Belarra ha empezado a quemar sus naves. No ha dimitido como prometió si Sánchez enviaba armas a Ucrania, pero este domingo ha elevado el tono hablando de los “partidos de la guerra” en clara referencia al PSOE. Salvo Yolanda Diaz, denostada por los podemitas, el resto del partido se encuentra visiblemente incómodo con esta situación. Son abiertamente pro Putin y opuestos a la OTAN. Dicha situación podría mantenerse durante algún tiempo habida cuenta que el comunismo no quiere perder la plataforma que supone detentar ministerios y con ello la posibilidad de enchufar a correligionarios e imponer sus absurdas políticas de género y otros inventos. Que a Sánchez cada vez le llegan más mensajes desde Europa -el último por parte de Von der Layden- acerca de lo dañino que supone para España tener sentados ministros a anti atlantistas, también es evidente.
Así las cosas, el PP se ha ofrecido al presidente para llegar a acuerdos que vayan más allá de pactar diferentes organismos del estado. Sánchez ve en Feijóo un candidato que poco o nada tiene que ver con el ayusismo y se dice que pondera la posibilidad de llegar a grandes acuerdos de estado que le permitirían evitar un adelanto electoral que no desea, porque espera finalizar su mandato como presidente de la UE. En Génova se frotan las manos porque entienden, no sin razón, que ha llegado el momento de lo que desde Europa se viene reclamando, un acuerdo entre los dos grandes partidos con el concurso de Ciudadanos. Los naranjas se aferran a esa posibilidad porque ven en ella el balón de oxígeno que precisan para no acabar en la irrelevancia.
Que esa Grosskoalitionen podría ser beneficiosa es indudable. Eliminaría de la ecuación comunistas, separatistas y bilduetarras. En segundo lugar, aseguraría estabilidad parlamentaria dado que los presupuestos de Calviño están desfasados y urge elaborar unos nuevos que se adecuen a la realidad. Ni que decir tiene que en materias como política exterior o defensa las mejoras serían notables. Según los analistas de Génova, sin el lastre podemita, a España se le concedería un margen superior al actual y volvería a recobrar el papel de gran potencia que nunca debió abandonar.
El problema sería que dicha solución pasaría también por el mismo problema, que no es otro que Sánchez. Cierto es que ha demostrado con creces que sabe cambiarse de camisa en un pis pas y que su falta de escrúpulos e ideología son tan palmarios que podría presentarse ante la nación como el estadista que sabe dar paso a los intereses generales antes que a los de su partido. Pero, insistimos, el principal problema es Sánchez y nada nos indica que ese acuerdo con los populares le hiciera cambiar de manera de ser. La zorra pierde el pelo, pero no las mañas dice el viejo refrán. Por otro lado, hay que tener en cuenta que entre los votantes del PP no se vería con agrado ese viraje. El electorado popular quiere a Ayuso, no demoniza a VOX, es furibundamente anti Sánchez y esta maniobra les parecería más bien un enjuague típico del bipartidismo que otra cosa.
Personalmente, tengo el corazón dividido. El momento es gravísimo y es menester actuar con sentido de estado, así que si se produjera la circunstancia de la que se habla tanto en privado y tan poco en público, sería un beneficio para España. Pero no me fío ni del presidente ni de un PP descafeinado. Lucidez o patriotismo, he aquí el dilema. Sea como fuere, pinta que estamos en los prolegómenos de una gran coalición.