Opinión

Cuando gobierna la izquierda, en los Goya no se habla de política

Fue en 2013 cuando Candela Peña ganó un premio Goya, subió al escenario y habló de la muerte de su padre. Según expuso, su familiar pereció “en un hospital público"

Fue en 2013 cuando Candela Peña ganó un premio Goya, subió al escenario y habló de la muerte de su padre. Según expuso, su familiar pereció “en un hospital público" donde no había ni mantas ni agua para los enfermos. Su intervención estaba impregnada de rabia y descreimiento; y fue buena, pues señaló un problema que el discurso político fue capaz de soterrar hasta que estalló la pandemia, como es la decadencia de la sanidad española.

Hubiera tenido cierto sentido que en la gala de 2021, la del año de la covid-19, alguno de los galardonados se hubiera referido, con afán crítico, a lo que se ha vivido en este país en los últimos meses, pues han ocurrido sucesos graves. Porque convendría no olvidar que fueron muchos ancianos los que reclamaron asistencia sanitaria y fallecieron sin recibirla, pues ni había respiradores ni espacio en las UCIs.

Sucede que en España gobierna la izquierda y, claro, al cine le cuesta mucho retratar sus vergüenzas. Esa actitud se ha podido apreciar en la ceremonia de este año, que ha sido más blanca que nunca pese a que el país vive la mayor crisis sanitaria y económica en unas cuantas décadas. El arte no está necesariamente para denunciar, pero cuando se decide a hacerlo y sólo señala la parte de los problemas que le conviene, se convierte en pura propaganda.

Los Premios Goya y la política

Un creador puede lanzar una bomba nuclear contra una sociedad con la elegancia de Truffaut en Los 400 golpes, donde plantea la incómoda cuestión sobre cómo el sistema tiene la costumbre de atropellar o lanzar hacia la marginalidad a quienes, por sus problemas, necesitan saltarse el guión establecido. También se puede tirar de humor y disparar un cañonazo contra el nacional-catolicismo y su moral hipócrita, como Berlanga en Plácido. O se puede recurrir a la trampa del melodrama para lograr más impacto, como en El Ladrón de Bicicletas. Porque la ruina es muchas veces como la propia sombra: imposible de rehuir.

Pero cuando un artista calla hoy ante lo que denunciaba anteriormente, significa que ha adquirido algún tipo de esclavitud o complicidad. En el año en que se infectaron millones de personas y fallecieron 70.000; y en el que miles de familias se fueron a la ruina, el silencio en los Goya ha sido sepulcral. Curiosa esta actitud de la izquierda de ensalzar todo tipo de causas identitarias, pero abandonar a los pobres.

Es cierto que los organizadores de la gala de este sábado encargaron a una enfermera la entrega del premio a la mejor película. La mujer se llamaba Ana María Ruiz y, en su breve discurso, ha denunciado que "España es el país de la UE con más contagios de sanitarios". Curiosamente, no hizo ninguna referencia a las autoridades que fueron incapaces de proporcionar los equipos de protección adecuados a los médicos, que son las mismas que negaban la utilidad de las mascarillas o las que disuadían a quienes regresaban de China, en febrero de 2020, de guardar cuarentena.

Cuando la izquierda es culpable, los problemas se citan. No así a sus responsables. No ocurriría lo mismo si la derecha dominara el Consejo de Ministros. Se pudo apreciar con el 'No a la guerra' de 2004, cuando el Ejecutivo de José María Aznar fue señalado por una parte de los premiados, que, por cierto, estaban en su perfecto derecho de hacerlo. Hoy, en 2021, la crítica ha brillado por su ausencia.

Alberto San Juan en los Goya

El único que ha lanzado un dardo al Gobierno -al PSOE en concreto- ha sido Alberto San Juan, quien tras recibir su premio al mejor actor secundario ha asegurado: “Los derechos humanos no pueden ser bienes de mercado con los que se especule; y tener un hogar es un derecho humano muy básico”. Lo ha dicho porque el tema está en la agenda de Podemos. A la asistencia sanitaria universal no se ha referido y a lo que ha sucedido en los geriátricos no se ha referido, claro.

Por lo demás, la gala -presentada por Antonio Banderas y María Casado- ha sido un soberano aburrimiento, como ocurre con todas las ceremonias de este tipo. Como la pandemia desaconseja la celebración de reuniones, los premiados han intervenido por videoconferencia; y lo han hecho en todos los casos rodeados de sus familiares y amigos. Eso ha sido lo mejor de la noche: ver cómo compartían su alegría con los suyos, sin el postureo de la alfombra roja. La autenticidad siempre es un placer.

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