Los 340.000 islandeses, más o menos como la Comunidad Autónoma de La Rioja, son ambilingües. Tienen, por tanto, dos lenguas, una materna, el islandés y otra de ampliación cultural, el inglés, sin la cual quedarían limitados. La autóctona vive aplastada por la fuerza de la la alóctona, el inglés, lengua de la globalización. La marginación es tan grande que lingüistas y estadistas temen que pueda acentuarse su proceso de decadencia.
Los islandeses protegen su lengua de extranjerismos, impiden la entrada de términos foráneos y procuran crear neologismos y tecnicismos a partir de sus propias raíces. Una original tendencia que consigue llamar veitingahús a lo que en todo el mundo se llama restaurante y tölva (tala es número y völva, profetisa) a lo que el planeta llama ordenador o computadora.
Las familias eligen sin presión la lengua en que quieren escolarizar a sus hijos. Los comerciantes pueden rotular sin ser multados ni amonestados
La pureza de lo propio no evita el progresivo acomodo del inglés, que se introduce y acomoda por rincones insospechados. No se trata de una imposición, sino de lo que siempre han hecho los hablantes, acoplarse a los mejores instrumentos de comunicación. Tampoco se sienten oprimidos, ni desplazados, ni humillados, ni colonizados. Les parece, como a tantos sociolingüistas, algo normal. Las familias eligen sin presión la lengua en que quieren escolarizar a sus hijos. Los comerciantes pueden rotular sin ser multados ni amonestados en la lengua que más les interese para atraer a sus clientes; la administración funciona en islandés, pero también en inglés sin que nadie se sienta molesto por el uso de una lengua que tantos beneficios aporta.
El islandés nació cuando vikingos procedentes de Noruega se instalaron en la isla. Corría el siglo IX. Noruegos continentales y noruegos isleños distanciaron sus hablas y la lengua de la isla, esencialmente conservadora frente a los pasos imparables del noruego, pasó a ser distinta. Vivieron bajo dominio danés entre 1380 y 1918. En 1944 se independizaron.
La lengua de los islandeses es un caso único. Ha cambiado menos que ningún otro idioma en los últimos mil años. Lo mantiene puro su aislamiento. Apenas se ha desviado del nórdico antiguo. Hoy es una reliquia lingüística, algo parecido a una isla italiana que aún hablase latín.
Muestra de la cohesión es la ausencia de dialectos. Para entenderlo mejor citemos tres lenguas parecidas y fragmentadas. Para el euskera contamos con el vizcaíno, guipuzcoano, navarro, labortano y suletino. Cinco dialectos también tienen el romanche, una de las cuatro lenguas de Suiza, y el bretón, lengua celta en la Bretaña francesa.
El islandés pertenece a la familia germánica. Son sus hermanos el feroés, noruego, sueco y danés. Y también el inglés y el alemán, pero estos últimos parecen hijos pródigos porque son mucho más díscolos, más rodados fuera del seno familiar.
La mayoría de los idiomas europeos occidentales han reducido el alcance de la flexión, particularmente en las declinaciones; el islandés declina los nombres, los adjetivos los pronombres y los cuatro primeros números
El sistema de identificación social de los islandeses no son los apellidos, sino el patronímico. Se nombra a las personas como hijo de... o hija de... con dos sufijos, -dottir para el femenino y -son para el masculino. El escritor Gunnar Gunnarsson tiene como nombre de pila Gunnar, como su padre, por eso su nombre queda así: Gunnar Gunnarsson (Gunnar hijo de Gunnar). Katrín Karlsdóttir es Katrín, hija de Karl. La ordenación alfabética prefiere usar el nombre en vez del patronímico. El ruso utiliza el mismo sistema, pero añade el apellido: Fiódor Mijailovich Dostoievsky, el patronímico queda solo como forma elegante de dirigirse a la persona.
Mientras que la mayoría de los idiomas europeos occidentales han reducido el alcance de la flexión, particularmente en las declinaciones, el islandés declina los nombres, los adjetivos los pronombres y los cuatro primeros números. Usa cuatro casos: nominativo, genitivo, acusativo y dativo. Las demás lenguas germánicas perdieron las declinaciones, salvo el alemán que conserva tenuemente algunas formas. También declinaba las palabras el latín, pero han desaparecido en todas sus lenguas herederas excepto en rumano. Las lenguas eslavas, sin embargo, las mantienen, excepto el búlgaro y el macedonio que también las han perdido.
Quienes se atreven a iniciarse en la lengua vikinga encuentran una gran dificultad en la pronunciación, que suele ser compleja en la relación letra/sonido, como en inglés
Pocos extranjeros estudian islandés porque el inglés sirve como lengua de intercambio. Ellos no exigen que se les hable en islandés ni vigilan las conversaciones de los estudiantes, ni siquiera los porcentajes de películas en Netflix versionadas al islandés, ni la lengua de las azafatas en los vuelos. Las autoridades académicas no obligan a nadie a hablarlo, ni siquiera a los estudiantes. Pueden hablar inglés sin multa ni reproche. Y como las autoridades académicas no imponen su criterio, los extranjeros pueden escolarizarse en la lengua que deseen.
Quienes se atreven a iniciarse en la lengua vikinga encuentran una gran dificultad en la pronunciación, que suele ser compleja en la relación letra/sonido, como en inglés. Los extranjeros que se instalan en la isla utilizan el inglés, y nadie les reprocha hacerlo. Rechazan estudiar islandés, y nadie les obliga a aprenderlo, ni siquiera para los puestos de sanitarios.
En este contexto, se muestran los isleños especialmente interesados en la lectura. Editan una gran cantidad de libros en proporción al número de posibles lectores, que dan muestra de su interés literario. La mayoría de las publicaciones están en islandés, pero muchas también en inglés sin que nadie se moleste. La lengua de los islandeses se nutre con una considerable producción beneficiada por el aislamiento. Dicen que por eso son felices, porque la cultura los acompaña en todos los momentos de sus vidas.
Sociolingüistas y estadistas son conscientes del declive de la lengua, pero el gobierno no piensa tomar ninguna medida coercitiva, ni poner freno a la libre expansión de la lengua de los ingleses, ni obligar a obtener el B1 en islandés a los funcionarios. La última medida va a facilitar promocionar el chat MPT-4 en islandés, sistema que amenaza con revolucionar de manera profunda el uso de Internet, y que podría ser un importante empujón a la promoción de una lengua simpática que nadie desea que desaparezca.
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