De todos los lugares comunes que se han instalado recientemente en la opinión pública, uno de los más errados es sin duda el de que la izquierda no tiene un proyecto para España, que Sánchez no tiene principios y que su único objetivo es mantenerse en el poder.
Su actitud puede parecer pasiva, sus propuestas pueden parecer humo, pero detrás de todo ello, como es natural, hay una idea clara de lo que debe ser -y debe dejar de ser- España. Lo que define a este Gobierno no es ese supuesto vacío con el que las críticas tienden a retratar a Lastra, a Iceta o a Yolanda Díaz, sino un vaciamiento metódico e instrumental.
Este vaciamiento sistemático pero selectivo se observa claramente en los libros de texto que comenzarán a usarse el curso que viene. Todo está en Google, decían algunos de los ministros y expertos responsables de la nueva ley educativa. Quieren eliminar cualquier rastro de contenidos en los libros y en las clases, decíamos nosotros. Quieren ponerlos a pintar mandalas y a reflexionar sobre cuestiones diversas sin nada sólido desde lo que construir sus juicios. Pero no era eso exactamente. No están implantando la nada conceptual ni la pedagogía del vacío; sencillamente hay que hacer hueco para poder instalar la morralla ideológica. Todo está en Google, sí, pero los niños climáticos, el potencial transformador del 15-M o la Agenda 2030 tienen que estar además en los libros y en las clases, porque el objetivo deseado no es el alumno ignorante, sino el alumno activista.
Habría que preguntárselo a las "madres protectoras" que se llevan ilegalmente a sus hijos cuando las denuncias falsas contras sus parejas no prosperan
Después de la escuela damos paso a la cárcel, para alegría de Foucault. El presidente Sánchez volvió a dejar claro hace unos días cómo entiende la convivencia, las leyes y los límites al poder en una respuesta a la portavoz de ERC en el Senado. Mirella Cortès afirmó en su intervención que España no cambia, habló del expolio a Cataluña e insinuó que en el fondo es lo mismo que gobierne la izquierda o la derecha. Ante tal provocación, Sánchez fue fiel a su fama y defendió vehementemente la radical diferencia entre ellos y nosotros; nosotros, replicó, apostamos por la convivencia. “Y si no, pregúnteselo a muchos de sus compañeros de Esquerra Republicana, que antes estaban en prisión y hoy están fuera gracias a las medidas de gracia que ha aprobado el Gobierno de España”. Habría que preguntárselo también a todas las “madres protectoras” que se llevan ilegalmente a sus hijos cuando las denuncias falsas contras sus parejas no prosperan y que van saliendo de la cárcel también por la gracia de este Gobierno.
Y habría que preguntárselo a Oskar Matute, ya que hablamos de la izquierda y de la política de vaciar las cárceles. El diputado de Bildu dejó la semana pasada en el Congreso una frase de esas que cuesta olvidar mientras hablaba sobre Madrid, fiscalidad y concentración empresarial. “Luego habrá quien se pregunte que por qué se vacía el Estado español, que por qué hay una España vaciada”.
Hay que procurar no dejarse llevar por los tópicos ni por los fuegos artificiales, porque como sabía Orwell, todas esas frases hechas y todos esos lugares comunes pueden acabar secuestrando las palabras propias de quien escribe
Para analizar hoy el estado en el que se encuentran el Gobierno, la izquierda y el país es inevitable fijarse en Matute y el resto de integrantes de la banda. En realidad hacen un gran servicio a la nación, porque funcionan como una piedra de toque infalible en cuestiones éticas. Pero hay que tener cuidado con ellos. Cuando se escribe sobre Bildu siempre corremos el riesgo de que se nos disparen las metáforas. El mayor peligro de Matute y los suyos no es hoy la automática, como hace no tanto tiempo, sino los automatismos. Hay que procurar no dejarse llevar por los tópicos ni por los fuegos artificiales, porque como sabía Orwell, todas esas frases hechas y todos esos lugares comunes pueden acabar secuestrando las palabras propias de quien escribe. Pero ahí estaba Matute, diputado de Bildu, hablando en el Congreso de la España vaciada, y hay que hacer un esfuerzo enorme para no acordarse de esa cifra cercana al millar, de la balística y de otras cuestiones similares que se pueden relacionar fácilmente con el verbo “vaciar”. Así que hagamos el esfuerzo, dejemos por una vez de recordar lo evidente, y vayamos a algo igualmente importante.
Una idea clara y definida
La España vaciada no está en Cáceres, Soria o Teruel. Eso podría ser la España poco poblada, en la que se invierte lo mínimo, hay baja natalidad o mucha emigración; lo que al principio se llamó la España vacía, vaya. Vaciada es algo distinto. Vaciada querría decir que alguien ha sacado algo de un lugar. Que alguien ha expulsado, ha erradicado, ha arrancado algo. La España vaciada existe, pero está en Bilbao, en Echarri-Aranaz, en Vic y en Barcelona. Está en las escuelas en las que se prohíbe usar el castellano. Está en Lérida y Gerona cuando decimos en castellano Lleida y Girona. Está en todos los lugares en los que la palabra “nación” ha cedido ante “Estado” y en los que el Estado ha cedido todas sus competencias a regiones que se hacen llamar naciones. Es cierto que esta gran obra de arquitectura política la han llevado a cabo los partidos nacionalistas, pero no podrían haber llegado tan lejos sin la participación del PSOE mediante todas sus delegaciones territoriales.
Es un error muy grave defender que el único objetivo del Gobierno de Sánchez es mantenerse en el poder. En la izquierda hay un proyecto definido y una idea clara sobre lo que debe ser y debe dejar de ser España. Las dos cuestiones se reducen a la segunda: España, sencillamente, debe dejar de ser.
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