En este contexto de crisis y crispación, con los españoles deseando descargar adrenalina en el primero que pase, lo que no esperaba nadie era una enérgica ofensiva de Podemos para exhibir que están por encima de nuestras miserias: Monedero disfrutando en restaurantes de lujo, Iglesias luciendo moño ‘cool’ y menosprecio por el acento murciano y Montero radiante en las páginas de Diez Minutos y Vanity Fair. El momento es desastroso para lucir pijerío, pero existen numerosos precedentes culturales que demuestran que estamos ante un tic clásico del rojerío occidental. Me he animado a llamarlo izquierda ‘photocall’, pero igual prefieren la etiqueta de Juan Manuel de Prada, que habla de ‘izquierda caniche’ para describir a esa variedad de los ‘antisistema’ cuya máxima aspiración es dejarse acariciar el lomo por los que mandan. La tarea de un periodista cultural es recordar que esto viene ocurriendo desde hace al menos cinco décadas.
Seguro que existen antecedentes remotos, pero para situarnos basta con empezar por Tom Wolfe, pionero del nuevo periodismo y divulgador del término ‘radical chic’. La expresión alude a quienes utilizan causas sociales legítimas para subrayar su altura moral y presumir de cercanía con los oprimidos, sin renunciar nunca al glamur. La nueva tendencia quedó retratada en una crónica de junio de 1970, donde Wolfe narraba una fiesta del compositor izquierdista Leonard Bernstein. Allí ejercía de anfitrión de la élite de las Panteras Negras, que deambulaban por su dúplex de trece habitaciones en Park Avenue comentando estrategias para derribar a Nixon mientras picoteaban hojaldres de roquefort con nuez molida, servidos en bandejas que ofrecían mayordomos afroamericanos.
La coyuntura recuerda al PSOE de los ochenta, aquellos yupis con chalé en Pozuelo a los que Umbral calificaba como 'infrarrojos'
Anagrama tradujo “radical chic” como “izquierda exquisita”, una expresión de que no ha hecho fortuna porque preferimos otras más gráficas como ‘gauche divine’, ‘socialista de salón’ o la propia ‘radical chic’. El combate social puede ser una juerga, donde militar nunca pasa factura personal, al menos ese es el sueño de muchos activistas premium, desde Manhattan a Galapagar. Ser dirigente de izquierda en 2020 no tiene por qué ser incompatible con las alfombras rojas, despachar con estilistas y las tormentas de ‘flashes’. Podemos no llega a tanto como la élite neoyorquina, pero no es por falta de ganas.
La izquierda exquisita
El momento político recuerda al PSOE de los ochenta, aquellos yupis con chalé en Pozuelo a los que Francisco Umbral calificaba en su crónicas como “infrarrojos”. Quien quiera recordar aquello debe recurrir a la novelas El socialista sentimental (2000) y al ensayo El socialfelipismo, la democracia detenida (1991), que narran el desencanto de las bases del partido, votantes eternos de Felipe González aunque sus ministros vivieran entregados a hacer millones, veranear en mansiones de Marbella o Mallorca y algunos hasta salir en el papel couché (por eso se intenta endosar a Irene Montero el sobrenombre de “la Presysler de Galapagar”, que no acaba de encajarle). Por desgracia, no parece que en estos tiempos tengamos un escritor de la altura de Umbral para contar la versión de bajo coste que está protagonizando Podemos. Tampoco hubo sátiras de izquierda del zapaterismo, ni de sus ministras vestidas de alta costura en reportajes para la revista Vogue. Ahora todo es mucho más tenso y solemne que en la Transición, además de que escribimos peor.
En los Goya, con Iglesias y Garzón de esmoquin, es de mal tono criticar que haya becarios explotados o recordar a Eduardo Casanova que estamos en una emergencia social mientras pide dinero público
La clave de esa izquierda trendy que emerge en Podemos son los Goya. Pablo Iglesias y Garzón llegan de esmoquin, cuando no se ponen corbata para ir al Congreso, sede de la soberanía nacional. Igual que en los premios Planeta se ha convenido no hablar del Procés, en los Goya es de mal tono criticar que hay becarios explotados, recordar a Eduardo Casanova que estamos en una emergencia social mientras pide dinero público para sus películas o cuestionar a las marcas de lujo que patrocinan la fiesta. Todo en esta gala es molón y mágico, como nos confirma al día siguiente Bob Pop, con su insufrible tono condescendiente desde el sillón de Late Motiv. La izquierda de la Transición tenía el referente de Manuel Vázquez Montalbán mientras que, por motivos no aclarados, ahora toca conformarse con este señor vestido de colores, siempre dispuesto a leernos la cartilla ‘progre’.
Otra imagen sobre cómo ha cambiado la izquierda. Rebobinemos: es verano de 1999 y Pedro Almodóvar celebra el estreno de Todo sobre mi madre, una de sus cintas emblemáticas. Estamos en el número 7 de la Puerta del Sol, que sirvió como cuartel para la Dirección General de Seguridad franquista: "Varios de los asistentes recuerdan anteriores visitas a este edificio. Rememoran los húmedos calabozos de los sótanos, los hábiles interrogatorios. Así, Jorge Berlanga -que recibió aquí una paliza de la que salió sangrando- ha debido vencer cierta repugnancia para acudir al reclamo almodovariano. (...) Ruiz-Gallardón ejerce de anfitrión de la bohemia mientras Mariano Rajoy, ministro de Cultura, luce intimidado", contaba el periodista Diego Manrique . ¿La mejor escena? "En aras de la tolerancia, uniformados y otros profesionales de la seguridad deben aguantar esa noche algunos desmadres. Audacias menores de lo habitual en un evento almodovariano, me parece, aunque hay parejas que no se cortan: “Es muy divertido entrar al lavabo a hacer -censurado- mientras en la puerta hace guardia un picoleto con tricornio". La izquierda photocall no reclama más derecho que participar en la fiesta de los señoritos.
Momento Ferrari amarillo
La actualidad ha querido que apareciesen la fotos de Vanity Fair mientras leía el excelente Contra la igualdad de oportunidades (Seix Barral), del sociólogo César Rendueles. El texto explica, con ejemplos, los valores clásicos de la izquierda occidental. ¿Sabían ustedes que en los años noventa la directiva del Liverpool FC obligó al futbolista Robbie Fowler a devolver el Ferrari amarillo que había comprado porque lo considerada “una provocación” y “una falta de respeto” a los seguidores de clase trabajadora que sostenían al club con sus cuotas? Fowler lo comprendió ipso facto, sin invocar en ningún momento “el derecho a la belleza”.
El escritor Joseph Heller presumía de poseer algo que no podían tener los billonarios: considerar su dinero suficiente
Rendueles también recuerda la respuesta del escritor Joseph Heller cuando su colega Kurt Vonnegut le informó de que el millonario anfitrión de una fiesta a la que habían asistido ganaba más en una noche que Heller por los derechos de las infinitas ediciones del clásico Trampa 22. “Ya, pero yo tengo algo que él nunca tendrá, que es sentir que mi dinero es suficiente”, respondió el novelista. Lo peor no es el chalé, ni la votación impuesta a las bases para legitimar el chalé, ni las fotos glamurosas en Vanity Fair, sino la sensación compartida por muchos de que Iglesias y Montero nunca van a tener suficiente dinero, ni honores, ni atención pública para saciar sus egos.
Peronismo burbujeante
Como Podemos tiene querencia al peronismo, viene a cuento mencionar Pizza con Champán. Crónica de la fiesta menemista (1991), el libro donde Sylvina Walger detalla los desfases de la era de Carlos Menem. Se trata de otra historia de desencanto, en la que un político de izquierda descuelga la bandera de la justicia social y se dedica a a integrarse en los círculos de poder que criticaba ferozmente. Nuestra década no es tan próspera como los noventa, ni quedan apenas empresas públicas que privatizar, así que el guion es el mismo pero con menos en juego.
Otro libro que útil para entender los problemas de Podemos es Listen, liberal (2016) del periodista estadounidense Thomas Frank, que explica cómo el partido Demócrata fue abandonando a los trabajadores de cuello azul para centrarse en los intereses de las élites universitarias, que es un proceso análogo al colectivo de profesores que formó Podemos (un grupo humano tremendamente homogéneo, que no ha conseguido que los trabajadores sin cualificar dejen de votar al PSOE). En fin, con esta selección ya hay para entretenerse mientras esperamos el ensayo o novela que describa el bajonazo de quienes confiaron en Podemos como motor de cambio y tienen que conformarse con sonrisas de “qué guay, tía” en revistas de gama alta. Sigue resonando la famosa pregunta de la criada de Pablo Neruda en la película de Pablo Larraín: "Señor, cuando todos seamos iguales, ¿viviremos como usted o como yo?"
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