El pasado 8 de diciembre, mientras en España celebrábamos el cuadragésimo cuarto aniversario de nuestra moribunda Constitución, en Irán la teocracia imperante desde 1979, prácticamente la misma duración que el sistema político alumbrado por nuestra Transición, ejecutaba en la horca al joven de veintitrés años Moshen Shekari, tras un juicio relámpago sin ninguna garantía y a puerta cerrada. El delito cometido por el infortunado Moshen había sido manifestarse contra el régimen totalitario encabezado por Ali Jamenei en protesta por el asesinato de Masha Amini a manos de la policía religiosa. Teniendo en cuenta que a lo largo de los más de tres meses de revuelta ininterrumpida desde la muerte de la muchacha kurda, cuya terrible falta, la que le costó la vida por la paliza sufrida en los calabozos de la dictadura, fue llevar el velo incorrectamente colocado, han fallecido ya por disparos o golpes de las fuerzas represivas más de setecientos ciudadanos, entre ellos muchas mujeres y menores de edad, pudiera parecer que la subida de Moshen Shekar al patíbulo ha sido una gota más en este inicuo mar de sangre. Sin embargo, este nuevo crimen es el anuncio de una masacre que se producirá en las próximas semanas y meses si la comunidad internacional no se activa para detenerla.
Teniendo en cuenta que son decenas de miles los que pueblan los calabozos del régimen acusados del mismo delito, las perspectivas de una carnicería masiva son escalofriantes
La revuelta desencadenada por el aciago fin de Masha Amini ha sido -y está siendo, porque no ha cesado ni un solo día desde el infausto 16 de septiembre en que falleció- la más extensa y larga que ha sucedido en Irán desde la llegada al poder de Ruhollah Jomeini hace cuarenta y tres años. Se ha producido en las treinta y una provincias del país y ha afectado a más de doscientas ciudades. Las quemas de los símbolos del régimen, los enfrentamientos con la Guardia Revolucionaria -las SS del Líder Supremo- y con las milicias paramilitares basij, los gritos reclamando democracia y libertad, no se han apagado en ningún momento. El saldo de detenidos supera los treinta mil, que se agolpan hacinados en diversas cárceles de Irán en condiciones infrahumanas de insalubridad y alimentación y donde las torturas, vejaciones y apaleamientos son constantes. Pues bien, la ejecución de Moshen Shekari es la señal de salida de la que puede ser una matanza espantosa. Dos detenidos más durante las protestas, Saman Seyedi y Mohammaad Boroghani, se encuentran ya en celdas de aislamiento en el corredor de la muerte y varias docenas de reclusos están condenados, al igual que ellos, a la pena capital. Teniendo en cuenta que son decenas de miles los que pueblan los calabozos del régimen acusados del mismo delito, las perspectivas de una carnicería masiva son escalofriantes. Hay que tener presente que existe un precedente para un holocausto al estilo nazi. En 1988, Jomeini ordenó la ejecución de treinta mil prisioneros políticos, el mismo número de los que ahora están bajo arresto, muchos de ellos cumpliendo sentencias firmes, violando los principios más elementales del Estado de Derecho y de la mera humanidad. Por tanto, es muy posible que Jamenei siga las pautas de crueldad y barbarie de su predecesor.
Hacer caer a un régimen opresor
Ante este panorama desolador, es incomprensible el silencio de las democracias occidentales. Mientras el pueblo iraní lucha con bravura contra un régimen opresivo y criminal, Estados Unidos, la Unión Europea y todos los Estados de la OTAN deberían haber llamado a sus embajadores en Irán a consultas, expresado su más enérgica repulsa a los embajadores de Irán en sus capitales y amenazado a Teherán con la ruptura de relaciones diplomáticas y las sanciones financieras y comerciales más severas si no ponía freno a esta brutal represión. La oportunidad de hacer caer a un régimen totalitario y terrorista, principal apoyo de Putin en la guerra de Ucrania, es real en esta coyuntura histórica gracias al heroísmo de la sociedad iraní, que tiene a sus verdugos contra las cuerdas. La ceguera estratégica de desaprovechar estas circunstancias tan favorables combinando la tremenda presión que desde el interior de Irán ejercen los centenares de miles de manifestantes en sus calles, universidades, industrias y mezquitas, con una intensa presión paralela de carácter diplomático, político y económico desde el exterior, es verdaderamente insólita. Los gobernantes de Occidente están demostrando una pusilanimidad, una falta de inteligencia y una pasividad que mueve al desaliento.
O reaccionamos y defendemos nuestros principios con el mismo coraje con el que los iranís están defendiendo estos días su libertad o nos espera la decadencia irreversible
Por desgracia, esta carencia de capacidad de reacción frente al aplastamiento del pueblo iraní por un hatajo de ayatolás misóginos y corruptos que representan hoy la peor amenaza a la estabilidad, la seguridad y la paz en Oriente Medio y, en consecuencia, en todo el planeta, se corresponde con una debilidad general de nuestra civilización occidental, que consiente todos los días que sus valores sean atacados dentro y fuera de su propia casa sin responder y que ha renunciado hace tiempo a la firmeza de convicciones y a la visión del mundo que la convirtió en guía moral del resto del orbe. Cuando se piensa que hace un año la Comisaria de Igualdad de la Unión Europea intentó imponer a las instituciones comunitarias una Guía de Lenguaje Inclusivo en la que se recomendaba, entre otras sonrojantes sandeces, no utilizar la palabra "Navidad" para no ofender a los no cristianos y evitar el término "ciudadano" para no invisibilizar a los emigrantes y a los apátridas, cualquier renuncia, deserción o cobardía quedan explicadas. O reaccionamos y defendemos nuestros principios con el mismo coraje con el que los iranís están defendiendo estos días su libertad o nos espera la decadencia irreversible.
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