Opinión

Esta izquierda, la mejor fábrica de votantes para la derecha

Las victorias electorales no siempre son victorias políticas

Chile, Brasil, Argentina, Colombia, México…A falta de triunfos que celebrar en España, porque los de Pedro Sánchez solamente son de su persona, nuestra intelectualidad de izquierda anda eufórica porque se hayan colocado presidentes progresistas en los cinco territorios principales de América Latina. Parece una tendencia electoral, pero eso no significa que exista una victoria política sustantiva. Esta paradoja la comprendí en 2016 durante una entrevista a Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique y amigo de todos los presidentes del del ámbito bolivariano, seguramente el periodista que mejor conoce a la izquierda hispanohablante contemporánea. Cuando charlamos para la revista Minerva fue capaz de resumir el proceso que vive el continente con una sola frase: “La izquierda está sirviendo de fábrica de votos para la derecha”. ¿Cómo es posible?

Aquí la explicación larga de Ramonet: “Es algo que me inquieta: sacas a alguien de la pobreza y ya no quiere solo servicios públicos, sino elevar constantemente su nivel de consumo, que es lo que les prometen los partidos del sistema. Necesitamos encontrar un nivel de vida que sea satisfactorio y que todos podamos compartir”, explicaba. La izquierda de Iberoámerica se ha especializado en programas de ayuda, en general con éxito, hasta el punto de que diversos gobiernos del llamado ‘socialismo del siglo XXI’ sacaron de la pobreza a 235 millones de personas, según datos de Naciones Unidas. “Consiguieron que entrasen en las clases medias unos cien millones de personas”, celebraba Ramonet. El problema es que la izquierda no tiene una propuesta política creíble distinta de la sociedad de consumo, basta ver a la mayoría de sus líderes viviendo casi igual que sus homólogos de derecha.

Izquierdas sin proyecto

Otro problema evidente es la alergia de la izquierda latinoamericana al trabajo institucional, algo que lleva advirtiendo hace lustros el sociólogo francés Marc Saint-Upéry, autor del ensayo El sueño de Bolívar: el desafío de la izquierda latinoamericana (Paidós, 2009). No se puede resumir mejor el problema que en esta detallada entrevista: “Las instituciones tienen mala fama entre la izquierda latinoamericana. En no pocas ocasiones, institucionalizar se utiliza como sinónimo de venderse o traicionar. Para mí, las instituciones permiten dar una continuidad a la acción que hace que no dependa exclusivamente de los momentos de movilización revolucionaria. En América Latina sigue vivo un mito muy vinculado a la figura del Che, que anuncia que va a nacer un ‘hombre nuevo’ que estará durante veinticuatro horas al día, con pleno entusiasmo, al servicio de la revolución. Estoy totalmente a favor de más democracia directa y de los movimientos sociales, pero es evidente que este tipo de mitos tiene sus límites, no se puede vivir permanentemente con la electricidad de la movilización”, advierte.

La izquierda del PSOE ha demostrado estar más cómoda desbarrando en podcasts que llegando a acuerdos en Moncloa

Un ejemplo reciente lo tenemos en Chile y cómo la izquierda perdió el referéndum para aprobar una nueva Constitución nacional. El texto no era especialmente radical en el fondo, aunque sí en las formas con las que se defendía. Se trataba un texto progresista, tirando a razonable en la mayoría de su articulado, pero naufragó por la retórica incendiaria de algunos constituyentes, las performances con disfraces de Pikachu y redactoras como Elisa Loncon que se dedicaron a desinformar declarando poco menos que el texto abolía la propiedad privada. No se cultivó una relación de alianza con el centroizquierda y esta terminó siendo clave en la campaña por el “Rechazo”, tal y como explicó en un brillante hilo de Twitter el sociólogo de izquierda Jaime Bordel. La guinda fue que un texto claramente indigenista perdiese incluso en territorios mapuches, la población a la que pretendía proteger. Durante todo el proceso se puso la algarada y el titular antisistema por encima del sentido común popular.

En menor grado, todo esto puede aplicarse a España. La izquierda el PSOE ha demostrado ser la más antiinstitucional de nuestra historia, alérgica a la bandera, desdeñosa con la Constitución del 78 (hasta que no ha tenido más remedio que apoyarse en ella) y mucho más cómoda desbarrando en podcasts que llegando a acuerdos en la Moncloa. De las últimas declaraciones destempladas de Pablo Iglesias se deduce que solo estarán cómodos con la judicatura y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado cuando estas sean afines a su partido. El naufragio electoral y personal de Podemos, un espacio donde no se guardan lealtades ni a los amigos del instituto, es uno de los mayores motivos del giro a la derecha de la sociedad española, los más jóvenes incluidos.

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