Opinión

Isabel II y el fin del Imperio

La reina de Inglaterra se sentía una monarca internacional porque eso mismo era lo que había mamado y se contaban por decenas sus reinos

La reina del Reino Unido, conocida popularmente como reina de Inglaterra, era un ingrediente habitual en la prensa del corazón por los líos continuos de su familia y por el hecho mismo de que la monarquía británica, a diferencia de la española, la sueca o la holandesa, es propiamente una marca comercial. No hay más que visitar Londres y observar la gran cantidad de souvenirs (algunos muy extravagantes) que llevan motivos monárquicos o directamente los rostros de la reina, sus hijos, sus nietos y sus respectivos cónyuges. Los británicos, por lo demás, se encargan de glorificar a la monarquía con vistosos desfiles, carrozas sobredoradas y ceremonias muy elaboradas.

Pero, aparte de su condición de celebridad mundial, el monarca en el Reino Unido es el jefe de Estado, y no de cualquier Estado. El Reino Unido, que hace poco más de un siglo poseía el imperio más extenso del planeta, sigue siendo un país importante. Su economía es la sexta con el mayor PIB del mundo, es miembro permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y forma parte del G-7 y de la OTAN. Es, además de todo eso, el principal aliado de EEUU y Londres se destaca como una de las principales plazas financieras del mundo. Como herencia de aquel imperio inmenso, el rey de Inglaterra lo es también de otros 14 Estados independientes: nueve en América y cinco en Oceanía. En el pasado también lo fue de otros muchos, en todos los casos antiguas dependencias coloniales que fueron convirtiéndose en repúblicas. El último en hacerlo fue Barbados, una pequeña isla en las Antillas que declaró la república en noviembre del año pasado. Antes de Barbados lo había hecho Mauricio, Fiyi, Trinidad y Tobago y Malta, hoy Estado miembro de la Unión Europea que, entre 1964 (año de su independencia) y 1974, fue una monarquía parlamentaria con Isabel II como jefa de Estado.

Que Barbados, Fiyi o antiguas colonias africanas como Kenia, Uganda o Nigeria rechazasen la monarquía no era algo que quitaba el sueño en Londres. Las islas del Caribe son pequeñas y, además, desde hace décadas ya no orbitan en torno al Reino Unido, sino, aunque sólo sea por simple cercanía, en torno a EEUU. Respecto a la mayor parte de países africanos su relación con el Reino Unido fue breve, de apenas unas décadas entre los siglos XIX y XX, por lo que la presencia británica allí fue limitada. Otra cosa distinta es que nuevas Gran Bretañas como Canadá o Australia decidan desligarse de algo tan simbólico como la corona.

La monarquía dejó así de ser una institución exclusivamente británica, para convertirse en una monarquía multinacional. El monarca pasó a ser de forma separada rey del Reino Unido, de Canadá, de Australia, de Nueva Zelanda, etc...

Para entender esto hay que conocer antes el modo en el que surgió lo que ellos denominan “shared monarchy” o monarquía compartida. Hasta 1926 el rey del Reino Unido lo era de todo el imperio bajo ese título. Ese año la declaración Balfour otorgó autogobierno casi total a una serie de colonias alumbrando un sistema en el que el rey se convertía en monarca de cada uno de los dominios por separado. El parlamento se encargó de refrendar esa declaración años más tarde, en 1931 con el Estatuto de Westminster. La monarquía dejó así de ser una institución exclusivamente británica, para convertirse en una monarquía multinacional. El monarca pasó a ser de forma separada rey del Reino Unido, de Canadá, de Australia, de Nueva Zelanda, etc. Los Estados independientes compartirían así el mismo monarca que establecía con ellos algo parecido a una unión personal. Lo que querían evitar con esto era que pasase con Canadá o Australia lo que había sucedido en 1776 con Estados Unidos, que declarasen unilateralmente la independencia y se constituyesen en repúblicas. Hasta la fecha, y han pasado ya casi cien años desde la declaración Balfour, lo han conseguido. Los principales dominios siguen vinculados a la monarquía.

Pero eso no gusta a todos los australianos, canadienses y neozelandeses. Arguyen que sus países son 100% soberanos, por lo que no deberían tener un jefe de Estado extranjero por muy rey que sea del lugar. Carlos III en Canadá es rey de Canadá, pero no reside ahí. Es cierto que los monarcas viajan con relativa frecuencia a Canadá, pero su residencia está en el Reino Unido. Algo similar pasa con Australia, con la diferencia de que este país está en las antípodas de Gran Bretaña. Está tan lejos que incluso en los modernos aviones a reacción se tarda un día completo en llegar allí desde Europa.

La última vez que visitó Australia fue en 2011. Fue varias veces a lo largo de su reinado, 16 en total, aprovechándose de la mejora de los medios de transporte, pero antes de ella ninguno de sus predecesores había pisado Australia

A cada visita de algún miembro de la familia real a los antiguos dominios la denominan Royal Tour. Procuran hacer una al año, pero no es lo mismo que la visita la haga un príncipe a que la haga el rey en persona. Isabel II, por ejemplo, la última vez que visitó Australia fue en 2011. Fue varias veces a lo largo de su reinado, 16 en total, aprovechándose de la mejora de los medios de transporte, pero antes de ella ninguno de sus predecesores había pisado Australia. Canadá, que está mucho más cerca, disfruta de más visitas de la familia real, pero tampoco demasiadas.

El primer monarca en pisar Canadá fue Jorge VI (padre de Isabel II) en 1939. La última vez que la reina visitó Canadá fue en 2010, desde entonces, como ya estaba muy mayor, delegó los tours canadienses a su hijo Carlos. A otros reinos ha ido mucho menos. La última vez que visitó Jamaica fue en 2002, la última vez que viajó a Antigua y Barbuda fue en 1985 y ya aprovechó para visitar otras islas caribeñas. Al remoto archipiélago de Tuvalu en Polinesia sólo ha ido una vez en 1982, hace ya 40 años. Resumiendo, que no es aventurado decir que el rey de España visita mucho más a menudo las repúblicas hispanoamericanas, aunque sólo sea porque tiene la costumbre de asistir personalmente a la toma de posesión de los presidentes. Sólo en el último año y medio Felipe VI ha estado en Colombia, Costa Rica, Honduras, Puerto Rico, Perú y Ecuador.

A la reina Isabel la mayor parte de la población le perdonaba esas ausencias porque era mayor y, sobre todo, porque se trataba de un personaje entrañable y por lo general muy querido. Llevaba ahí toda la vida y tenía mucha autoridad personal. Pero con el ascenso al trono del rey Carlos, que es mucho menos popular que su madre, los activistas republicanos tienen la oportunidad de avanzar en su agenda sin que se considere un insulto hacia la reina.

Así que es muy posible que haya cambios. Pero incluso antes de la muerte de la reina, algunos países habían señalado que la monarquía era cosa del pasado. En noviembre de 2021 Barbados se convirtió en el primer país desde 1992 en proclamar la república. Ahora hay varios países del Caribe, entre ellos Jamaica, que están barajando seriamente lo de la república. En Antigua y Barbuda, por ejemplo, el primer ministro ya ha adelantado que quiere realizar un referéndum para que su país se convierta en república dentro de tres años.

También han querido cambiar la bandera, que luce una Union Jack en la esquina superior izquierda junto a la constelación de la cruz del sur, pero ahí dos tercios de australianos se oponen

Si nos vamos a las joyas de la corona, que son indudablemente Australia y Canadá, la situación no es muy diferente. En el mes de abril una encuesta indicaba que casi el 60% de los canadienses apoyaban lo que había hecho Barbados y lo que se preparan a hacer en Jamaica. La mitad de los consultados se mostraron partidarios de proclamar la república canadiense. En Australia el debate viene de lejos, desde los años 90, cuando el partido laborista se declaró formalmente republicano. En 1999 se realizó un referéndum para abolir la monarquía, pero votaron en contra el 60% de los australianos. También han querido cambiar la bandera, que luce una Union Jack en la esquina superior izquierda junto a la constelación de la cruz del sur, pero ahí dos tercios de australianos se oponen. Se conoce que le tienen cariño a la bandera. A lo de la república no tanto. El primer ministro laborista, Anthony Albanese, volvió a centrar la atención pública en este tema cuando nombró a un ministro adjunto para la república después de ganar las elecciones federales en mayo.

El hecho es que hasta los años 80 muchas decisiones judiciales australianas aún podían apelarse en el Reino Unido. El gobernador general, representante de la corona nombrado por el propio monarca, retiene aún tiene ciertos poderes, como disolver la cámara de representantes o nombrar embajadores. Ninguno de esos dos poderes los ejerce al margen del Gobierno, pero podría hacerlo. En 1975 lo hizo. Cesó al primer ministro Gough Whitlam, disolvió las cámaras y convocó elecciones.

Para muchos australianos los días de la monarquía en Australia están contados. El problema que se les presenta es cómo elegir al jefe de Estado. El referéndum de 1999 sugería que el parlamento nombrara un presidente por una mayoría de dos tercios, lo que, según algunos australianos, otorgaba demasiado poder a los políticos. Una nueva propuesta del Movimiento de la República Australiana sugirió que cada Estado y territorio australiano junto al parlamento federal, nominaran candidatos que luego serían sometidos a votación popular. Eso sería ya otro debate. La Liga Monárquica Australiana cree que se van a atascar ahí porque los republicanos no tienen claro si quieren una república parlamentaria u otra presidencialista. Mientras no se hayan decidido y ofrezcan una hoja de ruta clara la monarquía ofrece estabilidad al sistema.

Estar en la Commonwealth no les obliga a nada salvo a cumplir con la declaración de Harare de 1991, que establece en términos muy laxos el respeto a la democracia, los derechos humanos y la defensa del medio ambiente

Otro de los problemas con los que se enfrentará Carlos III es con la Commonwealth o, más exactamente, qué hacer con la Commonwealth. La “Commonwealth of Nations” o Mancomunidad de Naciones nació también del Estatuto de Westminster y quedó constituida como tal en 1949, dos años después de la independencia de la India. Es una asociación voluntaria de países que formaron parte del Imperio Británico. Hoy tiene 56 miembros incluyendo algunos importantes como la India o Pakistán. Estar en la Commonwealth no les obliga a nada salvo a cumplir con la declaración de Harare de 1991, que establece en términos muy laxos el respeto a la democracia, los derechos humanos y la defensa del medio ambiente. Hay una fundación dedicada a los intercambios culturales y se celebran cada cuatro años unos juegos deportivos que son herederos de los Juegos del Imperio Británico. La última edición se celebró en Birmingham en agosto de este año. Casi todas las ediciones (salvo algunas excepciones como los de Delhi de 2010, los de Kuala Lumpur del 98 y los de Jamaica del 66) se han celebrado en el Reino Unido, en Canadá o en Australia, que son el núcleo duro de la Commonwealth. Su sede central se encuentra en Londres, en la Marlborough House, un palacete del siglo XVIII situado junto al Mall, a corta distancia del Palacio de Buckingham.

El jefe de la Commonwealth es el rey por tradición, si es que a algo que tiene poco más de 70 años podemos atribuirse esa naturaleza. Cuando se creó en 1949 el imperio aún era grande y la figura del rey indiscutible, por eso se colocó a su cabeza a Jorge VI, pero murió tres años después y le sucedió su hija. Como ha reinado tanto tiempo la Commonwealth la ha creado realmente ella, ella ha sido quien ha dado forma y sentido a la organización. Su hijo ha heredado el cargo, pero no queda claro que lo vaya a mantener de forma vitalicia porque algunos miembros ya han pedido que la presidencia sea rotatoria. De nuevo estamos ante la autoridad casi religiosa que emanaba Isabel II, un carisma que no ha transmitido a su hijo, un monarca que llega al trono con 73 años, algún que otro escándalo y mucho activismo político entre medias.

La pregunta es si la Commonwealth conseguirá sobrevivir a su principal inspiradora. Isabel II siempre se puso del lado de la Commonwealth cuando surgió alguna diferencia con el Gobierno británico. El caso más sonado fue en los 80, cuando Margaret Thatcher se negó a imponer sanciones a Sudáfrica por el apartheid. La reina se inclinó por la posición de la Commonwealth y criticó en privado a la primera ministra. Isabel II se sentía una monarca internacional porque eso mismo era lo que había mamado y se contaban por decenas sus reinos. Los tiempos de Carlos III son otros. El imperio británico se conjuga en pretérito perfecto y son muchos los que quieren borrar de él hasta sus últimos vestigios.

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