El acuerdo alcanzado por los países de la Unión Europea para financiar la batalla contra la crisis causada por la pandemia de la covid-19 ha provocado una fuerte reacción del euro, que después del Brexit se había quedado un poco huérfano de iniciativa. También de las primas de riesgo periféricas, que recogen con alegría el hecho de que se pseudomutualicen las deudas dentro de la Unión. El acuerdo, mezcla de subvenciones y préstamos con cargo a los presupuestos comunitarios, no es una unión fiscal, pero se aproxima mucho a ese concepto.
El objetivo del programa es tratar de aportar un impulso de gasto público en un momento de debilidad económica provocado por la crisis de la covid-19. Una de las principales características, además de la emisión de bonos conjuntos para su financiación y su mayor o menor condicionalidad, es su carácter finalista. Esto quiere decir que tanto los créditos como las subvenciones no pueden utilizarse de manera general, sino que los Estados miembros han de presentar proyectos concretos para que se destinen recursos a los mismos. Y esto ocurrirá ya en 2021, una vez que se cumplan todos los pasos legales y las aprobaciones tanto en el Parlamento Europeo como en los de los respectivos países. No es por tanto una inyección de euros inminente y su ejecución será la que determine su éxito o su fracaso.
La clave estará en los detalles, que nos indicarán en qué medida y qué sectores o empresas serán los que resulten más beneficiados. La letra pequeña indica que se busca potenciar medidas sanitarias en primer lugar, pero también se refiere a un ambicioso plan de lucha contra el cambio climático, la cohesión rural, la digitalización y la ciberseguridad, el control fronterizo... Muchos y variados objetivos que seguramente ofrezcan ángulos de inversión para los agentes e inversores privados.
El maná de la Unión será más o menos sabroso en función del beneplácito que merezcan los proyectos por parte de las autoridades comunitarias
Desde nuestra perspectiva inversora, la fórmula del acierto está en encontrar negocios sólidos que, más allá del catalizador que pueden suponer estos fondos europeos, tengan ya una gran fortaleza en su balance y una trayectoria creciente de ingresos.
Muchos podríamos pensar en Iberdrola como un ejemplo clásico de inversión en energías renovables, pero es oportuno mirar a otros valores. Pongamos un ejemplo: la compañía fabricante de frenos de trenes Knörr Bremse, cuyo atractivo reside en su buen posicionamiento en el sector de la movilidad, cuyo futuro pasa, además de por el coche eléctrico, por el mayor uso de transportes colectivos no contaminantes, como es el caso del tren, en detrimento de otros como el avión. La compañía germana es líder en la fabricación de frenos para trenes, con lo que cualquier aumento de la red ferroviaria a escala europea será muy positivo para su cuenta de resultados.
Otro ejemplo es la compañía Svenska Cellulosa, que se podría beneficiar de la transición hacia un modelo de consumo más sostenible. El cartón se ha demostrado como un reemplazo perfecto para muchos plásticos de un solo uso, lo cual favorece a papeleras integradas como ésta, que no dependen tanto del precio de la materia prima.
Farmaceúticas y campaña electoral
Estos dos ejemplos nos enseñan que las variables en una decisión de inversión son múltiples y muchas veces la apuesta de un sector o compañía no tiene el fruto deseado por motivos distintos a los puramente de negocio. Las utilities suelen acompañar a los tipos de interés, de tal suerte que una subida de la inflación podría poner en jaque sus valoraciones. Las compañías especializadas en tecnología cotizan actualmente con unos múltiplos muy elevados y podrían sufrir en su valoración si no se cumplen sus objetivos de crecimiento. Las empresas de salud, como en el caso de las farmacéuticas, ven sus cotizaciones subir y bajar en función de las expectativas de victoria republicana o demócrata en la carrera hacia la Casa Blanca.
En consecuencia, sigue siendo clave que el inversor consulte siempre a sus asesores y realice una buena diversificación en carteras y fondos que ofrezcan una gestión activa, con un exhaustivo control de riesgos. A los fondos europeos que llegarán el año que viene habrá que seguirles la pista para saber dónde acaban, porque el maná de la Unión será más o menos sabroso en función del recorrido de los proyectos que merezcan el beneplácito de las autoridades nacionales y comunitarias. El beneplácito de los inversores dependerá de variables más exigentes aún.
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