Ya conocerán que, el pasado 23 de febrero, el Boletín Oficial de las Cortes Generales publicó la proposición de Ley del Grupo Parlamentario Mixto “para una correcta imposición de los beneficios caídos del cielo de la gran banca”. Una iniciativa con tal título, no me cabe duda, de que sólo puede provocar la ira de Dios. Al fin y al cabo, dice el viejo dicho castellano que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Así que cuesta entender que si el BCE, con su política monetaria le “regala” esos beneficios a la banca, el legislativo pretenda que tributen por ellos de manera adicional a lo que ya lo harían por el impuesto de sociedades.
Pero tras esta medida hay mucha ignorancia y una concepción punitiva de lo que son los impuestos. Los impuestos ya no tendrían sólo la naturaleza de instrumentos de financiación de las necesidades del estado, ni tan siquiera la naturaleza de instrumentos de redistribución de renta o de reducción de la desigualdad económica. Los impuestos tienen ahora, en la mentalidad de muchos miembros de nuestra clase política, a derecha e izquierda, una finalidad sancionadora porque determinados sectores (la banca, las eléctricas, etc…) causan sufrimiento al pueblo y deben pagar por ello, en frase genial que estos oídos míos han escuchado.
Cuando el poder político se torna en económico, no sólo nada sale bien, sino que el ambiente se vuelve insufrible. Tan insufrible que ya comenzamos a hablar de una policía del pensamiento en la banca
La ignorancia proviene del desconocimiento absoluto de que los bancos centrales se han convertido en monopolistas de la creación de base monetaria que permite a su vez y sólo a sus franquiciados, los bancos privados, la creación de dinero en una área territorial protegida. La banca privada, desde que esto es así, depende de los caprichos de la planificación central de corte soviético del correspondiente banco central.
Y como toda tontería tiene su réplica, el BCE parece que quiere ahora remitir psicólogos a las entidades para desenmascarar la impostura de los directivos y consejos de administración durante las inspecciones. ¡Como si no hicieran más falta esos profesionales de la salud mental en el Consejo de Ministros o en el propio BCE! Ya no se conforma con la dirección de la política monetaria, la regulación que no deja casi margen a la discrecionalidad en la toma de decisiones, las revisiones con inspectores empotrados, o empotradores que tampoco nos han dejado claro el papel de estos últimos… todo antes que reconocer que el sistema tiene vías de agua, se mire por donde se mire, por la ausencia absoluta de libertad para acertar o equivocarse, para ganar o perder dinero.
Claro que los banqueros han vendido su alma a cambio del rescate, como los agricultores a cambio de la subvención. Y cuando el poder político se torna en económico, no sólo nada sale bien, sino que el ambiente se vuelve insufrible. Tan insufrible que ya comenzamos a hablar de una policía del pensamiento, en forma de psicólogos, en la banca.
Ningún sistema centralizado de toma de decisiones económicas funciona. Díganselo a la extinta Unión Soviética y ahora a la UE. Si sólo fuera eso, hasta podríamos haber experimentado. La pobreza consiguiente nos habría valido de lección. El problema más extremo que genera la centralización, y consiguiente planificación (ahí tienen los ejemplos de las políticas monetarias, energéticas y agrícolas para muestra) es la pérdida cada vez más acusada de la libertad de los individuos en favor de los políticos.
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