La epidemia de la covid-19 ha sacado a relucir, lamentablemente, lo peor de España y de los españoles. Nuestro país ya daba señales de agotamiento desde hace un par de lustros, pero el maldito virus ha puesto todavía más de manifiesto tres elementos que explican por qué España es ahora mismo el farolillo rojo de Europa: unos políticos inútiles, una administración ineficaz y unos ciudadanos poco familiarizados con los usos y costumbres de una democracia.
Lo de los políticos no requiere mucha argumentación, pues tanto en primavera como ahora ha quedado demostrado que estamos en manos de auténticos mentecatos que difícilmente podrían hacerse cargo de una pyme. Gente sin oficio ni beneficio más preocupada por la propaganda que por salvar vidas y, por supuesto, con la única obsesión de derrotar al rival en vez de al virus.
De la gestión del Gobierno de Pedro Sánchez durante estos meses hemos hablado en estas páginas sobradamente, y poco bueno se puede decir. Ni vio venir la epidemia, ni supo afrontarla cuando ya nos masacraba. Como se le criticó mucho por ello, intentó sacarse la espina sometiéndonos al confinamiento más largo y estricto de todo el continente, y que como herencia nos va a dejar, como es obvio, la mayor caída de una economía europea en 2020. ¿Alguien en su sano juicio pensaba que no iba a ser así?
Plan maquiavélico
Escarmentado por lo vivido en primavera, Sánchez y sus cien asesores monclovitas diseñaron un plan. En vez de ponerse manos a la obra para tener el país preparado para la segunda oleada, decidieron pasarle la patata caliente a las comunidades autónomas y, parapetados en lo que ellos han llamado 'cogobernanza', preparar una venganza bien fría para aquellos barones populares que más elevaron la voz a comienzos de año, y especialmente Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid.
Sánchez dejó pasar las semanas sin mover un dedo durante todo el verano sabedor de que la segunda oleada de covid-19 arrasaría a cualquiera y, por tanto, haría buena su gestión de la primera y permitiría al Gobierno acudir al rescate de las comunidades más afectadas, ya fuera previa petición del presidente autonómico o con intervención directa desde Moncloa si el caos se apodera de la situación. (Tengamos muy presente estos días que el Ejecutivo puede decretar en cualquier momento el estado de alarma en el territorio que quiera y durante dos semanas, sin necesidad del visto bueno del Parlamento, que sí tendría que intervenir en caso de prolongación).
Ese plan deja muy mal a Sánchez, pues pretende esconder la incapacidad de su Ejecutivo dejando en evidencia que el resto de políticos son todavía más inútiles. Y no le falta razón en este último diagnóstico, porque mientras él sigue teniendo cierta buena presencia y el mejor equipo de asesores de todo el país, algunos presidentes autonómicos, y singularmente Ayuso, no están preparados ni siquiera para dar una rueda de prensa.
El absurdo de las cartas
La prueba de que Sánchez tiene un plan y de que está instalado en la pura estrategia política contra Ayuso es ese absurdo intercambio epistolar al que ambos nos sometieron el pasado jueves, y que dio como resultado una reunión ¡cuatro días después! Si tan crítica es la situación, ¿no hubiera bastado con una llamada de teléfono para concertar una cita media hora después?
Y así estamos, con un lío de narices entre manos pero con Sánchez más preocupado en ganar eso que los cursis llaman "la batalla del relato": sólo así se explica que el sábado por la noche tuviera tiempo para dar una entrevista en televisión, pero no pudiera verse con la presidenta madrileña en todo el fin de semana.
Ayuso ha cometido los mismos errores de Sánchez, pero con el agravante de que hace seis meses pasó exactamente igual y ya deberíamos haber aprendido la lección
Ahora mismo lo único que Sánchez tiene entre ceja y ceja es aprovechar la crisis para eliminar a Ayuso y, si esta no le pide de rodillas la reactivación del estado de alarma, será él quien se lo aplique para subrayar el descontrol en la región. Y el problema de Ayuso es que es demasiado evidente que no es más lista que Sánchez: la jugada de La Moncloa estaba cristalina desde julio y no se entiende por qué no ha dedicado el verano a reforzarse por tierra, mar y aire para no quedar como la mala de la película. ¿Dónde están, por ejemplo, los famosos rastreadores?
Ayuso ha cometido los mismos errores de Sánchez (no prepararse para lo que venía y, una vez el problema se ha desbordado, titubear a la hora de adoptar las posibles medidas), pero con el agravante de que hace seis meses pasó exactamente igual y ya deberíamos haber aprendido la lección. El tiempo es oro en este tipo de crisis y, del mismo modo que en aquella segunda semana de marzo España perdió el paso desde que el lunes 9 se tomó conciencia de la gravedad del problema hasta que las medidas entraron en vigor el sábado 14, ahora ha pasado algo similar: desde el miércoles 16 la Comunidad estaba decidida a tomar medidas drásticas, pero no se han aplicado hasta este lunes 21. Otros cinco días tirados a la basura y dando una nefasta imagen de descoordinación e improvisación.
Los ciudadanos
Pero, aparte de la inutilidad de nuestros políticos y de la ineficacia demostrada por el sistema autonómico, que duplica competencias pero que, cuando llega una crisis gorda, permite que unos y otros esquiven sus responsabilidades, está el problema de los ciudadanos, o de una parte importante de los mismos, que son capaces de pensar una cosa y la contraria en apenas seis meses, con tal de no quitarle la razón al partido al que votan.
Por eso estos días están pasando cosas sorprendentes en España. Pongamos sólo cinco ejemplos:
1.- Que se hable de Madrid como foco del problema cuando en términos relativos la situación epidemiológica ha sido mucho peor en las últimas semanas en regiones como Aragón o La Rioja, pero algunos españoles seguramente no sepan ni cómo se llaman sus presidentes autonómicos.
2.- Que se critique el confinamiento selectivo de Madrid cuando una decena de comunidades ha hecho lo mismo durante los últimos tres meses sin tanta polémica.
3.- Que los que se tragaron sin rechistar el confinamiento más duro de Europa durante cien días se quejen ahora de unas medidas más 'light', y que denuncien desde el minuto uno el cierre de los parques, absurdo antes y absurdo ahora, cuando en primavera estuvimos 70 días sin parques y muchos de esos que ahora alzan la voz ni siquiera abrieron la boca entonces.
4.- Que los que criticaron a los 'cayetanos' de Núñez de Balboa por protestar en plena pandemia alienten ahora manifestaciones de la "clase obrera" contra las decisiones de la Comunidad de Madrid. Y al revés: que los que defendían en abril salir a la calle a protestar ahora cuestionen el derecho de otros a hacer algo parecido.
5.- Que los que no dijeron ni mú ante la desescalada caprichosa de Sánchez, cuando el País Vasco pasaba de fase sin ninguna justificación técnica, denuncien ahora que no hay razones objetivas para cerrar unos barrios en lugar de otros.
Y así podríamos seguir hasta el infinito. Miles de ciudadanos cambiando de opinión en seis meses con tal de salvarle el pellejo a su político favorito. Un coro de sectarios sin ningún tipo de pensamiento crítico y entregados a lo que le dictan las élites de los partidos. Como dijo Machado, de cada diez españoles, nueve embisten y uno piensa. Mientras eso perdure, este país tiene difícil remedio y seguirá siendo el farolillo rojo de Europa.
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