Hay algo singularmente estúpido de nuestra civilización, y es la capacidad para ignorar los riesgos más evidentes. Carlo María Cipolla escribió en Allegro ma non troppo que “la humanidad se encuentra en un estado deplorable” y acertó. También afirmó que “cada individuo infravalora la cantidad de estupidez que le rodea” y también dio en el clavo. Este martes han caído una parte importante de los servicios de Internet y cualquiera podría plantearse la siguiente pregunta: ¿por qué se permite que una sola empresa -la que ha sufrido 'la avería'- pueda absorber a tantos y tan importantes clientes?
A continuación, no queda más remedio que ir un paso más allá y pensar sobre el porqué se ha aparcado tanto el debate sobre el cataclismo económico y personal que se produciría en el caso de un fallo masivo y persistente en la Red.
Caminamos sobre el filo de la navaja y la impresión es que no somos muy conscientes de ello. Era febrero de 2020, una epidemia se expandía a la velocidad del rayo por Asia y el sur de Europa; y pocos dedujeron el verdadero alcance de la amenaza. Cuando las autoridades avisaron de la posibilidad de someternos a un ‘arresto sanitario domiciliario’, hubo una avalancha de clientes en los supermercados, sin saber muy bien de qué debían hacer acopio ante la amenaza (inexistente) de desabastecimiento. Se acabó antes al papel higiénico que la carne. No hay esperanza para la humanidad.
Los riesgos de Internet
Hemos dado por supuesto en los últimos años que, con la llegada de Internet, los ‘formatos’ debían desaparecer. Desde los periódicos hasta el comercio local, los discos, los buzones e incluso, en un tiempo, el papel moneda. ¿Estamos en un error? Es difícil de saberlo, pero llama la atención que las advertencias sobre el riesgo que eso entraña hayan sonado a un volumen mucho más bajo que las voces de quienes hablaban de los beneficios que generaba. ¿Cuánto de peligrosas son las cada vez mayores dependencias de los gigantes del comercio electrónico?
El fallo de una compañía llamada Fastly ha provocado que este martes hayan resultado afectadas compañías como Amazon –el mayor 'monstruo' de Internet-, Spotify, Paypal, Twitch y Shopify, además de varios de los principales periódicos del mundo.
Según relatan los medios especializados, esta empresa ofrece un servicio a sus clientes por el que se reduce el tiempo de carga de sus páginas web, que en condiciones normales sería más alto o más bajo dependiendo de su cercanía/lejanía del servidor donde se alojan sus datos. En general, a mayor distancia, más demora.
El problema es que un fallo grave ha causado un efecto dominó y, por ende, ha provocado la caída simultánea de todas estas web. Durante unos minutos, una parte significativa de la red comercial global ha quedado paralizada. Ha sido el equivalente a un apagón a gran escala. El problema es que su dimensión es mucho más grande que la de cualquier sistema eléctrico. Es mundial.
El avance puede debilitar
Ocurre lo de siempre: se presta más atención a los avances que a los peligros que entrañan, pues la civilización ha asumido como cierta la hipótesis de la reina roja, por la cual, quien renuncia a correr lo máximo que pueda, y de forma constante, quedará siempre rezagado. Esto implica concebir la vida como un trayecto en bicicleta, a sabiendas de que, cuando se deja de pedalear, la inercia del vehículo será la de desplomarse.
No hay duda de que Internet es el invento más importante de las últimas décadas –e incluso siglos-, pero quizás hemos sido demasiado optimistas con respecto a la Red. Stefan Zweig relató en El mundo de ayer: memorias de un joven europeo que en la Viena de principios del siglo XX todo era optimismo. Sus gentes exageraron el valor del avance científico y consideraron que nada malo podía pasar si en los laboratorios se hallaba, cada cierto tiempo, la cura de enfermedades, mientras en los talleres se creaban ingenios mecanizados cada vez más sofisticados. Pocos años después, los europeos se mataban de nuevo. Por millones.
Hemos fiado la economía y el conocimiento a Internet sin pararnos a reflexionar sobre los efectos secundarios que eso ha provocado. Pero lo cierto es que ha generado fenómenos inquietantes. Este fin de semana, el G-7 alcanzaba un acuerdo para que las grandes compañías tecnológicas tributen allí donde generen riqueza. Esto sucede después de que la inmensa mayoría de los países se hayan convertido en colonias donde estas empresas obtienen recursos sin dejar apenas riqueza. Mientras admirábamos las nuevas aplicaciones para nuestro teléfono móvil, nos hemos convertido en una especie de granja para ‘gigantes’ empresariales.
Mientras admirábamos las nuevas aplicaciones para nuestro teléfono móvil, nos hemos convertido en una especie de granja para ‘gigantes’ empresariales
También hemos fiado el comercio mundial y una parte de nuestra vida personal y sustento a corporaciones que no son infalibles –este martes se ha demostrado-, pues dependen de los servicios técnicos de otras empresas. Quizás nos creíamos invulnerables y llegamos a pensar que Internet implicaba superar las limitaciones del ‘mundo físico’. Pero, a la hora de la verdad, todo lo que los humanos crean está sometido a sus propios fallos. Y la estupidez y la incompetencia siguen siendo dos leyes fundamentales en esta especie animal.
Durante décadas, echábamos la vista al cielo cuando las noticias advertían de la caída de un meteorito sobre la atmósfera, por si eso pudiera generar un cataclismo. El año pasado, nos dimos cuenta de que las amenazas más inminentes e inquietantes podían ser microscópicas. Y sucesos como el de la caída de Fastly demuestran que hemos fiado una parte importante de nuestra vida a un mundo virtual que resulta tan vulnerable –o más- como el analógico. El de la carne, que siempre ha sido inconsistente.
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