Con los revolucionarios siempre pasa lo mismo: con el tiempo se convierten en una mera contradicción de sí mismos. Lo sugería Burt Lancaster en aquel memorable western titulado Los profesionales. “¿La revolución? Cuando el tiroteo termina, los muertos se entierran y los políticos entran en acción; y el resultado es el mismo en todas las ocasiones: una causa perdida”. Siempre ocurre igual, Irene. Quienes se erigen como reformistas rara vez cambian las cosas. En realidad, sólo modifican sus propias vidas. Ahí está 'Dany el rojo', que abandonó el anarquismo por el ecologismo tras mayo del 68 y, casualidad, encontró un puesto eterno de Eurodiputado entre los verdes. Que no está mal pagado.
Irene, no hace una década que gritabas consignas en la Puerta del Sol. Fue en el 15-M, el campamento improvisado que iba a cambiar la política española para siempre, decían quienes se emocionan con la complejidad de un matasuegras.
Poco después, se conformó Podemos y comenzó a subir como la espuma en las encuestas. Recuerda el 31 de enero de 2015, en Madrid, cómo aplaudías a Pablo encima de ese escenario mientras decía lo de “tic tac, tic tac”. Como cantaban Celtas Cortos: “Ya no queda casi nadie de los de antes; y los que hay han cambiado...han cambiado”.
Agosto de 2020, Irene, tu viaje ha sido largo. Has pasado del 15-M a la Diez Minutos. De la reivindicación a la revista del corazón. Del “sí, se puede” al glamour del papel cuché. Como ocurre con los revolucionarios contemporáneos, revolviste el gallinero con palabras gruesas y mano blanda; y no has cambiado nada. Sólo 'lo tuyo'.
Es la política un terreno propicio para que se desarrollen los egos superlativos; y la entrevista que has concedido a esta publicación es un ejemplo perfecto. Quizá, vaya usted a saber, constituya un micromachismo el hecho de aparecer en revistas donde se habla del amor romántico, como el de Enrique Ponce por su nueva novia. O en el que se titula de la siguiente forma: ¿Julio Iglesias quiso ligar con Emma García?.
Entrevistadora de cámara
La entrevistadora en cuestión ha sido Rosa Villacastín, quien, Irene, no nos vamos a engañar, no te apretó en exceso. Digamos que hizo todo lo posible porque no te sintieras incómoda, como los mejores anfitriones y los peores reporteros. Hace unas semanas, la periodista cantaba sin excesivo rubor las alabanzas de Pepe Bono en TVE y recordaba sus comilonas en el Hotel Ritz. Ahora, te ha hecho una entrevista cómoda, para que cuentes tu idea de la igualdad y los puntos que te interesan de tu vida personal.
Hay un momento memorable en el que la aguerrida periodista pregunta: “¿Cuándo fue la última vez que salió a cenar a solas con Pablo?”. Y respondes: “No solemos salir porque nos gusta más estar en nuestra casa, con nuestros amigos, ya que al ser Pablo tan conocido, preferimos la intimidad de casa”. Irene, buscaba que lamentaras la falta de tiempo de la mujer que, a la vez, es madre y política. Pero respondiste con un poco de falsa humildad. En ese ministerio, quizá alguien podría decirte que tus palabras tenían un tufillo machista, pues, Irene, tú también eres famosa. No sólo lo es Pablo.
Mención especial también merece la parte en la que afirmas que los escraches están avalados por la Justicia y son reivindicaciones puntuales, pero no así las protestas que se producen en tu domicilio. “No es una manifestación contra el Gobierno o el Ministerio de Igualdad, no. Vienen a intentar ocupar nuestro espacio de intimidad como es nuestra casa, vienen para que nos sintamos incómodos. Es una situación anómala en una democracia”.
La verdad es que no entiendo la diferencia entre concentrarse a la puerta de la casa de un político para intimidarle y concentrarse a la casa de otro político para intimidarle. Pero ya sabes, Irene, son cosas mías.
Doble moral
Sobra decir que quien firma estas líneas no es partidario de los escraches, ni siquiera crítico con el lugar que habéis elegido para vivir. Que cada uno eche raíces donde le plazca, siempre que se lo pueda permitir y no haga a nadie la puñeta. Pero es que, Irene, entenderás que después de un lustro predicando el puritanismo progresista más reaccionario, haya cosas que chirríen. Ya no sólo que la ministra de Igualdad se preste a encarnar el papel de Isabel Preysler en un reportaje gráfico de revista del corazón. Es que todo en vosotros se ha convertido en una contradicción. El cerebro y el alma dictan lo contrario a lo que sale por la boca.
La mejor parte es aquella en la que afirmas que el edificio donde trabajas, el del Ministerio, pertenecía antes a los Botín. ¡Exprópiese! Eso resume perfectamente la filosofía del partido: celebrar como victorias las hazañas birriosas que en nada cambian la vida de los ciudadanos. Ay, Irene, qué cosas tienes.
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