Opinión

Iván Redondo debuta en 'La Vanguardia': Pedro, te va peor sin mí

Iván Redondo ha debutado este lunes como articulista de La Vanguardia y su texto podría resumirse en pocas palabras: ausencia de propuestas, egocentrismo desmesurado, húmedas dedicatorias a sus presuntos amigos

Iván Redondo ha debutado este lunes como articulista de La Vanguardia y su texto podría resumirse en pocas palabras: ausencia de propuestas, egocentrismo desmesurado, húmedas dedicatorias a sus presuntos amigos y una reprimenda a quienes le enseñaron la puerta de salida de Moncloa hace unos meses. Esto último lo ha dejado claro en un par de frases: “Tras el giro al aparato (del partido) del pasado 10 de julio, el PSOE baja en las encuestas y Vox sube (…) Hay quien no acierta a darle a la tecla intro del ordenador”. En otras palabras: 'os va peor sin mí'. Siempre es una buena noticia que esa mujer que te dejó engorde o se sienta sola un sábado por la noche.

Sería muy complejo analizar en toda su inmensidad la tribuna periodística que firma el geo-estratega más pizpireto -”sonrisa amplia” para los críticos- del reino, pero podríamos comenzar por el principio. Es decir, por el título que ha elegido para su sección en el periódico, The Situation Room, que supuestamente hace referencia a la fotografía que se tomó en la Casa Blanca el 1 de mayo de 2011 mientras Obama y su equipo esperaban al desenlace de la operación para capturar a Bin Laden. Este episodio resume lo que Redondo tiene en la cabeza, y es la fantasía de un politólogo iconoclasta que ha trabajado para Pedro Sánchez -nunca para España- con el único objetivo de que saliera guapo en las imágenes. Y reforzado en las encuestas.

Esto supone la exaltación de la impostura. También revela que este tipo concibe la política como una actividad que sólo debe cuidar la imagen y preocuparse de transmitir buenas intenciones, pese a que la realidad discurra por un camino diferente. Es la estrategia propia de quienes utilizan Instagram para relatar los acontecimientos de una vida que no tienen.

Iván Redondo y la Edad Oscura

Redondo es un hijo de su tiempo y eso atestigua que este período es oscuro, pues sólo en los momentos de ceguera o de declive se concede tanto crédito a los charlatanes. La historia demuestra que es mucho más efectivo tener labia que buenas intenciones, y palabrería vacía le sobra a Redondo. Lo suyo recuerda a lo que cuenta Carlo Cipolla en su soberbio Allegro ma non troppo. El ensayo se refiere a Pedro el Ermitaño, quien fue capaz de animar a unos cuantos nobles a iniciar una 'cruzada' porque estaba frustrado, al no poder aderezar con pimienta sus alimentos. Las rutas comerciales con Oriente se habían cortado y al pobre clérigo le sabía soso el pescado. Por eso empleó su gran oratoria para convencer a unos cuantos condes y marqueses, sedientos de aventuras.

Lo suyo era más importante que la paz, lo que encuentra una similitud con la actitud a la que nos acostumbra Redondo, que sitúa el interés general varios escalones por debajo de los deseos del partido para el que trabaja y, claro, de su ansia por alcanzar la gloria profesional. Son muchos los ejemplos que pueden citarse para demostrar esta afirmación, pero basta con uno: el posado que realizó Reyes Maroto antes de las elecciones madrileñas junto a la imagen, impresa a todo color, del sobre con la navaja que había recibido por parte de un zumbado. Era más importante generar tensión para tratar de movilizar a los votantes de izquierda que velar por el mantenimiento de la convivencia pacífica.

Para engrandecer a estos personajes hacen falta cómplices; y Redondo cita a unos cuantos en su artículo. Entre ellos, a Enric Juliana, quien tantas y tantas veces ha tenido que demostrar su elasticidad argumental para justificar la sinrazón de los nacionalistas catalanes. O Pedro Vallín, experto en retratar con épica fílmica las aventuras políticas que no le interesan a casi nadie. O a Fernando Ónega, a quien Redondo define como “mentor y maestro”. Seguro que el mencionado periodista no vio mal la pantomima que organizó el Ejecutivo en el Valle de los Caídos para tratar de mejorar en los sondeos antes de las últimas elecciones generales. A fin de cuentas, Ónega firmó, de su puño y letra, aquel memorable artículo titulado “Así sólo mueren, Europa, los grandes hombres de la civilización”. Noviembre, 1975. Desde entonces, ha tocado adaptarse como un camaleón. O demostrar “resiliencia”, como diría Redondo.

Conviene contener el malestar ante el atrevimiento que demuestran estos personajes, pues, en realidad, su incontinencia verbal resulta muy útil para desmontar sus mentiras. Por eso dejan estos días en la boca el dulce regusto de la victoria moral, pues se ha vuelto a demostrar una evidencia que a veces se olvida, y es que el paso del tiempo sirve, por sí solo, para delatar a los impostores y a los vende-peines. A Redondo y a algunos otros.

Hace falta, a veces, tragarse ciertas dosis de frustración cuando este tipo de mediocres se atribuyen milagros y méritos que no son suyos. Pero los días pasan, las hojas del calendario se amontonan en la papelera y, al final, aflora la verdad. No sirven para mucho más que para ser charlatanes a tiempo completo.

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