayor fuste: el valor de lo que tras ellas se esconde. Hasta ahora tenía un interés limitado al Ayuntamiento, dirigido por una alcaldesa, Ada Colau, que ejerce el cargo por razones tan peculiares como ser la única que habiendo salido de la Asamblea Antidesahucios hoy “Barcelona en común” y con sólo 10 concejales de 41, ha logrado constituir un comedero lo suficientemente abundante para que abreven en él los suficientes grupos y personajes que le consientan el bastón de mando.

Pero ahora el interés de la ruta turística ha alcanzado un hito. Frente al edificio del Ayuntamiento se alza el de la Generalitat y ahí un chico espabilado y de buena crianza, Pere Aragonés, ha ganado por la mano la presidencia autonómica con tan sólo 33 diputados de los 135 que componen la cámara. Dos milagros de la naturaleza política situados en la misma plaza. Y los guías turísticos sin enterarse de que tienen delante una mina para que el pastueño turista con banderita se pase un buen rato en la Barcelona real, dudando entre la admiración y la sorpresa. Nada de fastos olímpicos convertidos en chiringuitos, ni otra crucifixión de Gaudí como la que perpetró Subirachs en la Sagrada Familia, ni las casas de pisos inhabitables y fachadas pasteleras del Ensanche. Un curso para asiáticos fascinados que dure diez minutos, quince a lo más, dedicados a la radiografía institucional de la Cataluña posmoderna, la Plaza de San Jaume.

Por más que consigan jodernos la vida con sus sanciones, censuras, mitos, clasismo y xenofobia, no dejan de ser atentos acumuladores de frustraciones y soberbias, como proliferan en Madrid, Oviedo Bilbao o Trujillo

La tarea más cansina es tomarse en serio lo que algunos consideran de gravedad trascendental. Por más que consigan jodernos la vida con sus sanciones, censuras, mitos, clasismo y xenofobia, no dejan de ser atentos acumuladores de frustraciones y soberbias, como proliferan en Madrid, Oviedo Bilbao o Trujillo. La diferencia, si hay alguna, consiste en los medios, porque aquí la financiación del acueducto que riega todos los huertos, abarca a la derecha y a la izquierda.

Un ejemplo poco citado. La Diputación de Barcelona es el comedero “Cinco estrellas” de la restauración institucional. Mil millones de presupuesto. 92 cargos fijos y 124 asesores contabilizados y jamás mencionados. El sueldo mínimo de la instalación está en 54.000 euros pero otros superan los 100.000.
¿Quién creerá usted que domina la Diputación? Una alianza entre Junts (independentistas anti constitucionales) y el PSC, esos socialistas catalanes que merecerían una tesis doctoral médica. ¿Acaso no hizo Sigmund Freud su primer trabajo académico sobre la lamprea, esa serpiente de mar y río? Imagínense si se hubiera topado con un animal tan singular como el PSC. Hubiera salido sin duda una tesina rompedora por insólita.

Suele decirse, para escabullirse de mayores detalles, que la sociedad catalana es diferente. Y luego sonríen. Parecida a las demás, aunque tenga sus variantes; la más significativa es su inmunidad ante la corrupción institucional. Un sentido patrimonial de las instituciones. Pujol y su Sagrada Familia no prevaricaban ni se beneficiaban de su poder omnímodo, sólo se aprovechaban de una buena coyuntura económica para engrandecer Cataluña. ¡Para corrupción la de otros partidos y otros lugares! El comparativo desdeñoso es un arma que paradójicamente manejan los que se consideran incomparables.

El día que las clases medias urbanas se hicieron independentistas es el meollo de una realidad incontestable. Un proceso que llegó hasta allí y que lleva a rastras la inevitable convicción de que las instituciones en Cataluña seguirán un sinuoso y largo camino hasta volver a una situación democrática. Resulta difícil explicar a una sociedad estamental y religiosa, que las posiciones surgidas el día de la República de los Minutos llevaban la marca del desprecio a la democracia y a la misma Constitución que ellos votaron en la proporción más alta de toda España. Eso no cabía en la modesta cabeza de Mariano Rajoy pero sí en la del abad Oriol Junqueras, para quien Dios y sobre todo su Iglesia catalana estaban en el lado bendecido que él pastoreaba.

Había que inventar dos sociedades en conflicto para que la victoria fuera inapelable y poder decir una vez más lo de “cautivo y desarmado el ejército rojo…”

En ese momento en el que la burbuja catalanista se expandió y pretendió el poder absoluto, la sociedad estamental, lo que en Cataluña se considera “los nuestros”, hizo un guiño que rompió el trampantojo con el que se había consagrado la forma de hacer política pujoliana: yo te ayudo a gobernar Madrid y tu no interfieres en lo que yo hago aquí. Así funcionó desde Felipe González, hasta que la meteorología económica y política hizo imposible el mantenimiento. Había que inventar dos sociedades en conflicto para que la victoria fuera inapelable y poder decir una vez más lo de “cautivo y desarmado el ejército rojo…”. Pero ya no hay rojos, ni falta que hacen; todo lo más rabanitos junto a la mantequilla.

Ahora se culmina la milagrosa presencia. Una Generalitat de Esquerra Republicana convertida en Casa de Caridad, cuya única salvación está en el ejército defensivo de unos socialistas impotentes y alquilados; su principal seña de identidad. La política en Cataluña se ha convertido en una estafa al aire libre donde nadie se atreve a decirle a los ciudadanos que el experimento era con gaseosa.

Hay sociedades que tienden a la mansedumbre, pero la hipocresía política tiene un límite, como la Restauración canovista, y nos hemos adentrado en él. El presidente de la Generalitat y el del Gobierno central acaban de pactar el ninguneo del simbólico 25% de la enseñanza en castellano. Se necesitan para sobrevivir. Son sus culos los que están en juego y hablar de ingeniería no es sino otro paliativo para designar la trapacería. Para los nuevos encargados del páramo, Cataluña se recupera y Barcelona vuelve a sus esencias. Aunque huelan a tanatorio.

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