Opinión

Cuando invertir es un problema

Quizás no sea lo más conveniente tomar decisiones demasiado drásticas, irreflexivas o apresuradas. Sobre todo, si uno invierte con un horizonte de largo plazo

Pepe Osado y Juan Agonías son dos inversores con perfiles absolutamente contrapuestos. Como sus apellidos indican, el primero tiene una escasa aversión al riesgo y suele ver siempre la botella medio llena. Mientras el segundo cree que toda situación mala es susceptible de empeorar, su prioridad es proteger su patrimonio y le resulta imposible invertir en activos con riesgo significativo.

Hace unos cuantos años, el destino estrella en que invertía Juan Agonías eran los depósitos bancarios, las imposiciones a plazo. Con el tiempo comprendió que se trataba de un producto obsoleto y se fue decantando por los títulos de renta fija, especialmente la deuda pública, que consideraba más segura que la privada. También acabó suscribiendo fondos de inversión, pero sólo los que tenían la totalidad de sus activos, o la inmensa mayoría, en renta fija. Nunca quiso preferentes ni productos estructurados, que le ofrecían en el banco, y se felicitó al cabo del tiempo viendo las penurias que pasaron otros que fueron menos cautos que él.

Sin embargo, hace ya algún tiempo los intereses que obtenía empezaron a ser muy bajos, si bien se conformaba pensando que casi había deflación y que su rentabilidad real no era negativa. Y, en cualquier caso, pensaba que más valía no ganar que perder. Aunque se preocupó cuando le explicaron que la renta fija no es, en realidad, fija más que si se mantiene hasta el vencimiento (y eso si se cobra). Y que, cuando los tipos suben, el precio de los títulos cae, por lo que sus fondos de inversión ven disminuido su valor liquidativo.

Rápidamente lo entendió y su opción fue abandonar esa inversión y mantener liquidez. Tener el dinero en las cuentas corrientes en espera de que los tipos de interés acaben de subir y pueda volver a la renta fija. Pero, claro, cuando vio que la inflación empezaba a subir y llegaba prácticamente al 10%, comprendió que mantener liquidez le costaba mucho en términos de poder adquisitivo.

Así que ya no sabe qué hacer. Sabe que algunas inversiones le podrían proteger algo más de la inflación. Pero la renta variable le produce pánico y en los activos inmobiliarios no le gusta la intervención de los precios del alquiler. Para proteger su patrimonio ha pensado en acudir a un activo refugio como el oro, pero también le parece que tiene riesgo…

Por el contrario, Pepe Osado lleva muchos años invirtiendo en las Bolsas de Valores. Para él, las acciones son el producto más rentable a medio y largo plazo porque piensa, acertadamente, que aceptar un mayor riesgo suele conllevar mayor rentabilidad. No le preocupa demasiado que haya pérdidas a corto plazo porque puede aguantarlas y confía en que se darán la vuelta con el tiempo. Ha tenido importantes sobresaltos por el camino y, por ejemplo, perdió dinero con alguna empresa que quebró y con algunas acciones que perdieron todo o casi todo su valor. Pero, con otras ganó, más que compensándolo.

Ahora ya no sabe qué hacer porque todos los índices retroceden, alguno con caídas récord, y las perspectivas no son precisamente las más optimistas para los activos financieros en ningún mercado

Dada su escasa aversión al riesgo invirtió un alto porcentaje de su cartera en acciones tecnológicas y todos los días miraba cómo estaba evolucionando el Nasdaq. Durante años le fue bastante bien. Tanto que se animó a invertir también en criptodivisas, incluso un porcentaje no pequeño. Su patrimonio aumentaba de valor, presumía de ello ante sus amigos y seguía comprando cada vez más caro.

Pero ahora tuerce el gesto. La crisis de suministros por la pandemia y la guerra de Ucrania hacen que aflore una inflación que encuentra campo abonado en la laxitud monetaria previa. Los bancos centrales han empezado a subir los tipos con decisión y más que van a hacerlo. Las economías se encaminan a un menor crecimiento, si no a una recesión.

Hace unas semanas decidió aplicar la máxima de que hay que invertir cuando truenan los cañones (no cuando suenan los violines) y redobló su apuesta. Pero cada día que mira el valor de sus inversiones, comprueba que valen menos y menos… Ahora ya no sabe qué hacer porque todos los índices retroceden, alguno con caídas récord, y las perspectivas no son precisamente las más optimistas para los activos financieros en ningún mercado. Pero, claro, Pepe Osado confía en que se llegue al mínimo pronto…

Así que son malos tiempos para los inversores. Nos encontramos en una coyuntura que no satisface ni a los conservadores ni a los arriesgados. Los primeros tienen un lucro cesante que va en aumento y la inflación les golpea. Los segundos no paran de ver como disminuye el valor de sus carteras. La frase preferida de Juan Agonías actualmente es ¡qué dura es la vida del inversor! Ya solo falta, y esto lo piensan tanto Pepe Osado como Juan Agonías, que encima de que no ganan dinero, van a tener que pagar el impuesto sobre el Patrimonio al mes que viene (y ven con horror que algunos políticos incluso quieren subirlo mucho). Figura impositiva, por cierto, donde España es rara avis en el mundo.

En fin, no pretendo decir lo que hay que hacer. Solo recordaré que:

- Cada inversor sabe lo que tiene que hacer, cómo actuar y, desde luego, la mejor forma de comportarse en sus inversiones es respetando su propio perfil de riesgo que estará en algún lugar intermedio entre los dos extremos aquí comentados

- La diversificación siempre es buena, aunque nunca maximizará el retorno, pero evitará debacles.  

- La liquidez tiene un coste, pero también tiene valor porque permite estar a la expectativa y eventualmente aprovechar acontecimientos según se desarrolle un entorno incierto.

- Y, por último, parafraseando la máxima ignaciana de que no conviene “hacer mudanza en tiempos de desolación“ (financiera), quizás no sea lo más conveniente tomar decisiones demasiado drásticas, irreflexivas o apresuradas. Sobre todo, si uno invierte con un horizonte de largo plazo.

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