Desde hace varios cursos, mi hija de once años y sus amigas reciben la Navidad cambiándole la letra a un villancico clásico: “Noche de iPad, noche de iPhone/ Ya ha salido la Xbox/ Me gusta jugar con mi nuevo smartphone/ Yo me instalo cada actualización/ Al Roblox me voy a viciar/ Y en el Fortnite a matar…”. Por supuesto, las primeras veces que escuchas esta coplilla suena inquietante, pero tiene la virtud de recordarnos que vivimos sumergidos en un delirio tecnoconsumista, en el que nos sentimos infelices y la vez reconfortados. Ofreciendo vivo contraste, los villancicos católicos suenan como mensajes de fraternidad pasada de rosca, como de borracho que nos invita a querer a cualquiera que pase.
Lo primero que pensé al escuchar lo que cantaba mi hija es que esa letra no podían haberla escrito unas niñas que no llegan a la adolescencia. La metí en Google y llegué a la conclusión de que inventaron la letra a partir de un sketch de 2016 sobre una familia que pasa la Nochebuena juntos, evitando comunicarse con la valiosa ayuda de los aparatos tecnológicos de moda. “Noche de iPad, noche de Iphone/ voy a enviar un WhatsApp/ Yo he subido una foto a Instagram/ Yo tuiteo lo que hay de cenar/ Tengo un diez de batería/ ponlo enseguida a cargar”, cantan unos humoristas amateur muy competentes. Cuando se apagan las risas enlatadas, aparece un cartel con la leyenda “Feliz red social/ y que la Navidad no te distraiga”. La mayoría de los españoles -no me excluyo- tendremos cenas de Nochebuena muy parecidas a esa.
La soledad del tecleador de Iphone
Casi cualquier estudio sobre la felicidad nos dice que el dinero y el estatus no satisfacen las aspiraciones existenciales de la mayoría de seres humanos. Esto puede confirmarse abriendo cualquier revista de cotilleos donde encontramos desfiles de triunfadores tan propicios a la depresión, el narcisismo patológico y las adicciones como el resto de los mortales. Existe un estudio clásico de la Harvard Medical School, también conocido como Estudio de la Segunda Generación, que se lleva haciendo más de 80 años y donde se ha analizado a más de 700 personas. El trabajo arrancó en 1938, durante la Gran Depresión, y llega hasta nuestros días. El psiquiatra Robert Waldinger, actual director del experimento, concluye que “el mensaje más claro que obtenemos de este amplio trabajo es que las buenas relaciones sociales son las que nos hacen más felices y más saludables. Punto”, explica rotundo en una famosa charla TED.
Cualquiera sabes que puedes sentirte solo dentro de una multitud y de un mal matrimonio
Este venerable médico subraya que la gente más conectada con su familia, amigos y comunidades son quienes tienen las vidas más plenas. “Sabemos que uno puede sentirse solo en una multitud y que puede sentirse solo dentro de un matrimonio”, lamenta. Sin necesidad de tantos sudores académicos, Jesucristo y sus discípulos tuvieron todo esto claro en un cortísimo periodo de tiempo, sin duda intensificado por el hecho de que no tenían a mano ningún producto de Apple ni un surtido de absorbentes aplicaciones de Silicon Valley a las que dedicar toda su atención y esfuerzo.
Es precisamente esa vida extraordinaria, la de Jesús, la que celebramos estos días. Hablamos de alguien que escogió dedicarse a convertir el agua en vino, practicar el surf sin tabla y ayudar a todo aquel que se cruzaba, especialmente leprosos, ciegos y prostitutas. No parece tan mala idea recordar y compartir alguna de sus historias entre vistazo y vistazo a nuestras pantallas, aunque esos 33 años causen casi siempre la incomodidad de confirmar que no estamos a la altura de lo que tanto se esforzó en enseñarnos. Feliz Navidad a todos.
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