No ha habido nada más grave en el país, ni siquiera la declaración de independencia de Cataluña y el conflicto secular allí -con el que podremos apañarnos porque, como ya dijo el canciller Bismark, la nación española ha demostrado ser la más resistente de Europa durante los últimos tres siglos de historia-, que las palabras proferidas deliberadamente por la ministra de Educación la semana pasada, la señora Celaá. Y estas fueron: “No podemos pensar que los hijos pertenecen a los padres”, implícitamente sosteniendo que, una vez expulsadas del útero materno las criaturas, como si se trataran de un excremento, ya pasan a pertenecer al Estado, en este caso al Estado socialista.
Mi opinión es que por supuesto que los hijos son cosa de los padres, y que tenemos derecho a educarlos de acuerdo con nuestros valores, así como que deberíamos conservar la facultad de impedir que asistan a clases escolares complementarias, al margen de las enseñanzas ordinarias, en las que puedan estar expuestos a ideas absolutamente nocivas sobre las relaciones sexuales y afectivas o la clase de hogar que les parece idóneo a colectivos formados por gente casi siempre desnortada con vocación de cambiar la sociedad según criterios arbitrarios, al margen de cualquier contraste científico, y con el objetivo último de destruir la familia tradicional, a la que debemos el progreso social, la conservación y extensión de la especie y el futuro económico de cualquier nación que se precie, pero que para los enemigos de los que hablamos es la clave de bóveda de un sistema que hay que dinamitar.
Tengo un entrañable amigo psiquiatra con el que he hablado estos días y me dice, sobre la locura totalitaria del nuevo Gobierno: “Que el Estado pretenda arrogarse el cuidado de la orientación sexual de los escolares no ha ocurrido nunca en ningún país del mundo”. O sea que estamos haciendo historia, ¡amigo! En el Reino Unido, por ejemplo, que tiene el sistema público de educación más ‘progresista’, y por tanto de los más ineficientes del mundo, se enseña obligatoriamente a partir de los once años sobre la reproducción, la sexualidad y la salud con parámetros biológicos y académicos, pero no se promueve ninguna clase de actividad sexual temprana ni tipo alguno de orientación sexual. Por supuesto, los padres pueden retirar a sus hijos, si así lo desean, de las enseñanzas que tengan que ver específicamente con el sexo y las relaciones al respecto, igual que sucede con la religión. Y lo mismo ocurre en el resto de los países de nuestro entorno como Alemania, Francia o Italia, por citar los más importantes.
Quieren imponer, con la estrategia de la lluvia fina, presionando enfáticamente a los colegios, acaparando subvenciones sin fiscalización, una nueva sociedad que siempre ha fracasado
¿Qué pintan los colectivos LGTBI dando charlas en los colegios? Yo ya tengo hijos mayores por fortuna, dados los nuevos tiempos, pero si me tocara lidiar con este desafío brutal de la izquierda colectivista contra la libertad de los padres para decidir, en su papel de custodios, cómo deben ser educados, me opondría radicalmente a que cualquiera de estos personajes estrafalarios y contraculturales, ayunos por completo de vis lógica y envenenados por los prejuicios, les dirigieran una sola palabra, porque no tienen conocimientos científicos sino pretensiones ideológicas revolucionarias. Sencillamente quieren imponer, con la estrategia de la lluvia fina, presionando enfáticamente a los colegios, acaparando subvenciones sin fiscalización, una nueva sociedad que siempre ha fracasado, allí donde se ha intentado, y que es el comunismo y el adanismo, generalizando la confusión de los roles debidos indeleblemente a la naturaleza humana.
Por supuesto que los mandarines del pensamiento único me tildarán de fascista -algo que me trae sin cuidado a estas alturas de la vida-, pero es lo que pienso. No tengo nada en contra de los homosexuales ni de las lesbianas, ni del matrimonio gay, aunque habría preferido que no se llamara matrimonio a lo que es una unión civil muy respetable pero que será incapaz de producir vástagos, que recuerdo que son la única garantía empírica de que el mundo siga funcionando. He estado toda mi vida laboral rodeado de mujeres y siento por ellas una gran veneración; me parece, como es obvio, que tienen los mismos derechos y que deben gozar de las mismas condiciones de trabajo, como así ha ocurrido siempre por donde he pasado. No soporto, claro, el feminismo, ni la discriminación positiva, que considero un ataque directo a su reputación profesional. Ninguna mujer con valía, redaños y ambición ha necesitado jamás de muleta tan degradante.
La actitud de Ciudadanos
La idea del pin educativo aprobado por el Gobierno de Murcia, y que consiste -aunque el nombre sea ininteligible y desafortunado- en facultar a los padres para vetar si lo desean las clases complementarias, al margen de la instrucción básica, que puedan recibir sus hijos de personajes eventualmente siniestros, sin formación alguna que les ampare y con propósitos más que discutibles, me parece genial. Es una idea de Vox, o al menos Vox es el que la ha instalado en la agenda política, y que la esté esgrimiendo como talón de cambio para aprobar los presupuestos, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid, o en la de Andalucía, me parece igualmente colosal. Creo que en este asunto tan trascendental en pos de la libertad de educación, de conciencia y de la libertad de pensamiento en general, así como para poner freno a la deriva totalitaria del gobierno ‘podemita’ que apenas hemos comenzado a padecer, el PP y Vox deberían ir totalmente de la mano.
También estoy persuadido de que, como defiende Vox, las autonomías que dirigen con su apoyo el PP y el partido siempre incierto, acomplejado y eventualmente pérfido de Ciudadanos -que va camino de su suicidio inevitable si muestra debilidad en este asunto tan crucial- deben liquidar a la menor oportunidad los chiringuitos izquierdistas que viven del presupuesto, y que utilizan nuestros impuestos para socavar las bases del modelo que ha sido hasta ahora la base de la prosperidad de la nación. Hay que ir prescindiendo de todos los chiringuitos exclusivamente alimentados por el Tesoro Público, y de esas mal llamadas asociaciones vecinales que sólo hacen política pura y dura, sembrando la confusión, la discordia civil y gangrenando la paz social. Que Pablo Casado haya declarado que luchará lo indecible para que este Gobierno radical y sectario no imponga a los padres cómo educar a nuestros hijos, y para que saque sus sucias manos de las familias, ofrece enormes garantías de que la derecha estará unida en esta batalla sin par.
Liberales en retroceso
Sólo hay dos modelos de sociedad. El liberal o el socialista. El primero cree firmemente en el orden espontáneo; piensa que las personas, dejadas a su libre albedrío, conscientes más de sus obligaciones y responsabilidades que de sus derechos, son perfectamente capaces de generar prosperidad general, riqueza económica para el conjunto de la comunidad y ayuda desinteresada para los más desfavorecidos. Los socialistas por el contrario son constructivistas. Como desconfían de la naturaleza humana, que les parece corrompida por la cultura -que diría Rousseau-, están absolutamente persuadidos de que una autoridad superior desde luego bienintencionado, presidida por funcionarios aptos y probos, es más capaz de generar bienestar que el conjunto de los ciudadanos dejados a su albur y desplegando sus innatas virtudes para emprender y promover bienestar social si son sometidos a prueba, es decir, si no están prostituidos por la subvención y la nociva interferencia del Estado.
Esta es la lucha ideológica fratricida que se lleva librando desde los albores de la Historia y que, en España, en las actuales circunstancias políticas, vamos perdiendo los liberales. Si en su momento dijo Burke que para que el mal triunfe basta con que los hombres de bien no hagan nada, estoy convencido de que muchos están dispuestos a seguir dando la batalla. Y me encuentro entre ellos. Los hijos no son del Estado, como en su momento postularon tanto Stalin como Hitler. Los hijos son de los padres, y puestos a elegir, en mi caso como católico discreto y poco practicante, yo diría que los hijos son más de Dios que de nadie; que al menos son una enorme bendición de Dios, lo mejor que te puede pasar en la vida. Merece la pena luchar hasta la muerte para que jamás el Estado socialista comunista, en este caso el de Sánchez, se apropie de su fogosa y pura capacidad de iluminar el mundo, y de enriquecerlo sobre la base de la libertad.
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