El matonismo separatista ha perpetrado diferentes acciones a lo largo de los disturbios de este jueves pasado. El que mejor define a estos grupos de metodología intimidatoria claramente fascista es su ataque a la sede de Comisiones Obreras en Barcelona.
Decían que era una huelga general, pero mienten. Lo sucedido ayer es una muestra más de como los viles, reaccionarios y criminales intentan por todos los medios posibles imponer su voluntad al conjunto de la población catalana rompiendo la convivencia y la paz social. Nada hay de democrático en ello y mucho menos de noble. Lo que ha quedado de la inmensa estafa que ha supuesto el proceso separatista es, por una parte, a sus dirigentes rindiendo cuentas ante la justicia por sus actos y, por otra, un puñado de matones que emplean métodos dignos de las SA hitlerianas.
No contentos con coaccionar la libre voluntad de la gente cortando carreteras, amenazando a comerciantes o presionando para que los niños no acudan a sus colegios, han subido el último peldaño del totalitarismo que les quedaba atacando a un sindicato democrático. La sede de CCOO se veía asaltada por grupos que acusaban al veterano sindicato de no haberse unido a ellos en su autoproclamada huelga general.
Nada que envidiar a aquellos grupos de camisas pardas que hicieron lo propio en los años treinta en aquella Alemania que se debatía entre el terrible dilema de elegir entre la dictadura más abominable que ha conocido Europa o la democracia parlamentaria. Los lazis no pueden tolerar que ni UGT ni CCOO ni ningún otro partido que no sean los suyos, los neoconvergentes y los de Esquerra, se hayan plegado a sus exigencias autoritarias. Ellos son la extrema derecha en Cataluña, porque encarnan el desprecio por la ley, por la libre elección de las personas, por la sagrada capacidad que tiene el individuo para escoger.
Ese es el combate que tenemos planteado en nuestro país. Denunciar en voz alta la ominosa amenaza que supondría para todos el triunfo de esta siniestra visión del mundo o plegarnos ante sus exigencias
Ese es el combate que tenemos planteado en nuestro país. Denunciar en voz alta la ominosa amenaza que supondría para todos el triunfo de esta siniestra visión del mundo o plegarnos, acobardados y gimoteantes, ante sus exigencias. Sus desplantes chulescos en sede judicial, que recuerdan el juicio al que fue sometido Hitler por el putsch de Múnich, van acompañados de una campaña callejera protagonizada por individuos enmascarados que agreden, que insultan, que vulneran todas las normas de un estado democrático. Y todo eso lo pretenden cubrir con la falsa bandera de la libertad, de las sonrisas, del mandato popular. No debemos dejarnos engañar. Cuando se pretende asaltar la sede de un sindicato es que ya se han rebasado todos los límites. Ya no es ensuciar la sede de un partido, emporcar con pintura el domicilio de un juez o pincharle las ruedas a un líder parlamentario. Hablamos de la agresión a una organización que, fundada en la clandestinidad en plena dictadura, pretende la defensa del trabajador. Yo no he sido jamás comunista ni he simpatizado con sus postulados, es más, soy muy crítico con el papel que las organizaciones sindicales, en especial CCOO, ha tenido con el proceso. Han sido serviles y aduladores, cierto, pero tampoco es menos verdad que los demócratas debemos estar hoy junto a quienes se han visto agredidos por los escuadrones separatistas. Como también debemos mostrar nuestra solidaridad, más allá de ideologías o creencias, con el cámara de TV3 al que le dieron una pedrada en la cara, hiriéndole, mientras cumplía con su trabajo en la localidad de Gurb, o con la compañera de Antena Tres a la que vejaron mientras daba un crónica en directo.
Es momento de unirnos todos frente a ese neofascismo, frente a esos grupos capitaneados por ex terroristas manipulados por políticos sin conciencia y decirles que jamás nos rendiremos. Podrán herirnos, podrán intentar coaccionar a la prensa libre, podrán quemar neumáticos, cortar carreteras o apedrear vidrieras, pero no deben esperar que con eso vayamos a abdicar de nuestros firmes ideales democráticos, constitucionales, porque esperar que abjuremos de nuestras convicciones es pueril.
Nunca nos rendiremos, porque la gente de a pie sabemos muy bien cuanto le ha costado a nuestro país llegar hasta donde estamos hoy. Ha sido demasiada sangre, demasiadas muertes, demasiado dolor para que hinquemos la rodilla ante la imposición del violento que sonríe desalmado tras su pasamontañas. Me viene a la memoria el célebre discurso que Churchill pronunció en la Cámara de los Comunes en el que manifestó su irreductible voluntad de resistir ante la amenaza de los nazis. Ese espíritu que se afianza sólidamente en la libertad debe ser el que nos anime a todos quienes sentimos amor por nuestra tierra, por vivir en paz, en libertad y en concordia.
Jamás. Jamás. Jamás nos rendiremos. Sabedlo.
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