Este jueves la ministra Irene Montero salió al rescate de su pareja, padre de sus hijos y vicepresidente del Gobierno aprovechando su comparecencia ante la Comisión de Igualdad del Congreso. Un patético intento de hacer ruido para distraer la atención sobre el hecho de que un juez de la Audiencia Nacional haya elevado al Supremo una exposición razonada para que sea investigado por los delitos de denuncia falsa, revelación de secretos con agravante de género y delito de daños informáticos.
Curioso observar cómo el destino parece tener reservado para los cínicos una suerte de efecto boomerang. Y es que las palabras que vertieron contra los privilegios procesales de la casta política vuelven a ellos justo ahora que son beneficiarios de todas esas prebendas de las que antaño despotricaron. Es justo decir que, si Iglesias no fuese aforado, ya estaría imputado. Y encima, con la agravante de género. Que la madre de sus hijos haya hecho de la opresión por razón de género un modus vivendi constituye también otra de esas maravillosas ironías que el destino ha devuelto en forma de boomerang a estos vecinos y residentes en Galapagar.
Sé que a muchos el cuerpo les pide revancha, que hay ganas de darle a probar al marqués morado de su propia medicina y obligarlo a dimitir para que pruebe las mieles de resultar condenado sin juicio. Pero ellos son ellos y nosotros somos nosotros. Quienes creemos firmemente en la primacía del Estado de Derecho por encima de las cuitas políticas defenderemos su presunción de inocencia mientras que no sea condenado en firme. Porque la diferencia entre combatir al populismo y competir con los populistas radica, precisamente, es deslegitimar sus armas y argumentos. Y cuando los esgrimes para atacarlos, te conviertes en participe y una parte de ti se transforma en un burdo reflejo de todo aquello que odias y criticas en el otro. Lo cierto y verdad es que su actual situación procesal sólo permite exigir su dimisión por una mera cuestión de coherencia, por parapetarse tras su condición de casta para recibir un trato jurídico diferenciado al del resto de los ciudadanos españoles. Para todo lo demás, hay que esperar a que la justicia siga su curso.
Y como soy de las que considero que la auctoritas sólo se gana desde la coherencia, voy a predicar con el ejemplo y a esperar a que los tribunales se pronuncien sobre el affair Iglesias/Dina antes de hacerlo yo. Así que voy a centrarme en el desesperado intento de Irene Montero de atraer el foco mediático sobre sí mediante el eterno recurso al feminismo, el género y la victimización de la mujer como colectivo.
Según Montero, nacer mujer nos coloca automáticamente en una posición de desventaja. Dijo la ministra que ser mujer significa más riesgo de pobreza, más riesgo de exclusión social, más riesgo de sufrir violencias, etc. Vamos, que las féminas somos víctimas por razón de género. Se trata de un discurso íntimamente perverso, porque la opresión siempre viene de la mano de un opresor, que en este caso también lo es por razón de su género: el varón.
La identidad es el nuevo caballo de Troya del socialismo y el comunismo, que en Europa llega disfrazado de desigualdad por razón de género y en los EEUU de discriminación racial
Montero y los suyos conciben el feminismo como un sustituto de la lucha de clases, de la que quedan como abanderados una panda de pijos universitarios que creen que cotizar es un animal de compañía. Necesitan el caldo de cultivo de la división social para que germine el sentimiento revolucionario, y ahora que ya son casta éste no puede venir de la mano de una diferencia social o económica, sino biológica. La identidad es el nuevo caballo de Troya del socialismo y el comunismo, que en Europa llega disfrazado de desigualdad por razón de género y en los EEUU de discriminación racial.
Diferente discurso en oriente
Curioso resulta cuanto menos que sólo se atrevan a hacer este tipo de discursos en occidente, donde más arraigada está socialmente la igualdad ante la ley, mientras callan en oriente, donde las mujeres son una auténtica mayoría oprimida y la desigualdad legal y económica está verdaderamente enraizada. Y ya no es que callen, es que en nombre del feminismo y de la multiculturalidad se atreven a reivindicar aquí tradiciones de allí, como el uso de hijab, que suponen una auténtica humillación para una mujer que ama la libertad. Tras el velo islámico subyace una visión patrimonialista de la mujer: ostentar de la riqueza y la belleza es algo que tienen vedado quienes quieran alcanzar el paraíso, y las hembras somos otra posesión de la que no se debe presumir ante el prójimo. Qué irónico que en la macroencuesta realizada por Igualdad hace unas semanas, se catalogasen como violencias machistas las miradas lascivas y no la celebración de algo tan repugnante para la feminidad como el world hijab day.
Soy mujer, y me indigno cuando escucho a Montero referirse a nosotras como seres que nacemos con una tara de debilidad provocada por lo que (no) tenemos entre las piernas. Cuando nos concibe como un colectivo de discapacitadas emocionales que no saben sobreponerse a sus problemas. Cuando nos deprecia como individuos y nos pastorea como rebaño.
Cualquiera que escuche a la ministra pensará que es la mejor valedora de la noción patriarcal de la mujer, ésa que nos trata de forma condescendiente y nos considera necesitadas de tutela y gratificaciones para alcanzar nuestros objetivos. Pareciera que Irene Montero nos quiere liberar del yugo del heteropatriarcado para someternos al de su ministerio. Pero la mayoría de nosotras no ha dependido de ningún maná en forma de favores para alcanzar la tierra prometida. No queremos privilegios, no necesitamos empujones, no admitimos ya que se nos trate como a víctimas. Queremos a los hombres con nosotras y no contra nosotras. Porque estamos hartas de que instrumentalicen políticamente nuestro sexo y lo hayan convertido en un sinónimo de opresión. Porque ser mujer es libertad.
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