Opinión

Días de ira e infamia

Al mismo tiempo que los socialistas contactan con el separatismo y alivian la presión sobre ellos, en Cataluña se agrede, se sabotea, se insulta y se margina a personas y partidos constitucionalistas. El acoso y derribo en calles, plazas, universidades o ayuntamientos es la realidad cotidiana que se vive aquí

Timeo Hominem Unius Libri

Temo al hombre de un solo libro, dijo Santo Tomás de Aquino con no poca razón. Los separatistas pertenecen a esa raza ignara que solo sabe leer “su” libro, su consigna, su mito, su odio, su prejuicio. En tres días han demostrado, por si quedase alguna duda, como abrevan solamente en la acequia ponzoñosa de la violencia. Verbal, por descontado, pero también física. Han sido capaces de entrar a la fuerza, empujando, atropellando, en una sala universitaria para sabotear un acto en honor a Cervantes. También han sido capaces de ejercer la violencia institucional, prohibiendo a Ciudadanos un acto en Vic, la Ciutat dels Sants, que de santa tiene poco, al menos por lo que respecta a su ayuntamiento, gobernado por el PEDECAT. Ese mismo consistorio autorizó hace poco un acto en honor de la fugada de la justicia Marta Rovira, ha autorizado instalar jaulas en su plaza mayor en la que personas se encerraban en solidaridad con los encarcelados, ha permitido que hagan performances a base de velas, banderas, cruces y toda la parafernalia que los lazis suelen utilizar.

Ah, pero que Ciudadanos celebrar un acto no puede ser porque, según los sapientes munícipes, no se permite a los partidos políticos que hagan actos fuera de campaña. Nos toman por imbéciles, porque ya me dirán que son todas esas cosas antes citadas sino actos políticos apoyados por el partido que rige la ciudad. Éstos son los moderados, los que piden diálogo, los que se quejan, los que gritan fascista a todo aquel que no comulgue con su ideario supremacista.

A Inés Arrimadas, que se presentó en Vic para demostrar que a la gente que cree en la democracia no se la intimida fácilmente, le tenían preparada la bienvenida. Son esos tristemente célebres CDR, que igual sirven para asaltar una universidad que para cortar una autopista con niños. A Inés y al resto de sus compañeros le han endilgado el mantra oficial contra el partido naranja, a saber, fascistas, terroristas, y cositas que no reproducen los medios, pero que vale la pena consignar tales como “Ets una puta, torna a la teva terra”, es decir, “Eres una puta, vuelve a tu tierra”. TV3 no dice nada de estos vómitos nazis, porque ya se sabe que el proceso es amable, feliz, risueño e inclusivo, pero esto es lo que tienen que aguantar a diario los que se significan en la lucha contra el totalitarismo separatista. Esta semana teníamos noticia, por vía de ejemplo, de la detención en Reus de un sujeto que había amenazado de muerte en Tuiter al diputado naranja Carlos Carrizosa.

A estos neonazis les sienta muy mal que exista gente que plante cara limpia y democráticamente. Pasa lo mismo en Girona, donde nada que no sea separatismo tiene la menor oportunidad de poderse celebrar. La vida, no solo política, sino también cultural, deportiva o social de la capital gerundense está totalmente contaminada por los lazis y los que discrepan llevan, no es exageración, una vida casi de clandestinidad. Allí se conocen todos y nadie quiere que le destrocen el automóvil, le hagan bullying a sus hijos en el colegio, le pinten el portal o dejen de comprar en su comercio. Vic, Girona, Alcarrás, por citar un municipio pequeño de la provincia de Lleida, son ejemplos de cómo el totalitarismo se ha enquistado en los municipios, utilizándolos como arma de control ciudadano.

Lo de Barcelona es mucho peor

La pseudo izquierda catalana ha estado siempre encantada de limpiarle los zapatos al nacionalismo antes, y ahora al separatismo. La idea de España les ha repugnado siempre, solo que han sabido disimularlo cobardemente bajo expresiones como federalismo, autonomías asimétricas o nación de naciones. Es igual, la idea de ciudadanos con diferentes derechos y deberes según el lugar donde han nacido es una constante en su trayectoria.

En la Barcelona de Ada Colau, el separatismo campa a sus anchas. Solo hay que ver la plaza de Sant Jaume, con sendos lazos amarillos en los balcones de la Generalitat y del Ayuntamiento. Ada Colau – y ahora los socialistas, no nos equivoquemos – participa del mismo odio hacia una nación en la que todos seamos iguales. No, ellos quieren que los vascos y los gallegos, los andaluces y los catalanes, los madrileños y los murcianos seamos distintos porque eso es lo progre. Que ser de izquierdas signifique – caso de que a estas alturas signifique algo – defender que en el mundo existen las clases y que son iguales los trabajadores de aquí o de allí les cae lejos, lejísimos. ¿Saben por qué? No porque sea incultos o no hayan leído. Son así porque viven de esto, porque les pagamos muy bien para que siembren la discordia, para que de nuestros bolsillos salgan fondos de reptiles que financien a los descerebrados que integran los grupos radicales, los que insultan, los que lanzan objetos, los que enmierdan la ciudad con sus pintarrajos.

Que Vic, siendo Tractoria en cuerpo y alma, haga lo que hace es esperable; que Barcelona, de tradición liberal la siga, es de fuera de concurso. Que desde el gobierno se permita es alta traición. ¿De qué carajo van a hablar Sánchez y Torra?, me pregunto. Porque esto no va a ser diálogo, va a ser una rendición en toda la regla, un trágala del Estado. Y ahora ustedes me llamarán conspiranoico, pero ¿a nadie le ha sorprendido que se recrudezcan los actos violentos por parte del os separatistas en vísperas de la reunión del G-7 y del Bilderberg? ¿No hay ningún analista que, partiendo del principio de causa y efecto, no infiera relación alguna entre lo que está sucediendo en España, en Italia, en el Reino Unido, con los propósitos de estos grupos de condición de sociedad secreta?

Me extraña mucho, porque hay muchas personas inteligentes, agudas, que saben extraer conclusiones. Pero ante Davos, Soros, Putin, los Bilderberg, la Trilateral u otros organismos y personajes ciertamente opacos, cae una losa de silencio en nuestro país.

De ahí que los que insultan, boicotean y se hinchan de placer en un orgasmo fascista cuando creen que han humillado a los constitucionalistas, ignoren que no son más que unos bobos a los que manejan desde la zona oscura.

Vi el otro día el programa de Bill Maher, un radical demócrata, que emite la cadena HBO en los USA. Independientemente de su sectarismo, lo cierto es que invita a todo tipo de personas a su mesa de debate. Tenía el día que lo vi a un general que había sido un alto cargo de la DIA – Defense Inteligence Agency, la CIA militar que, por cierto, manda mucho más y de la que nadie habla tampoco – y sacó el tema de los poderes ocultos. El militar sonrió y dijo que si uno coge el volumen de negocio de una gran multinacional como la Shell, por ejemplo, y lo compara con los PIB de países como Italia, México o España, entenderemos a la perfección que el presidente de turno coja el teléfono si recibe una llamada de estos señores y les atienda en todo lo que le pida. El mismo análisis le escuché a Niño Becerra en el programa La Ventana, de la Ser.

La democracia, los partidos, la política tal como lo concebían los románticos del XIX, murió hace décadas. Son las grandes corporaciones y quienes las dirigen en la sombra los que toman decisiones que luego asumen los responsables políticos, haciéndolas pasar por suyas propias. De ahí que los que insultan, boicotean y se hinchan de placer en un orgasmo fascista cuando creen que han humillado a los constitucionalistas, ignoren que no son más que unos bobos a los que manejan desde la zona oscura.

Si no lo saben, son idiotas; si lo saben y lo aceptan, entonces queda claro que los fascistas son ellos. Habría que preguntarle a Albert Rivera, invitado junto a Soraya Sáez de Santamaría, a la reunión que en Turín celebran los Bilderberg, de qué se habló. A Juan Luis Cebrián, que es miembro, no hace falta.

Miquel Giménez

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