Opinión

Intereses ocultos tras la subida de la bolsa

Los bancos centrales, y en concreto la Fed, por mucho que tengan que luchar contra la inflación, no tardarán mucho en revertir sus últimas medidas, entre otras cosas para ayudar a los mercados de valores

La semana pasada se cumplieron 93 años del inicio del famoso crash bursátil de 1929 que se considera empezó la mayor depresión económica de la era moderna y el mayor ciclo bajista de Wall Street tras muchos años de euforia. Para que nos hagamos una idea de esto último, en 1929 hubo 45 cierres en máximos históricos (parecen muchos pero el récord ocurrió en 1995 con 77, y en los últimos años en 2014 y 2017 hubo más de 50 y el año pasado, 2021, 68) y no volvió a haber un nuevo máximo de Wall Street… hasta 1954. ¿Se imaginan que hasta 2047 no volvamos a ver los máximos de Wall Street de enero de este año? Es decir, que aunque sigue habiendo mucha gente empeñada en que a largo la bolsa siempre sube, lo cierto es que el que compró en los altos de 1929 tardó 25 años en recuperar su inversión… si invirtió en el índice, porque es muy posible que lo hiciera en alguna de las muchas compañías que quebraron en aquel ciclo, y por tanto perdiera todo su dinero.

Hubo menos suicidios en la ciudad el mes después del crash bursátil que los que había habido el año anterior en el mismo periodo

Por suerte para los norteamericanos, solo había 1.5 millones de personas con títulos en acciones en 1929 o un poco más del 1% de la población del país. De hecho, lo de que la gente se tiraba por las ventanas porque se desplomaba el Dow Jones es una falsedad. Por lo visto todo empezó porque ante la visión de un corro de gente en Wall Street, que no estaba para nada mirando un cadáver, el humorista Will Rogers bromeó diciendo que «había que hacer cola para conseguir una ventana por la que tirarse». El chiste lo continuó Eddie Cantor, otro comediante, afirmando que los recepcionistas de hotel preguntaban a los clientes si querían la habitación «para dormir o para tirarse». Vamos, que el tema de las fake news no es nuevo, aunque es de suponer que ninguno de los dos tenía la mala intención de crear un falso mito que se sigue repitiendo décadas después, y que de hecho se sigue leyendo como si fuera cierto en artículos periodísticos actuales. Y esto pasa incluso cuando se sabe, por cifras oficiales del jefe de los médicos forenses de Nueva York, que hubo menos suicidios en la ciudad el mes después del crash bursátil que los que había habido el año anterior en el mismo periodo.

En realidad, cuando la gente empezó a pasarlo realmente mal no fue por la bolsa, la tragedia no comenzó hasta que quebraron bancos. Por eso la caída de Lehman Brothers en 2008 sirvió para recordárselo a los que lo desconocían o habían olvidado ese hecho, y alertó a gobiernos y autoridades financieras que se conjuraron en que no volviera a pasar algo así. Pero eso no pasó entonces, lo que agravó mucho la depresión de 1929, al igual que la falta de colchones de seguridad y políticas sociales que pudieran mitigar la crisis. Por otra parte, para el gran público no es lo mismo un banco de inversión, por muy grande que fuera, que las cinco mil entidades financieras que cerraron sus puertas aquellos años.

Más allá de la Historia por todos conocida, a mí me llama la atención que, al contrario de lo que ocurre hoy donde todo el mundo habla de crisis, en octubre de 1929 pocos tenían miedo a un parón económico, mucho menos a una recesión tan grave. Hizo falta un crash bursátil para que la gente comprendiera la ficción en la que habían vivido la mayor parte de los “felices 20”. Si algo que apenas era importante para el 1% de los estadounidenses provocó lo que provocó, ahora que el porcentaje de adultos invertido supera el 50%, es fácil imaginar lo vital que puede ser para las autoridades políticas y económicas estadounidenses la estabilidad bursátil. Por eso mi creencia en que los bancos centrales, y en concreto la Fed, por mucho que tengan que luchar contra la inflación, no tardarán mucho en revertir sus últimas medidas, entre otras cosas para ayudar a los mercados de valores.

En España no hay datos fiables de cuántos españoles invierten en bolsa, sea directamente o a través de fondos, pero hay encuestas que pueden darnos pistas e indican que de los casi 19 millones de hogares que hay en España, al menos en un 30% hay accionistas. La diferencia entre España y los Estados Unidos es tan grande, aparte de por tradición inversora, por los seguros privados, mucho más habituales allí y, sobre todo, por los planes de pensiones. Mientras en España tenemos una pensión pública principal, allí –como ocurre en muchos países- las pensiones tienen esquemas de participación privada y empresarial (a favor de los empleados) que, para vencer a la inflación, suelen invertir en bolsa durante la vida laboral del que luego será pensionista. Esto hace que no sólo haya muchos más estadounidenses accionistas, también que el interés porque la bolsa suba sea mucho más importante que aquí, donde muchos invierten, pero no se juegan el cobro de la pensión.

Este enero pasado las cotizaciones no reflejaban la realidad económica sino el exceso de liquidez y un optimismo casi infantil

En resumen, que, aunque en España menos, existe un interés político y económico muy claro en conseguir que la bolsa suba y no creo que sea casualidad que el país más envejecido del planeta –Japón- sea el que más ha presionado a su banco central para comprar acciones y así mejorar la rentabilidad de los japoneses en un mundo de intereses negativos. También es un tema del que se habló en Europa: si ya se ha cruzado la línea de comprar deuda pública y deuda privada, ¿por qué no? El SNB (banco central suizo), otro de los que durante años mantuvo los tipos negativos, también tiene en cartera una gran cantidad de acciones -la mayoría de Wall Street- aunque este año no creo estén muy felices por ello.

El crash bursátil de 2022 no es comparable al de 1929 pero es cierto que, como entonces, este enero las cotizaciones no reflejaban la realidad económica sino el exceso de liquidez y un optimismo casi infantil. Y hay que tener en cuenta que el dolor para los inversores este año es más grande del que reflejan las caídas puesto que hay que restar, a las caídas nominales, que nuestro poder adquisitivo se ha reducido en torno a un 10% en un año. Es decir, que una pérdida de un 20% es de un 30% en términos reales.

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