Opinión

La izquierda va tarde

Cuando alguien se mete en política, especialmente si es de izquierdas, lo hace con la intención de cambiar el mundo. Para conseguir este objetivo, no hace falta decirlo, es necesario ganar elecciones y llegar al poder. Se supone que aquellos que han dado

Cuando alguien se mete en política, especialmente si es de izquierdas, lo hace con la intención de cambiar el mundo. Para conseguir este objetivo, no hace falta decirlo, es necesario ganar elecciones y llegar al poder. Se supone que aquellos que han dado el paso de presentarse como candidatos entienden que es así cómo funciona el juego político. Se supone también entonces que harán lo posible para triunfar en las urnas, porque a partir de ellas podrán aprobar leyes.

Cuando hablamos de la izquierda española, sin embargo, resulta difícil discernir si son conscientes de estas obviedades. Mirando al inacabable sainete sobre quién concurre a las urnas con quién de aquí a unas semanas, estoy bastante convencido que han decidido ignorarlas.

No tienen la más remota idea, sin embargo, de qué carajo es el Consejo de Coordinación de Podemos, la diferencia entre Sumar, Mareas, Concurrencias, Comunes, el Frente de Liberación de los Gnomos del Jardín...

Una de las cosas que me harto de repetir cuando trabajo con candidatos es que para la inmensa mayoría de votantes la política es algo parecido al baloncesto, golf, o algún deporte al que no le presten demasiada atención. Es algo que saben que existe, tienen más o menos idea de que hay una Liga o un campeonato que ganó el Barça en algún momento y saben que alguien ganó la Euroliga o algo parecido no hace demasiado, pero poco más. El ciudadano medio, ahora mismo, sabe que Pedro Sánchez es presidente, que vienen elecciones, y poco más. No tienen la más remota idea, sin embargo, de qué carajo es el Consejo de Coordinación de Podemos, la diferencia entre Sumar, Mareas, Concurrencias, Comunes, el Frente de Liberación de los Gnomos del Jardín, ni las opiniones, programas o líderes de cualquiera de ellos.

Lo que sí saben, no obstante, es que todos esos grupos llevan meses peleándose entre sí incapaces de ponerse de acuerdo sobre cómo van a concurrir a las elecciones. Y lo saben porque todos los partidos a la izquierda del PSOE llevan meses literalmente no hablando de otra cosa.

Esto es un problema, porque los votantes detestan a los partidos y coaliciones que se pelean entre sí. Entienden, con razón, que si un movimiento político tiene problemas para definir qué quieren hacer o quiénes son sus líderes, es muy probable que sigan con las mismas batallas internas cuando llegan al poder. Gobernar es construir mayorías y convencer votantes, y si no puedes convencer a tus amigos sobre la bondad de tu causa, muchos electores decidirán que no pueden fiarse de ti.

Si hay algo en lo que estos grupos no andan escasos son politólogos, y (espero) saben perfectamente de los horrores que nuestra ley electoral suele infligir a terceros y cuartos partidos

Lo más irritante de las interminables batallas entre todos los integrantes de la verdadera izquierda española es el hecho de que aún nadie ha sabido explicarme por qué se están peleando. No tengo ni la más remota idea sobre si hay algo parecido a diferencias ideológicas o debates sobre modelo de país. Se habla de nombres, se habla de encajar piezas, se habla de estrategia electoral, pero nunca de programa. A los votantes, por supuesto, el programa les interesa tan poco como la fase de grupos de la Liga ACB, pero hay una diferencia sustancial entre un debate público sobre ideas y un debate público sobre rencores y vendettas personales.

Es muy probable que cuando esta columna sea publicada, la pequeña horda de partidos de izquierdas se haya consolidado en algo parecido a una coalición. Si hay algo en lo que estos grupos no andan escasos son politólogos, y (espero) saben perfectamente de los horrores que nuestra ley electoral suele infligir a terceros y cuartos partidos. El daño, sin embargo, ya está hecho.

Las elecciones autonómicas y municipales del mes pasado no fueron tanto un desastre del PSOE sino una catástrofe de todos los partidos a la izquierda de este. Los socialistas apenas perdieron dos puntos de apoyo, una cifra que entra dentro de lo normal en un partido gobernante en unas elecciones de segundo orden. Podemos y el resto de la familia progresista, sin embargo, se dieron un batacazo descomunal alimentado por una tremenda abstención. Los votantes de la verdadera izquierda llevaban meses contemplando la inacabable telenovela de sus dirigentes sobre quién iba a controlar el tinglado de aquí a las elecciones generales. Ante este panorama tan poco ilusionante, simplemente prefirieron quedarse en casa, decepcionados.

Los socialistas perderán elecciones por desidia, corrupción, o incompetencia, pero no lo harán porque no entienden la necesidad de mantener disciplina interna

Es posible que Yolanda Díaz sea la candidata de una cosa (coalición de coaliciones, de coaliciones de movimientos, partidos, mareas, y demás, se entiende) el 23 de julio. Lo que me parece improbable es que sean capaces de hacer olvidar a su militancia y sus bases, que la ópera bufa de los últimos meses es cosa del pasado, y que estos acuerdos que han cerrado a todo correr en diez días han curado mágicamente todas las heridas y rencores. La izquierda tiene la reputación de meterse en indescifrables peleas semi ideológicas en vez de preocuparse por gobernar. Cuando llevas meses y meses confirmando esta impresión, tu electorado no suele olvidarse del tema.

El PSOE es una organización increíblemente disfuncional. Es un partido que combina una arrogancia infinita con una espectacular falta de ambición por solucionar problemas. Han gobernado mejor de lo que se dice (los indicadores económicos así lo atestiguan) pero mucho peor de lo que ellos creen. Aun con todas estas taras, sin embargo, entienden el valor de ser un partido, una organización que al menos intenta ser coherente. Los socialistas perderán elecciones por desidia, corrupción, o incompetencia, pero no lo harán porque no entienden la necesidad de mantener disciplina interna.

La ironía, por supuesto, es que dependen de unos compañeros de viaje obsesionados con atizarse entre ellos. Y que es muy probable que pierdan el poder por su culpa.

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