Opinión

La izquierda reaccionaria detesta la educación

Todo ha sido empeorar con la sucesión de leyes educativas cada vez más oportunistas e ideológicas, hasta desembocar en el primer Gobierno que combate activamente la educación: el de Sánchez

La aprobación de la LOGSE en 1990 por un Gobierno de Felipe González, ampliando la edad de educación obligatoria de los 14 a los 16 años, quizás fue la última muestra de verdadero interés socialista por mejorar y extender la escolarización en un país con déficits históricos y capas sociales enteras semianalfabetas. A mi generación no se le olvida que una tarea habitual de los universitarios en la desaparecida mili era enseñar las letras y cuentas básicas a muchos reclutas del sur rural. A partir de entonces todo ha sido empeorar con la sucesión de leyes educativas cada vez más oportunistas e ideológicas, hasta desembocar en el primer Gobierno que combate activamente la educación: el de Sánchez.

El papel de teorías pedagógicas especulativas y sentimentales, abrazadas por el ideólogo educativo socialista Álvaro Marchesi, ha sido importante en esta degeneración, pero mucho más la evolución del propio PSOE desde la socialdemocracia al revival del nefasto partido de Largo Caballero. Porque a pesar de las leyendas, y del hecho cierto de la terrible represión franquista sobre miles de maestros republicanos, la verdad es que el Frente Popular puso infinito más interés en exterminar la escuela católica que en lograr poner al país al día en materia escolar, y no digamos ya en respetar el pluralismo educativo.

La izquierda se ha presentado como su campeona frente a la derecha política, que la vería como otro más de los privilegios y necesidades de las clases dirigentes

Según la conocida tesis de la Ilustración, el conocimiento emancipa porque saca al hombre de la ignorancia, el “sapere aude!” de Immanuel Kant. Pero dos siglos largos después sabemos que la alfabetización masiva, la formación técnica y cierto barniz de cultura no bastan para formar personas realmente libres e ilustradas, aunque también que no tenemos ninguna alternativa decente a la educación obligatoria. Por eso destruirla atacando sus bases es una de las políticas más reaccionarias, retrógradas e inhumanas que se puedan concebir. No obstante, está pasando ahora, y en España gracias a la coalición Frankenstein de Pedro Sánchez.

Por supuesto, nadie admite que quiera destruir la educación. La izquierda se ha presentado como su campeona frente a la derecha política, que la vería como otro más de los privilegios y necesidades de las clases dirigentes. Pero es una presunción. Los conservadores más lúcidos, como los prusianos y británicos, compartían la importancia de alfabetizar y formar mediante decididas políticas de escolarización, que podían combinar la iniciativa pública con la privada, a menudo eclesiástica.

Pero la economía jugó sus cartas, pues no bastaba con aprobar leyes educativas -la primera española es de 1857- si no se podían financiar el fin del trabajo infantil, la construcción de escuelas y la formación y contratación de maestros. Por eso los países más industrializados sacaron gran ventaja educativa a los menos, como España, Portugal e Italia o Rusia y los hispanoamericanos. Diferencia que a su vez profundizó las de riqueza y poder del norte industrializado frente al sur más atrasado (que se repite a escala nacional en España e Italia). Pero nadie dudaba de la importancia de la educación para el desarrollo de cualquier sociedad en todos los órdenes.

Mientras Wollstonecraft pedía que las mujeres aprendieran matemáticas, Ángela Rodríguez “Pam” dice que aprender raíces cuadradas no sirve para nada (quizás porque no son comestibles).

Por ejemplo, Mary Wollstonecraft, adelantada del feminismo, dejó claro que la emancipación de la mujer solo llegaría mediante la escolarización obligatoria de todas las niñas en igualdad con los niños y con el mismo currículo educativo básico. ¿Sigue siendo esto así? Pues parece que no. Las “feministas” de género creen que es mejor avergonzar a los chicos y atacar los modelos masculinos de conducta y sexualidad. Mientras Wollstonecraft pedía que las mujeres aprendieran matemáticas, Ángela Rodríguez “Pam” dice que aprender raíces cuadradas no sirve para nada (quizás porque no son comestibles).

Hoy en día la educación ocupa la extraña tierra de nadie de las disonancias cognitivas: todo el mundo dice que es muy importante mientras le presta la menor atención posible. Así, Estados Unidos, cuyas universidades fueron de las mejores del mundo -al menos en humanidades dejaron hace tiempo de serlo-, acepta la destrucción ideológica de su educación y mantiene su ventaja importando talento en vez de formar el suyo (muchas grandes tecnológicas tienen mayoría de empleados extranjeros en los departamentos estratégicos). En nuestro caso, la izquierda reaccionaria hegemónica pretende a la vez tener el monopolio del verdadero interés por la educación mientras procede a su vaciado de sentido.

Hace poco la ministra Pilar Alegría anunciaba que la educación no iba a necesitar contenidos (sic) porque la Inteligencia Artificial se ocuparía de esas minucias

La lista de fechorías izquierdistas con la educación, siempre con cómplices nacionalistas, es larga, pero algunas anécdotas se han elevado por méritos propios a la categoría de paradigmas. Así, el perezoso y frívolo ministro Manuel Castells abogó por la supresión de la formación de la memoria en la escuela porque todo está en internet, o lo que es lo mismo, propuso cancelar el pensamiento autónomo y sustituirlo por el algoritmo de los buscadores. Una idea tan brillante como darle una enciclopedia a quien no sabe interpretar un texto escrito. Pero ha creado escuela: hace poco la ministra Pilar Alegría anunciaba que la educación no iba a necesitar contenidos (sic) porque la Inteligencia Artificial se ocuparía de esas minucias.

El rechazo de la memoria precede lógicamente al del conocimiento, como prueba la sucesión de rebuznos Castells-Alegría. La pretensión de sustituir el propio cerebro por algoritmos, internet e IA revela la extremada vagancia personal de sujetos de talante parasitario, pero también simpatía por los sistemas de control mental descritos por George Orwell en su distopía 1984; el navegador de internet haría el mismo papel que la neolengua. Si ésta era convenientemente depurada de palabras “innecesarias”, el cerebro ideal de la izquierda reaccionaria estará cuidadosamente vacío de conocimientos, más allá de usar un ordenador que le sustituya en la tarea existencial de aprender y conocer por su cuenta. Las universidades abundan en alumnos incapaces de desconectarse ni un momento del ordenador, de escuchar y participar creativamente en un debate.

La conversión del pensamiento crítico en mera negociación de sentimientos negativos hace estragos en Estados Unidos, donde los estudiantes pueden exigir eludir o vetar todas aquellas ideas y conocimientos que hieran su sensibilidad infantilizada o provoquen deseos que deben ser reprimidos.  Por eso se prohíbe mostrar en clase supuestos retratos de Mahoma, porque lo prohíbe la sharía y ofende al musulmán de la clase, o enseñar el David de Miguel Ángel por sus connotaciones eróticas, quizás homosexuales. Da igual que lo haga la izquierda woke o la derecha religiosa, esto es destruir las bases mismas de la civilización.

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