Son civiles –aunque entre ellos podríamos hallar a no pocos oficiales de la inteligencia marroquí e incluso a miembros de organizaciones yihadistas– que han llegado hasta la reja que separa el territorio español del de Marruecos. Pero también forman parte de un calculado plan de invasión camuflada que Rabat lleva hace años llevando a cabo y que ahora ha decidido llevar al límite. El reino alauita procede siempre del mismo modo. Tira una piedra. Si no pasa nada, tira dos. Y así sucesivamente. Como el Gobierno de Sánchez se preocupa más de Ayuso o de la cuestión de género que de la política de Estado, en Marruecos han creído que era el momento para hacerle un pulso a España, a la que juzga, y no sin razón, en uno de sus momentos más débiles. No paramos de intentar complacerlos. Un breve repaso: 130 todoterrenos, diez millones de euros en material policial de alta gama, 20 Volkswagen de lujo y 18 camiones especiales, 1’48 millones para 90 quads, 384 coches patrullas con la tecnología más avanzada y este mismo martes el Gobierno ha aprobado dar a Marruecos 30 millones para evitar la emigración ilegal. Tócate los pelendengues.
El número de personas que han llegado hasta la playa del Tarajal, según cifras oficiales, supera los seis mil en el momento de escribir esta crónica. Quien la firma, al habla con diferentes mandos tanto policiales como militares que están en el operativo ceutí, ha confirmado más de diez mil. Muchos dirán que, para ser una invasión, es pacífica. Niños, mujeres, más niños. Ninguna violencia. Ningún ruido. Desconocen la situación sobre el terreno. A los afectivos especiales de la Benemérita les cayó encima una lluvia de piedras que me recordó las de Urquinaona de hace un año. En cuanto a esos niños, muchos ya deambulan por las calles de Ceuta provocando una pelea aquí, un disturbio allá, un cruce de insultos en el otro lado. Consecuencia: la mayoría de comercios de la ciudad están cerrados.
El buenismo suicida de los rojos de salón acompañado por el bienquedismo de la derecha no lo admitirán, porque es anatema, pero hay que repetirlo: estamos siendo invadidos en lo político, en lo religioso, en lo social
Y ya sé que muchos insistirán en eso de los niños pero miren, en el mundo árabe uno deja de ser niño a la que puede valerse por sí mismo, no como aquí, que tenemos auténticas criaturas de pecho con veinticinco años, incapaces de hacer nada que no sea quejarse y llegar a casa a mesa puesta por la mamá. Nada que ver con los chicos que se están buscando la vida desde siempre. Ese Ejército árabe hace tiempo que llegó a Europa y no parece que los resultados hayan sido precisamente los de la integración pacífica, sosegada y amable. Conste que no creo que nadie deba abjurar de su fe ni de sus tradiciones por el hecho de vivir en otro lugar, simplemente digo que las leyes están para que les respetemos y cuando tus costumbres o religión chocan con la sociedad en la que te has ido a vivir, o te adaptas o te vas.
El buenismo suicida de los rojos de salón acompañado por el bienquedismo de la derecha no lo admitirán, porque es anatema, pero hay que repetirlo: estamos siendo invadidos en lo político, en lo religioso, en lo social. Por un lado, las organizaciones comunistas que bajo múltiples disfraces pretenden crear un marco cultural nuevo en el que los hombres, solo por serlo, sean culpables y la heterosexualidad poco menos que una anomalía. Pretenden que desaparezcan las ideas de patria, de familia, de ejército, de mérito, para sustituirlas por las suyas, que siempre tienden a modelos totalitarios en los que la libertad del individuo se ve reducida a la nada. ¿O es que Irán es un modelo de democracia? ¿Y Corea del Norte? ¿Venezuela? ¿Cuba? ¿Arabia Saudí? ¿Hamás son hermanitas de los pobres? ¿El Che era un filántropo?
Al lado de árabes decentes, que trabajan como cualquier hijo de vecino y respetan la ley sin por eso dejar de ser buenos musulmanes, se esconden los imanes del odio, los salafistas, los inculcadores del terror
Por el otro, tenemos al contingente árabe que puebla los barrios de Berlín, de París, de Londres, de Madrid, de Barcelona en los que al lado de árabes decentes, que trabajan como cualquier hijo de vecino y respetan la ley sin por eso dejar de ser buenos musulmanes, se esconden los imanes del odio, los salafistas, los inculcadores del terror. Siempre son víctimas, los demás son malos, Israel es un país genocida, los occidentales estamos podridos, los que decimos cosas como las que escribo somos racistas. Ya está bien. Es hora de que reaccionemos y digamos a los responsables políticos lo que aquel alemán, jefe de batería en las playas de Normandía, le gritó a su superior que no daba crédito a lo que le decía: “¡Es la invasión, idiota, la invasión!” a lo que el displicente jefe, alejado del teatro de operaciones y a cubierto de cañonazos, contestó “¿Ah, sí, y hacia donde se dirigen?” “¡Hacia mi nariz!”. Miren las suyas, por si acaso. Porque esto es ya una invasión.
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